Aportes de la comunidad agroecológica del norte de Extremadura
Guillem CABALLERO y Kike MOLINA
Un territorio que encara una crisis multidimensional —ambiental, social y económica— debe decidir cuáles son sus siguientes pasos. Con base en dos investigaciones [1] realizadas durante 2018 y 2019, y desde la implicación activa en diversas iniciativas, veremos qué escenarios se plantean y cómo la comunidad agroecológica local va abriendo e imaginando nuevos caminos.
Pilón de compost compartido realizado en las Casas del Castañar. Foto: Guillem Caballero
Perspectiva del Valle desde los Riscos de Villavieja. Foto: Guillem Caballero
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? La Extremadura saqueada
Empezamos nuestro andar situándonos en un territorio rural, flanqueado de verdes laderas aterrazadas y (des)organizadas en pequeñas parcelas. El sol calienta, pero el aire corre generosamente, el agua ha ido dibujando escarpadas gargantas y fluye hasta acabar en el río Jerte, si es que queda alguna fuente que no se haya secado por este largo verano climático. Estamos en el norte de la, aún, Extremadura saqueada, título del libro que hace cuatro décadas coordinaran Mario Gaviria, José Manuel Naredo y Juan Serna para denunciar la disciplina y el extractivismo al que se venía sometiendo al campo extremeño; una denuncia que no ha servido para revertir los procesos de desposesión y expolio. Por el contrario, durante este tiempo se han profundizado las relaciones de intercambio desigual de Extremadura bajo el proceso de globalización neoliberal. Estamos en una comunidad autónoma rica en recursos naturales que funciona como una región económicamente periférica especializada en la extracción de biomasa agraria bajo el modelo de «campamento minero»: extraer y extraer sin que se sienten bases para una economía propia.
Debemos saber que paseamos por una región que se encuentra amenazada por la despoblación y que comparte los demás malestares que aquejan al mundo rural del Estado español. La población envejece y las personas jóvenes con formación emigran a otras zonas con mayor perspectiva laboral. En el periodo 2011-2017, 14.000 jóvenes emigraron y cada mes se van al menos 200 de entre 20 y 39 años, según datos de la Junta de Extremadura. Además, esta comunidad autónoma está catalogada como la región menos desarrollada (el PIB se encuentra por debajo del 75 % de la UE27), tiene la tasa de riesgo de pobreza más alta del Estado (44,3 %) y un paro juvenil que llega al 45,4 % de media y sube hasta el 59,2 % entre las mujeres. En todo caso, se trata de trabajo, a su vez, precario, ya que el 95,2 % es temporal. A veces, más que caminar por lindos parajes nos parecerá que navegamos en un mar de incertidumbre.
El imperativo capitalista sigue dibujando una huida hacia adelante mediante la intensificación en los cultivos, la especialización en monocultivos y la exportación hacia mercados cada vez más lejanos.
A este paisaje debemos sumarle los riesgos que supone el cambio climático para la región: se pronostica un aumento de las temperaturas entre 2,5 y 3 ºC en los próximos 30 años, se alargarán los veranos y se desplazarán los inviernos y habrá una alteración en el ciclo de lluvias, reduciendo en un 50 % las precipitaciones. Los daños que van a dejar situaciones como la actual escasez de lluvias en el Valle del Jerte aún son difíciles de comprender. La amenaza es terrible para un territorio que depende de la agricultura, es decir, del clima. Además, el imperativo capitalista sigue dibujando una huida hacia adelante mediante la intensificación en los cultivos, la especialización en monocultivos y la exportación hacia mercados cada vez más lejanos (el nuevo reto es China, Taiwán y otras plazas del este asiático). Así es como se asientan las bases de la insostenibilidad que conduce hacia una encrucijada social, económica y ambiental.
La «modernización» del Valle del Jerte: Un paseo entre calles de cerezos en flor
La modernización y la especialización agraria impulsadas por el movimiento cooperativo valxeritense durante el siglo XX salvaron a sus pueblos de la despoblación, pero ¿volverá a dar resultado ahora?
