Alba GUITART
Artículo basado en el número 65 del boletín El Observador (diciembre 2018 - marzo 2019) dedicado a La Blanca: Un municipio invadido por los monocultivos
Kongreya Star, el movimiento de mujeres de Rojava. Foto: WJAR
Cooperativa agrícola de mujeres en Til Temir (Rojava). Foto: WJAR
«Nada de lo que sucede hoy en Guatemala puede entenderse sin conocer su historia reciente», afirma el libro Los monocultivos que conquistaron el mundo, de Aurora Moreno Alcojor, Laura Villadiego y Nazaret Castro. Y sigue: «Guatemala es uno de los países más desiguales y atravesados por la violencia racista, clasista y patriarcal». Además, la tierra se concentra en muy pocas manos y el deterioro del nivel de vida de las comunidades campesinas, en primera instancia, y del país en general, no parece detenerse. Vemos que las tasas de pobreza y extrema pobreza se han disparado en los últimos años, impactando directamente sobre la nutrición de las personas. Como indica el PNUD, «el 49,8 % de los niños menores de cinco años sufren de desnutrición crónica, la tasa más alta del continente. La incidencia de pobreza en el país es del 90,6 %, es decir, que este porcentaje de personas sufre algún tipo de privación; el 62,4 % vive en pobreza media; el 29,6 %, en pobreza extrema y el 3,6 %, en pobreza severa».
La expansión de los monocultivos de exportación y otras actividades extractivas, impuesta por un modelo de desarrollo colonial, es en gran medida la responsable de la configuración económica y social de todo el país. El «divorcio obligatorio entre naturaleza y gente», según Eduardo Galeano, que genera pobreza, violencia y desigualdad.
Demanda al estado de Guatemala
Después de siglos de enfrentamientos y resistencia contra los monocultivos por parte de las poblaciones campesinas e indígenas de Guatemala, en octubre de 2015 se decidió añadir una nueva fórmula de acción. Con motivo de la VII Audiencia Pública del Tribunal Latinoamericano del Agua (TLA) se expusieron tres casos relacionados con conflictos derivados del cultivo de caña, palma aceitera y banano. El TLA «es una instancia internacional, autónoma e independiente, de justicia ambiental, creada con el fin de contribuir a la solución de controversias relacionadas con los sistemas hídricos en América Latina». Se trata de un tribunal ético, no vinculante, que sustenta su acción en un análisis científicotécnico y jurídico de la información y de las pruebas que se le presentan.
El primer caso denunció cómo la expansión del monocultivo de palma africana impide garantizar el derecho a la vida, a la salud y el acceso al agua de las comunidades. El segundo denunció el monocultivo de banano en la costa sur del departamento de San Marcos y su impacto en las fuentes de agua y el derecho a la alimentación. Por último, el tercero, promovido por más de 180 comunidades de 17 municipios de los departamentos de Suchitepéquez y Retalhuleu, en la costa de la VI Región o Suroccidente (Pacífico), pide explicaciones acerca de un supuesto modelo de desarrollo agroindustrial basado en el monocultivo y el procesamiento de la caña de azúcar y sus derivados que afecta negativamente a los ecosistemas y los modos de vida tradicionales.
