Félix A. Rivas
Aunque el estereotipo del paleto gracioso hunde sus raíces en la historia de la literatura, una de sus muestras más relevantes fue seguramente la que ocupó amplios espacios del cine y la televisión en el Estado español durante el tránsito de la dictadura franquista al régimen democrático. Caracterizada como una figura elaborada y emitida por personas de la ciudad, podría estar relacionada con la gran crisis social y cultural asociada al éxodo rural producido en torno a la década de 1960.
Con traje de pana y mi boina puesta
A mediados de los años 70, Gerardo Martínez era un agente de seguros de la pequeña ciudad de Tudela que tocaba la guitarra acompañando a un dúo de jota navarra y que interpretaba personajes y guiones en festivales benéficos. En aquel mismo momento, la emisora donostiarra de Radio Nacional de España emitía un programa en el que el etnógrafo también tudelano José María Iribarren contaba historias y curiosidades bajo el seudónimo del Señor Tomás. En 1975, el presentador del programa descubrió a Gerardo al visitar Tudela, grabó sus chistes y los incorporó a su programa. Acababa de nacer el Señor Tomás, humorista de alforja, boina y bota de vino, en cuyos chistes abundaron los personajes de pueblo que salían airosos de sus dificultades para encarar los elementos de la modernidad de aquel entonces, como entrar en un hotel de Madrid con puerta giratoria o leer el menú de un restaurante en Londres.
El mismo año de la muerte del dictador, los experimentados músicos madrileños de la Charanga del tío Honorio actuaban en el célebre programa de televisión Estudio Abierto, presentado por José María Íñigo, y estrenaban su caracterización de hombres cejijuntos, sin afeitar, con boinas caladas y garrotes. El año siguiente grabaron su primer y único LP en el que contrastaban los ritmos de actualidad como el rock o el blues con expresiones tan «rurales» como «el siñor alcalde» o «el riego por expresión», según sus propias palabras. En su mayor éxito, «Hay que lavalo», se reconoce que hay que mejorar los modales de pueblo, pero al mismo tiempo se exalta una masculinidad deseante y desatada, como cuando expresan para regocijo de una parte del público del momento: «¿Qué se puede hacer con las mozas casaderas? Hay que ligalas, hay que tocalas».
Aunque fue su gran éxito, la auténtica canción del verano del aquel año fue «La Ramona», compuesta por el periodista andaluz Lauren Postigo e interpretada por el actor zaragozano Fernando Esteso. El triunfo de la canción, que ahora podemos calificar con acritud como gordofóbica, fue tal que el año siguiente dio título a una revista de variedades que estrenó en Madrid la compañía del actor aragonés, y hoy en día todavía sigue resonando en verbenas y discomóviles de las fiestas de nuestros pueblos.
En 1978 se estrena la película Vaya par de gemelos, protagonizada por partida doble por el célebre actor Paco Martínez Soria. En ella, Lucas es un paisano de Tarazona con marcado acento aragonés que, mientras come, se limpia la boca con las mangas de la camisa, y que sufre la tiranía de Mariana, su mujer, un poco bruta aunque de buen corazón. Su boina y su frecuente expresión de pasmo recuerdan bastante al Tío Agustín de La ciudad no es para mí (1966), paradigma de la figura del paleto cómico en el cine y una de las películas españolas más vistas de todos los tiempos.
Balanza en el riurau de Massarrojos (comarca de l’Horta de València). Foto: David Segarra
Otra ilustre figura que aparece con frecuencia en aquellos años en TVE, por ejemplo en el programa Aplauso, es la Doña Rogelia de la conquense Mary Carmen y sus muñecos. Con la cabeza cubierta por un pañuelo y vestida de luto, esta anciana de un figurado pueblo de la serranía de Cuenca resulta ser deslenguada, gruñona, católica y puritana, pero al mismo tiempo también declarada amante del vino y el sexo. Y no le tiene ningún miedo a enfrentarse a las nuevas tecnologías que irán llegando con el tiempo como el ordenador, el microondas o el cajero automático.
