Sobre cuidados, comunidad y ruralidad
Amal El Mohammadiane Tarbift
Gente de Vistabella (comarca de L’Alcalatén, Castelló) | Foto: David Segarra
Paca González Nieto vive en Arriate (Serranía de Ronda, Málaga) y es octogenaria, pero no se siente vieja. Sale a comprar, pasea y lee. «A mí siempre me ha gustado ponerme los vestidos para más joven. Ya no me compro ropa porque parece que me tengo que poner la que me corresponde de vieja», sentencia riéndose. Tiene claro que no quiere acudir a una residencia, sino vivir en su casa. Recuerda con angustia y tristeza las visitas que le hacía a su amiga al centro de mayores: «Estarán limpitos y tendrán calefacción ahí, pero no tienen calor humano, de hogar. Por eso, yo quiero envejecer en mi casa».
Paca se ha pasado toda la vida atendiendo a su familia: «Desde que nací mi vida ha estado marcada por cuidar y coser, trabajar y estar atenta para que los demás estuvieran bien». Su madre se quedó viuda pronto porque a su padre lo mataron en la guerra en el 39, así que tuvo que aprender a cuidar cuando apenas tenía 8 años. Echa de menos delinear sus dibujos como antes, algo que ya no puede hacer por un problema en la retina. Vive sola, aunque su hija y sus nietas la visitan a menudo. Siente anhelo de vivir acompañada, pero no quiere que su familia «se pelee por no cuidarla». Quizá para tranquilizarlas, lleva siempre colgado al cuello el dispositivo de teleasistencia.
Manolo Mora (Cuevas del Becerro, Málaga), de 67 años, se prejubiló hace bastante tiempo debido a una enfermedad crónica y no siente, a diferencia de Paca, ese deseo de compañía. Es uno de esos hombres que han decidido vivir solos, relacionándose en su cotidianidad con otras generaciones. Le encanta el flamenco y contar historias de los cantaores que conoció cuando vivió en Jerez de la Frontera. «A mí siempre me ha gustado el intercambio de saberes. Una cosa importante aquí es que la gente joven se interesa por el conocimiento de los mayores y, a su vez, a los mayores les gusta ver que los adolescentes quieren estar en sus pueblos», recalca.
Para Manolo, mantenerse ocupado y aprender de lo que le rodea es vital, y también hacer lo posible para transformar aquello que considera injusto. Mientras ríe a carcajadas dice que se siente un bicho raro por ser tan inquieto a su edad. «Me gusta estar activo, colaborar en proyectos solidarios, organizar actividades y formar parte de los procesos culturales y asociativos del pueblo, ya sea para aprender corrientes nuevas de pensamiento, tomar algo con los jóvenes o escuchar qué dicen y piensan».
Estos mensajes claros y contundentes no solo salen de la boca de Paca y Manolo. Irati Mogollón García y Ana Fernández Cubero, autoras del libro Arquitecturas del cuidado: viviendas colaborativas y envejecimientos activistas (Icaria Editorial, 2019), han preguntado a cientos de personas mayores cómo quieren envejecer. Cubero expone que hay tres situaciones claras: el miedo a ir a una residencia geriátrica, el no querer ser cuidadas por sus familias y que estas no puedan hacerlo. Las autoras confirmaron con su investigación lo invisibilizadas que están las necesidades de este sector de la población.
Feminización de los cuidados, feminización de la soledad en la vejez… Parece que lo femenino y lo invisible se llevan bien en todas las etapas de la vida.
Un informe del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) de 2019[1] pone también de manifiesto el mayor porcentaje de feminización de la soledad en la vejez, pues a los 85 años una mujer presenta cuatro veces más posibilidades de vivir sola que un hombre. Esta cuestión es importante, pues se suma a la invisibilización del trabajo de cuidados realizados por mujeres (en su mayoría, con más intensidad entre los 45 y los 64 años).