La acusación
Los tres monocultivos analizados, que funcionan bajo la lógica capitalista de la acumulación, son responsables del acaparamiento de tierras por parte de las grandes corporaciones, reproduciendo un modelo basado en proyectos de extracción y explotación de bienes naturales, principalmente para la exportación, que no ha sido legitimado por un proceso democrático inclusivo y transparente. Este acaparamiento de tierras se da en una Guatemala con una frágil institucionalidad donde el acceso a la tierra, a pesar de ser un tema central de los Acuerdos de Paz de 1996, no se ha llegado a resolver. De hecho, es común el acaparamiento de tierra por parte de terratenientes o grandes empresas, aprovechando situaciones en las que no hay claros registros de propiedad (sobre tierras ancestrales de uso comunal, tierras baldías del estado, tierras que pasaron de un municipio a otro y donde se perdieron los registros, etc.). De la misma manera, las autorizaciones para que las empresas puedan hacer todas las infraestructuras necesarias para la maximización de la producción de caña, banano o palma, como embalses, bordas de protección y canalizaciones de desguace de aguas, o la tala indiscriminada de bosque o selva para ampliar la plantación de cultivos nunca, ni tampoco ahora, se dan con los suficientes estudios de impacto ambiental (EIA). Los EIA, de facto, han sido meros trámites para las empresas, que ni han cambiado su modo de proceder ni se han hecho responsables de las carencias en agua o las inundaciones que estas infraestructuras generan en las comunidades con las que comparten los ríos. A este tipo de infraestructuras, además, se suman prácticas con graves repercusiones ecológicas, como la interconexión de ríos por medio de canales y el desvío de los cauces en fincas privadas (ambas sin autorización), y hasta la autorización negligente por parte del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Alimentación (MAGA) de múltiples extracciones de agua.
Por si fuera poco, no existen planes de gestión de residuos de ningún tipo, con lo que grandes cantidades de desechos orgánicos e inorgánicos se queman o se acumulan en los bordes de las plantaciones o en las comunidades sin que nadie se haga cargo de ellos.
Aparte, el uso intensivo de la tierra para el monocultivo requiere herbicidas, productos para enriquecer el suelo y plaguicidas muy contundentes para no perder la cosecha. El herbicida glifosato se esparce de forma aérea y va más allá de las plantaciones, envenenando tierra y ríos, y generando enfermedades en las comunidades aledañas por contacto directo o por consumo indirecto del agua o de productos de tierras afectadas.
La presencia de estas corporaciones también ha cambiado muchas de las prácticas comunitarias tradicionales. Un ejemplo es que el maíz ya no se come seco, sino que se corta aún húmedo, pues es la única manera de evitar perder la cosecha por las inundaciones que causan las plantaciones extensivas de caña, banano y palma aceitera que sacan, desde las primeras lluvias, los excesos de agua que dañan las raíces de sus cultivos. Este cambio de hábitos provoca que la producción sea más baja, que el maíz sea menos nutritivo y que se arriesguen a que se pudra.
La resolución
Con toda esta información en la mesa, el Tribunal Latinoamericano del Agua responsabilizó al Estado de Guatemala «por intimidación, amenaza y criminalización de la protesta social así como de toda represión contra las personas líderes y defensoras de los derechos humanos y en particular del derecho humano al agua». Así como «por la omisión de informar y consultar a las comunidades, por las afectaciones a las áreas naturales protegidas y su biodiversidad, por propiciar el desplazamiento de comunidades enteras, por las afectaciones al derecho de los pueblos indígenas y la falta a la debida diligencia por no aplicar los principios de precaución y prevención establecidos tanto en la normativa nacional como internacional». En el caso de la palma aceitera añade un tercer punto: «No haber investigado, señalado a los responsables y reparado los daños ocasionados a la vida de las personas afectadas y a la naturaleza, de tal manera que hechos como estos no vuelvan a repetirse», en particular por el ecocidio del río de la Pasión que afectó a más de 14.000 personas de más de 20 comunidades.
Y, sin embargo, desde estos veredictos nada o poco ha hecho el Estado de Guatemala, que hoy continúa en una deriva autoritaria muy particular, pues junto al cese definitivo de la Comisión Internacional contra la Impunidad de Guatemala (CICIG) y la deslegitimación de sus logros, ha puesto en marcha una serie de iniciativas que allanan el terreno a la represión de movimientos sociales y fortalecen el estado de impunidad generalizada, como son el estado de sitio en medio país, la ley de ONG para la censura y la intervención de las mismas o la reforma del salario mínimo. Desde 2018, han aumentado el número de desapariciones y las incesantes amenazas a defensores y defensoras de derechos humanos en el país.
Alba Guitart
Artículo redactado por la ONGD Farmamundi, en el marco de su Programa de protección de defensores/as de derechos humanos en Guatemala y El Salvador, financiado por la ACCD
El monocultivo rompe la memoria de la relación con la tierra
Alex Vásquez
Saludo este espacio para poder dejar palabra y sentir desde Iximulew, lo que conocemos como Guatemala.