Otro célebre programa de TVE, 625 líneas, acogió de manera fija el año 1980 al personaje de Don Cirilo, interpretado por el actor madrileño Juanito Navarro, de nuevo prototipo de paleto gracioso con boina y cayado, haciendo de pareja en los escenarios con Doña Croqueta, una extravagante turista estadounidense con la que compite en número de palabras «mal dichas», aunque ambos por diferentes motivos. Las historias que cuenta de su pueblo están protagonizadas por un tipo de hombre rural embrutecido y simple, hasta el punto de proclamar con orgullo de su pueblo imaginado que «hay burros, muy burros y de Villanueva del Conejar».
A comienzos de la década de los 80 comienzan, prácticamente en paralelo, la carrera profesional del zaragozano Miguel Ángel Tirado con su personaje de Marianico el Corto y la del valenciano Manuel Melià con el suyo de Don Pío. El primero con boina, chaleco y gayata, y el segundo también con faja pero con blusa negra y gafas gruesas, representaron a sendos rústicos de Aragón y la huerta de Valencia, y llegaron a coincidir años más tarde en el programa de TVE No te rías que es peor. Además de sus apariciones en la televisión y en múltiples escenarios y espectáculos, ambos grabaron exitosas cintas de casete al igual que los ya nombrados Señor Tomás, Don Cirilo o Paco Martínez Soria. Este último retomó su presencia protagonista en la pantalla del televisor con la emisión en 1983 de un ciclo de sus películas en TVE que arrancó precisamente con La ciudad no es para mí.
Al año siguiente, por finalizar en algún momento este apresurado recorrido, otro famoso programa de TVE, Superstar, contaba con la intervención habitual del ventrílocuo madrileño José Luis Moreno y, especialmente, de Macario, uno de sus conocidos muñecos. Ataviado con boina, peto de pana y un espeso bigote, este personaje extremadamente machista, malhablado, escatológico y primario, fue uno de los grandes éxitos entre las décadas de los 70 y los 90 de uno de los profesionales más influyentes y poderosos aún hoy en día de la televisión en el Estado español.
Una figura para un rural menospreciado
Este breve repaso podría ser suficiente para caracterizar a grandes rasgos la figura del paleto cómico a finales de los 70 y comienzos de los 80 del siglo xx como un personaje casi siempre masculino, que suele presentar característicos atributos corporales (el entrecejo sin depilar, la barba mal afeitada, la falta de algunos dientes), de indumentaria (la boina, el cayado, la faja, el blusón) o de lenguaje (dicción o palabras consideradas rurales e incorrectas, dificultad para reproducir palabras del léxico técnico o científico, etc.) que denotaban su condición inculta, poco civilizada y de clase baja.
Su actitud y manera de comportarse contribuían en gran medida a esa impresión: es habitual que estos personajes se tropiecen, trasgredan las reglas de cortesía en la mesa, se muestren aturdidos o desorientados en situaciones consideradas modernas como una calle con tráfico denso o una conversación con una persona de habla inglesa, que no escondan acciones corporales habitualmente ocultadas como mear, cagar o follar, muestren un deseo sexual no contenido...
Merece la pena destacar que algunos de ellos, a través sobre todo de determinados rasgos característicos de su expresión oral, presentan un origen geográfico concreto (los hay de la Ribera de Navarra, de Aragón, del País Valenciano y de la provincia de Cuenca) mientras otros parecen querer reproducir un indeterminado o estereotipado modelo de habla rural.
El otro aspecto que define esta figura, además de su carácter de paleto (es decir, persona del rural e ignorante de reglas y valores sociales modernos o hegemónicos), es su faceta cómica, pues en todos los casos descritos fueron unos personajes cuya finalidad (expresada verbalmente por algunos de los actores que los representaban) era la de hacer reír.