Feminización de los cuidados, feminización de la soledad en la vejez… Parece que lo femenino y lo invisible se llevan bien en todas las etapas de la vida. Cubero comenta que en las experiencias de vivienda comunitaria para mayores (alternativas a residencias de tercera edad) han observado claramente «cuán diferente es el comportamiento respecto a los cuidados en hombres y mujeres». Frente al capitalismo heteropatriarcal que construyó la sociedad sobre las espaldas de las cuidadoras, Cubero subraya que el enfoque de la economía feminista es central para resaltar la importancia de estas tareas y la grave desigualdad que tenemos normalizada, «máxime cuando estamos hablando de generaciones en las que los estereotipos de género estaban más marcados todavía».
Precarización del trabajo de los cuidados
El sistema capitalista ha mercantilizado la gestión de la vida, la salud y la dependencia y, en el caso de los trabajos de cuidados, los ha precarizado e invisibilizado sin darles el valor que merecen. Margarita Garcia Hurtado, trabajadora de ayuda a domicilio en el Ayuntamiento de Fuente Vaqueros (Granada), lo sabe bien. Ella tuvo que emprender una lucha sindical denunciando las condiciones laborales de las trabajadoras del sector, una lucha que finalmente ganó al ser condenado el consistorio. «Los ayuntamientos prefieren externalizar estos servicios de cuidados a costa de precarizar a las trabajadoras de ayuda a domicilio privatizando el trabajo. Pagan tarde y, encima, lo hacen a muy bajo coste, 4 euros la hora, con turnos partidos que impiden la conciliación familiar, realizando contratos en fraude de ley», denuncia Robles desde el Sindicato Andaluz de Trabajadores (SAT).
La ayuda a domicilio no debería privatizarse bajo ningún concepto, porque, además de precarizar el servicio, no generaría empleo digno.
En Andalucía muchos consistorios ofrecen la licitación de la gestión de ayuda a domicilio a empresas terceras multiservicios como ADL, CLECE o Arquisocial sin vigilar que cumplan con los servicios que deberían realizar. EULEN es otro de los grandes grupos empresariales que cubren estas demandas en el ámbito estatal. «La ayuda a domicilio, un sector que tiene nombre de mujer, no debería privatizarse bajo ningún concepto, porque, además de precarizar el servicio, no generaría empleo digno. Es necesario en el mundo rural este cuidado porque es una salida laboral importante para las mujeres, ya que el campo cada vez tiene menor mano de obra. Por eso en el SAT creemos que debería ser un servicio público y de calidad», señala Robles. Añade que una de las misiones del SAT es asegurar que las personas atendidas puedan hacer vida en comunidad y, más aún, teniendo en cuenta la importancia de la ayuda a domicilio en el mundo rural como herramienta contra la despoblación, ya que asegura que estén atendidas en sus casas sin que se vean obligadas a ir a residencias o a casas de familiares en la ciudad.
Aportes desde el cooperativismo
Estos cuestionamientos sobre cómo se ejercen los cuidados en el medio rural desde los servicios públicos nos animan a preguntarnos por las propuestas comunitarias y de la economía social y solidaria. ¿Pueden compaginarse unos cuidados de calidad con la dinamización de las zonas rurales? La cooperativa Cuidem Lluçanès, tras investigar las necesidades que tiene la subcomarca del Lluçanès (Barcelona), descubrió que había un paro femenino elevado y que, en muchos casos, se debía al trabajo que muchas mujeres desarrollan en la economía sumergida. Con el apoyo de la Generalitat de Catalunya, decidieron fundar una cooperativa que mirara con especial atención los cuidados en las zonas rurales con el fin de que las personas mayores tengan un envejecimiento digno y ofrecer trabajo a la población local. La coordinadora, Sandra Martínez Díaz, asegura que, para que esta idea funcione y prospere, las personas deberían confiar en que la filosofía de los cuidados debe ser comunitaria y estar ligada al territorio.
La filosofía de los cuidados debe ser comunitaria y estar ligada al territorio.