La primera diferencia que podemos hacer entre los monocultivos y nuestras milpas* es que en la milpa encontramos pluralidad. No solo es maíz (nosotras no hablamos de maizales), sino que también se encuentran las llamadas malas hierbas, que igualmente son alimento para nosotras. Hay una relación de juego y de vida con la semilla y con cómo la cuidas. En algunos casos he escuchado que el pueblo maya explota a la infancia porque hacen una jornada de trabajo en el campo, pero no todo el tiempo estás trabajando, estás jugando y en algún momento el abuelo o la abuela te llama y te explica. Es como tu escuela de vida, es lo que ha sostenido nuestros pueblo por mucho tiempo, por un montón de relaciones de vida. En la milpa hay diferentes tipos de plantas y animales; en algún momento se siembra y se cosecha en un lado de la tierra, luego se le da un tiempo para descansar y se siembra en otro. Para nosotras, hablar de nuestra relación con las semillas y con la tierra es hablar también de una relación organizativa, comunitaria y espiritual, porque quien está sembrando frijol te lo cambia por maíz y aprendes a relacionarte, procurando no dar menos maíz y recibir más frijol. Esta relación espiritual nos ayuda a tejer.
El monocultivo extendido se impone en un ambiente territorial que de antemano no es propicio para la planta y empieza a desplazar la vida que tiene la tierra, porque ya no puedes sembrar otra cosa. Los agroquímicos dañan el cuerpo y envenenan la tierra, la comunidad, tu relación con la tierra. Y un momento muy triste y muy duro para nosotras es cuando llega la palma aceitera y te dicen «te vamos a alquilar tu tierra y vamos a sembrar». Se trata de una nueva táctica; no te la compran, no te despojan de ella, solo te la alquilan por dos meses y te pagan una cantidad que te hace falta debido a tu situación de pobreza. Pero ¿qué pasa después? Que ya no vas a poder sembrar nada más porque se enferma y se enferman también los ríos porque reciben todos los residuos de agroquímicos. Esta gente se protege con seguridad privada y tiene una forma de amedrentar los cuerpos en nuestros territorios: hay violencia sexual, acoso… Rompen totalmente la armonía en la comunidad.
Ahora la situación es compleja. La palma aceitera en mi territorio maya quechi ha sido muy perversa, ha habido secuestros, han dividido las comunidades, ha habido pactos de corrupción y de impunidad en el estado nación colonial y en sus formas de no reconocer la autonomía de la organización de los pueblos en relación con la tierra. La situación es compleja también económicamente porque mucha gente que ha alquilado la tierra acaba yéndose a la ciudad o a otro país porque su tierra ya no la puede vender porque ya no sirve. Es bien duro tener que decir que la tierra ya no sirve y que la tierra se alquila. Y sabemos desde qué grado de empobrecimiento lo hace la gente, no podemos estar en una nebulosa: quien tiene hambre busca qué comer.
Hablar de soberanía alimentaria es hacer una apuesta política por la vida y no solo por el alimento desde ese bienestar de la ola vegana o ecológica. No ataca únicamente al alimento que te estás metiendo en el estómago, va más allá de saber que es algo ecológico o no. ¿Qué implica el monocultivo política, económica y espiritualmente para los pueblos, para la vida, para las niñas, para las mujeres? El monocultivo no es una propuesta de vida, ni de trabajo ni de desarrollo, es destrucción por todos lados, rompe la memoria de la relación con la tierra. Nuestra milpa es una relación de vida y el monocultivo es una relación de producción.
Alex Vásquez
Tzk’at, Red de Sanadoras Ancestrales del Feminismo Comunitario Territorial en Iximulew-Guatemala
*La milpa (del náhuatl milpan: milli, 'parcela sembrada' y pan 'encima de') es un agroecosistema mesoamericano tradicional conformado por un policultivo cuyos principales componentes son maíz, frijol y calabaza.