Para entender las transformaciones recientes en el paisaje y la agricultura del Valle del Jerte hemos de emprender un recorrido que comienza con las desamortizaciones del siglo xix, que pusieron fin a las estructuras comunales del territorio valxeritense, y sigue con el impulso cooperativo que se dio en la comarca durante el siglo xx. Antes de las desamortizaciones, en el Valle del Jerte podía encontrarse una diversidad de cultivos, pastos y bosques que permitían una economía de subsistencia en la región, donde ya se cultivaba el cerezo, pero no dominaba el paisaje como en la actualidad. Después, el gran impulso cooperativo que tuvo lugar a partir de la década de los sesenta del siglo pasado (aunque la primera cooperativa data de los años treinta) permitió la llegada de los productos del Valle del Jerte a los mercados de los centros económicos del Estado español antes que los productos de otras regiones, ofreciendo a la comarca una ventaja competitiva con la cereza como producto estrella e introduciendo a los agricultores del Valle del Jerte en una lógica de búsqueda del aumento de la renta agraria a través de la especialización en este valorado fruto.
La agricultura familiar se estabilizó alrededor del cerezo, dejando en gran medida de lado a la ganadería (sobre todo caprina), y se acentuó por las grandes enfermedades en otros cultivos importantes como la castaña y la vid. Más tarde, durante el periodo 1980-2010, ocurrieron una nueva oleada de transformaciones en el Valle del Jerte que desembocaron en la inserción de la comarca en el sistema agroalimentario globalizado. El salto de escala llegó con la creación de una cooperativa de segundo grado (La Agrupación de Cooperativas del Valle del Jerte) y la implementación de varias innovaciones tecnológicas y empresariales: se introdujo el frío en la poscosecha para alargar la vida útil del fruto, se hizo una reconversión varietal según las demandas del mercado, se creó la marca Valle del Jerte a través de la denominación de origen de las picotas, la variedad autóctona de cereza. Además, se aplicó un paquete de medidas propias de la Revolución Verde (fertilización química, pesticidas y herbicidas, variedades comerciales) y se adaptaron los manejos a los requerimientos de los mercados globales.
Todas estas transformaciones han conducido a un modelo de agricultura familiar basado en la exportación de un monocultivo. La Agrupación de Cooperativas del Valle del Jerte está integrada por aproximadamente 3500 agricultores y agricultoras que comercializan en su conjunto aproximadamente 20.000 toneladas de fruta al año. De estas 20.000 toneladas, 17.000 (el 85 % del total) son de cereza, de las cuales el 70 % están destinadas a la exportación.
Recientemente ha quedado patente que el modelo de desarrollo local, basado en la rentabilidad de la cereza, se encuentra en crisis. La oferta en el mercado mundial de la cereza ha crecido un 43 % en los últimos 55 años debido a la aparición de nuevas zonas productoras con menores costes de producción. Esto ha generado un aumento de la competitividad y una bajada en la rentabilidad de la cereza del Valle del Jerte, a lo que hay que sumar los altos costes de producción que van en alza. La modernización y la especialización agraria impulsadas por el movimiento cooperativo valxeritense durante el siglo xx salvaron a sus pueblos de la despoblación, pero ¿volverá a dar resultado ahora?, de no ser así, ¿qué otras estrategias son válidas para transitar hacia un modelo productivo económicamente viable, ecológicamente sostenible y socialmente justo?
Y ahora, ¿qué camino tomamos? Andaduras de la comunidad agroecológica
Ante la crisis multidimensional de la agricultura familiar en el Valle del Jerte, tres son las rutas (ideales) que se dibujan para las familias agricultoras de la comarca:
1. La intensificación capitalista, es decir, el aumento de la producción y la exportación a costa de aumentar el deterioro ecológico;
2. La recampesinización agroecológica, basada en la búsqueda de autonomía con respecto a los mercados globales a partir de la agricultura ecológica y los circuitos cortos de comercialización;
3. La desactivación y abandono de la actividad primaria.
Dentro de la ruta de la recampesinización se encuentra la comunidad agroecológica del norte de Extremadura, trazando posibles caminos a seguir. Una comunidad viva con una alta densidad de redes de cooperación que tejen solidaridades, producciones, transformaciones y saberes en el territorio.
