Guillermo Jové Alcalde
Cantautor y profesor de secundaria en el medio rural
Guille Jové.
—¡Profe! Ayer vi tu coche debajo de mi casa.
—¡Anda! ¿Y cómo sabes cuál es mi coche?
—¡Pues porque es el único coche verde de todo el pueblo!
Esta breve conversación quizás sintetice mejor que nada lo que significa ser profesor en el medio rural. La cercanía con el alumnado se forja día tras día porque es inevitable no estar en contacto, aquella calle larga que sale del pueblo solo tiene un posible desenlace: el Instituto de Secundaria. Así pues tus compañeros y compañeras de trayecto cada mañana son, irremediablemente, tus propias alumnas. Y, por supuesto, en absoluto desaprovechan esa oportunidad: «Profe, ¿es muy difícil el examen de hoy?».
Saben cuál es mi coche y cuál es la casa en la que vivo, me ven tender la ropa en el balcón, saben cuándo salgo a correr, cuándo me quedo en casa y cuándo he ido a tomar algo porque nos cruzamos en los bares el sábado por la noche. Esta cercanía rebaja la barrera profesor-alumno, pero no por ello se pierde el respeto, simplemente dejan de verte como un extraño para entender que eres una persona normal y corriente.
Cuenta el director de mi instituto que una tarde de noviembre llamaron a su puerta y al abrir se encontró frente a frente con un alumno al que había castigado esa misma mañana por pegarse con otro en el recreo: «Te has dejado las llaves puestas en la puerta, guárdalas antes de que alguien se las lleve». Perplejo ante la escena, el director comprobó que, efectivamente, las llaves colgaban de la cerradura de la puerta: “¡Gracias!”, le gritó mientras el alumno se alejaba calle abajo.
Les enfilamos a un estilo de vida en el que escojan lo que escojan sus aspiraciones llevarán el apellido «urbano».
Y es que es en los pueblos donde el concepto comunidad educativa cobra todo el sentido. Todavía hoy impera la confianza entre las familias y el centro educativo, no podía ser de otra manera, pues aquí no hay colegios a la carta donde cambiar al niño o la niña en función de los caprichos de los padres y las madres. Así pues, el instituto se erige como una verdadera institución porque en los pueblos saben lo mucho que costó tener escuelas en el medio rural y el privilegio que supone mantenerlas en tiempos de recortes en todo el sistema público. No hay más que ver las caras de orgullo de las personas mayores cuando salimos de excursión a media mañana. «Ahí va el futuro», parecen pensar.
Pero no todo son bondades, hay que reconocer que esta generación de adolescentes crece ya desapegada de su entorno porque sabe que su futuro próximo es emigrar. Primero serán migrantes académicos para estudiar en la universidad y, más tarde, exiliados laborales. Volverán los fines de semana, al principio casi todos, después casi ninguno. Es probable que alguien, con el tiempo, regrese y se asiente de nuevo en el pueblo, pero a buen seguro quedarán muy pocas personas de su generación. La España vaciada también la incentivamos desde el sector educativo porque es absolutamente imposible que con los planes educativos actuales un chaval termine la secundaria con vocación de artesano o que una chavala quiera dedicarse a la agricultura. Y así es muy difícil que no se vacíen los pueblos, les enfilamos a un estilo de vida en el que escojan lo que escojan sus aspiraciones llevarán el apellido «urbano».
Quizás esto sea lo que más duela, que los chavales enseguida agachen la cabeza para reconocer que allí en el pueblo la vida es aburrida y que se extrañen cuando siendo de fuera te quedas a vivir entre semana en el pueblo, cuando la costumbre es que la inmensa mayoría del profesorado vaya y venga cada día desde la ciudad. Sin duda, esta es una de las cosas que hay que potenciar en los institutos rurales, el apego a la tierra y el sentimiento de pertenencia sin prejuicios, porque para ser una persona libre es vital que nadie se avergüence de sus orígenes, independientemente de lo que luego decida hacer con su vida.
Guille Jové Alcalde
Cantautor y profesor de secundaria en el medio rural