En Cuidem Lluçanès, aunque su formación es reciente, son conscientes de que competir con empresas privadas que prestan servicios de asistencia domiciliaria a personas mayores es difícil, y resistir en un proyecto donde los cuidados estén por encima de las prestaciones básicas también lo es. «A la población le cuesta comprender la necesidad de cobrar un poco más por estos servicios para mantener unas condiciones laborales dignas a las personas contratadas», cuenta Sandra. Como fórmula, apuestan por un cambio en las dinámicas de trabajo y en la responsabilidad sobre la concepción de los cuidados. «Cómo trabajamos y nos cuidamos entre nosotras es fundamental en este proyecto», recalca la coordinadora.
Generar trabajo en entornos rurales con un enfoque de cuidado del territorio también le preocupa a Raiels, otra cooperativa que intenta revitalizar los municipios con una alta tasa de senectud de las comarcas de Lleida. «Tenemos que ver el envejecimiento como un reto con el fin de ofrecer servicios de proximidad a estas personas para que puedan estar el máximo tiempo posible en sus lugares de residencia, y que no tengan que abandonarlos», comenta Núria Alamon i Beas, cofundadora de Raiels.
Uno de los inconvenientes principales que destacan estas cooperativas son los problemas de movilidad de las personas mayores, quienes «en muchos casos, no pueden conducir, o no se pueden desplazar con soltura, o simplemente dependen de sus hijos, muchos de los cuales han emigrado o viven lejos». Núria añade que a esta situación se suma la soledad y la falta de servicios básicos que apuesten por un envejecimiento digno.
La acción de muchos jóvenes profesionales de entornos rurales se centra en desarrollar proyectos de este tipo, que apuestan por gestionar la cohesión social y territorial promoviendo un trabajo cooperativo de cercanía para sus mayores. La cooperativa Cuidem Lluçanès está formada por un equipo de diez personas trabajadoras, 180 socias de consumo y siete colaboradores (ayuntamientos). No solo ofrecen servicios básicos como la limpieza, la ayuda a domicilio o el acompañamiento hospitalario, sino que también organizan actividades para mejorar las condiciones de vida de las personas que quieran instalarse en los municipios de la comarca, como clases de catalán para personas migrantes o talleres de empoderamiento a mujeres. «Desde crear un cohousing como alternativa a las residencias o acompañamientos a los huertos comunitarios hasta el abordaje emocional y psicológico de la realidad de cada persona», subraya Sandra.
Como dice Núria, de Raiels, «si hay unos servicios adecuados que cuiden a las personas en su proceso de envejecimiento, menos se saturarán los servicios de sanidad, que es uno de los problemas que tenemos en este país». Con esta idea y tras el estudio encargado a Raiels sobre cómo responden los servicios de proximidad a las necesidades de las personas mayores de la comarca de Les Garrigues, surgió la plataforma EMPIC. Esta cuenta con la adhesión de 16 ayuntamientos de la comarca, que aportan una cuota anual a cambio de tener acceso a las actividades y los servicios que ofrece la plataforma. Podología y fisioterapia, talleres de manualidades, nuevas tecnologías, baile, risoterapia, memoria o gimnasia son algunos de los servicios prestados, que disfrutan unas 400 personas, y que ha generado empleo para 13 profesionales. Al ser servicios mancomunados itinerantes, Núria cree que a las personas mayores les saldrá más a cuenta y podrán seguir viviendo en sus pueblos. Porque, para Raiels, las raíces de un territorio tienen la misma función que las raíces de una planta: arraigarse a la tierra para darle estabilidad y facilitar su crecimiento y esplendor.
Resistencia y arraigo: una apuesta por la convivencia intergeneracional
Luchar por un mundo rural vivo es el lema del Bloque Rural Joven, una iniciativa que nace en Palencia con el objetivo de revitalizar sus pueblos. Esta agrupación autogestionada cuenta con 150 jóvenes, en su mayoría de la pequeña localidad de Cevico de la Torre y alrededores. Lo tienen claro, quieren aprender de sus mayores. «Ellas nos enseñaron a amar a nuestros pueblos y por eso hoy no nos queremos marchar. La lucha por un medio rural vivo es intergeneracional, uniendo bajo un mismo motivo a mayores y pequeñas», resaltan desde la asociación. Organizan actividades dirigidas a personas mayores, algunas de ellas ya viven en residencias, generando espacios de encuentro muy diversos como visitas al huerto escolar para enseñar a las más pequeñas a cuidar la tierra.