En aquellos años, la figura del paleto cómico fue una actualización de uno de los estereotipos más difundidos de las personas rurales que, como toda elaboración cultural, podía reflejar o pertenecer parcialmente a una realidad determinada, pero también la sustentaba o contribuía a construirla. Por esa razón este estereotipo servía de muestra y al mismo tiempo de herramienta de construcción de la idea y la realidad de aquello que era estereotipado, en este caso, las personas rurales y el rural por extensión.
Mirando desde el campanario del pueblo
El pasado mes de octubre, el presidente del Gobierno de Aragón Javier Lambán declaraba de forma peyorativa en un mitin que el parlamento no se podía llenar de «partidos que defienden la visión a la que alcanzas si uno se sube al campanario del pueblo». Declaraciones como esta refuerzan la idea de que, a estas alturas, no podemos permitir que el rural siga siendo sobrentendido como algo inferior, no válido o subalterno, idea a la que ayudó a contribuir la figura del paleto cómico como personificación de lo que diversos autores han calificado de identidad deteriorada, herida colonial o autoodio.
Ya en el año 1976, el periodista asturiano Juan Cueto, conocido posteriormente como impulsor del término progresía, alertaba en una columna del diario El País titulada «La moda de los paletos» sobre aquel «revival de la paletidad nacionalsindicalista en plenas vísperas democráticas y en los programas de mayor audiencia», apuntando con precisión hacia una posible explicación del fenómeno: «Reírse del aldeano perdido en la gran ciudad es una de las más eficaces maneras que existen para vacunarse contra el fantasma aldeano que todos los españolitos llevamos dentro».
Dos años antes, en 1974, Fernando Esteso estrenaba un sencillo titulado «Bellotero Pop» que comenzaba con esta significativa declaración: «Con traje de pana y mi boina puesta, soy el más bonito que llega a la fiesta». Si para el imaginario compartido por la sociedad del momento resultaba desternillante que un pueblerino con boina se creyese el más apuesto de un guateque de la época, pensemos cómo debieron sentirse al escucharlo las miles y miles de personas que, huyendo de la miseria del rural, acababan de abarrotar la periferia de las ciudades del Estado español entre 1950 y 1970.
En estos últimos 50 años han cambiado muchas cosas tanto en la ciudad como en el rural, pero seguimos soportando las consecuencias de una serie de imágenes arquetípicas e interesadas que el segundo recibe desde la primera. Imágenes burdas que niegan la diversidad de los mundos rurales y que los hacen parecer menos válidos o irreales como la de la «España profunda» salvaje y brutal, la del pueblo abandonado y en ruinas, la de la abuela cocinando con puchero y a fuego lento, la de la estampa bucólica de paisaje verde y solitario de la publicidad de turismo rural...
Visibilizar y desmontar los estereotipos a los que resulta expuesto es una labor urgente para todo colectivo infravalorado o constreñido a una posición de inferioridad y menosprecio. Que las personas rurales nos hagamos conscientes de los mecanismos de creación y difusión de la figura del paleto cómico, y de otras imágenes estereotipadas que nos afectan, puede ayudarnos a enfrentar uno de los ejes de poder o discriminación presentes en nuestra sociedad, el que menosprecia el rural según un supremacismo urbano a menudo invisibilizado.
Félix A. Rivas
Etnógrafo
PARA SABER MÁS
Cueto, J. (1976): «La moda de los paletos». En El País (16/05/1976).
https://elpais.com/diario/1976/05/16/cultura/201045618_850215.html
Doraemamon (2012): «La Charanga del Tío Honorio y el humor rural en España». En Link Flamingos (10/10/2012).
https://linkflamingo.wordpress.com/2012/10/10/la-charanga-del-tio-honorio-humor-rural-espana/
Moya-Maleno, P. R. (2018). Del Tío Honorio al Tío de la Vara: la estigmatización del folklore como fuente (pre)histórica a través del «catetismo» mediático. Revista De Estudios Del Campo De Montiel, (Extra 2), 345-404. https://doi.org/10.30823/recm.0201896