María Alba Salvador, una de las integrantes de la asociación, habla con especial cariño de los intercambios de aprendizaje que realizan con mujeres de entre 60 y 70 años: «En general, a las personas mayores les encanta participar en las actividades y es curioso que suelan ser las mujeres las más activas. Nosotras vamos a sus casas y nos enseñan a coser y, a cambio, les damos talleres de gestión emocional y de informática. Esto nos enriquece porque mutuamente aprendemos lo que no sabemos». Además, han formado un club de lectura, donde todos los jueves se reúnen para comentar libros o artículos; para ellas es una experiencia «muy enriquecedora».
En el municipio riojano de Nalda, la Comunidad Cuidadora organizada por la asociación local El Colletero, atiende los procesos comunitarios de cuidados de la población más mayor a partir del conocimiento del entorno. La atención primaria de la salud, que se lleva a cabo en alianza con trabajadoras sociales del pueblo, es la base del trabajo que desarrollan, aunque han conseguido ofrecer una cobertura integral de lo que la gente necesita. Disponen, además, de un servicio de ayuda a domicilio que complementa al servicio público, porque consideran muy importante ofrecer a las personas mayores la posibilidad de vivir en sus casas con apoyo y seguridad. «Basta con salir a la calle a preguntar, porque conocemos el pueblo y lo que quiere la gente en cada momento», asegura Raquel Rodríguez, integrante de la organización. Esta forma tan sencilla y efectiva de entender el apoyo mutuo nos acerca a las formas tradicionales de cuidado que siempre existieron en las zonas rurales.
El Colletero organiza actividades enfocadas a rescatar los conocimientos de sus mayores para valorar y visibilizar el importante aporte que tienen en la sociedad, ayudando a que otras generaciones recuerden estos saberes y los repliquen. «Los niños, a menudo, preguntan a sus abuelos cómo cultivar los huertos escolares y estos les aconsejan. Para nosotras, esta memoria biocultural es fundamental. Recoger las experiencias de las personas ancianas, por ejemplo, sobre lo que se hacía aquí con los cereales, es una manera de conservar y fortalecer sus conocimientos», explica Raquel.
El trabajo comunitario como forma de resistencia y para poner en valor la vida es lo que también reivindican desde Tronceda (Galiza), una pequeña aldea de 33 personas, que concibe los cuidados de la mano de la intergeneracionalidad, incluyendo las perspectivas feminista, ecologista y de la economía social y solidaria. José Cófreces, repoblador de la aldea abandonada que resurgió en los años sesenta, señala: «Queremos superar la dinámica de las residencias y no queremos una mecánica industrializada de los cuidados que se deja en manos de empresas, porque se aparca a las personas mayores y no se tienen en cuenta sus historias de vida».
Para quienes habitan Tronceda, los cuidados y la naturaleza forman parte de la condición vital para vivir mejor y más felices, del acompañamiento y el cuidado de la tierra y de sus habitantes. Cófreces recalca la importancia de hablar y pensar conjuntamente sobre cómo queremos envejecer, romper con los prejuicios que tenemos de que las personas mayores se resisten a los cambios, reflexionar sobre alternativas de cuidados para un envejecimiento autónomo y transformador con el fin de construir de forma conjunta procesos de envejecimiento activo y digno en nuestros pueblos.
Son retos a los que nos enfrentamos y hacerlo en comunidad parece la mejor opción.
Amal El Mohammadiane Tarbift
Periodista e investigadora en Comunicación Social
[1] AA. VV., (2019) “Un perfil de las personas mayores en España, 2019”, Madrid, Informes Envejecimiento en red, n.º 22