La actitud frente al mercado de quienes se dedican a la agricultura pasa por una diversificación de estrategias para adaptarse a la fuerte presión que este ejerce. Es difícil evadir los canales tradicionales del Valle cuando la producción de cereza es elevada y el comercio y consumo local tan escasos. A pesar de ello, hay un interés generalizado en el desarrollo de canales alternativos y se está trabajando en la búsqueda de innovaciones en la distribución y comercialización de fruta ecológica con fórmulas cooperativas renovadas. A fin de cuentas, es difícil desprenderse de la dependencia en un monocultivo, aunque persiste la memoria de unos manejos tradicionales —no tan lejanos— con diversidad en los cultivos y en los usos ganaderos y forestales del territorio.
Igual de complicado es romper con ciertos patrones culturales que, como la tierra, se heredan de generación en generación. Las mujeres y las personas jóvenes, que hasta ahora habían tenido un papel secundario (o más bien invisible) en la comunidad agroecológica, actualmente aportan propuestas diferentes, apuestan por una mayor diversificación en los cultivos, dan más importancia a la transformación de productos, participan activamente en la construcción de canales alternativos y se implican en las estructuras de toma de decisiones.
Hoy en día, uno de los vectores más importantes de transformación en el territorio es la asociación Tierra Sana, que aglutina a una base de productoras con fines agroecológicos. A través de ella se facilitan los canales de intercambio de experiencias, con metodologías como la de «campesino a campesino», diseminando los conocimientos de forma horizontal y aprendiendo del ejemplo. Estos productores y productoras buscan promover una economía social y solidaria afianzada en el territorio, y contribuir en el camino a la soberanía alimentaria y el derecho a la alimentación de todas las personas del Valle del Jerte y comarcas aledañas mediante el fortalecimiento de la economía local con renovadas formas de cooperación desde la base.
Las piedras en el camino
Nos encontramos con el riesgo de una transición ecológica conducida por el agronegocio tras una fachada verde.
En todo camino hay obstáculos. En nuestro caso, nos encontramos con el riesgo de una transición ecológica conducida por el agronegocio tras una fachada verde. La creciente sensibilización hacia el sector «eco» por parte de la administración y de la sociedad ha generado un aumento significativo de fincas en conversión a ecológico, más de 50 solicitudes solo en el Valle en este último año. Este cambio puede traer aportes interesantes en los manejos de suelo, agua y fertilidad, reduciendo el impacto de los actuales fitosanitarios, tóxicos para el medio ambiente. A pesar de ello, este incremento no viene acompañado de cambios estructurales en las formas de cooperativismo ni representa un giro hacia otras economías y mercados más justos para las productoras. De esta manera, se puede llegar a una agricultura ecológica de mano de «expertos», centrada en la sustitución de insumos sin tener en cuenta el cierre de circuitos energéticos y materiales, manteniendo las actuales erosiones de los elementos fondos del ecosistema que permiten la reproducción de la vida en la comarca.
Para evitar tropezar con esta piedra (o más bien pedrusco) es necesario explorar nuevos modelos de gestión del territorio guiados por un refortalecimiento del cooperativismo de base e introducir conceptos como la custodia del territorio, convirtiendo a las propias agricultoras en las cuidadoras del medio ambiente mediante buenas prácticas en finca que favorezcan la biodiversidad. Queremos abrir nuevos imaginarios en la gente y generar modos de vida atractivos para jóvenes y mujeres. Se trata de mujeres que sufren una triple opresión —por ser mujeres, rurales y extremeñas— y de una población joven altamente formada que viven precariamente en ciudades sin la oportunidad de volver y desarrollar sus intereses profesionales. Consideramos imprescindible el fomento de una cultura con raíces críticas que se alimente de las tramas de vida que componen este paisaje. Solo si logramos imaginar nuevos mundos podremos llegar a construirlos.
[1] Caballero Lorite, G. (2018). Aproximación a la diversidad de agroecologías en el norte de Extremadura (Trabajo Final de Máster). Universidad Internacional de Andalucía, Baeza.
Molina Merino, E.S. (2019). El Valle del Jerte en la encrucijada: pasado, presente y futuro de la comarca desde una perspectiva agroecológica (Trabajo Final de Máster). Universidad Internacional de Andalucía, Baeza.
Traemos este decálogo de medidas frente a la crisis del monocultivo del cerezo en el Valle del Jerte como guía de propuestas para afianzar el futuro de la agricultura local
1. Cooperativismo. Ir más allá de fórmulas jurídicas: que actores sociales, preocupados por salud o educación se involucren en otro sistema agroalimentario más local
2. Diversificación hacia lo ecológico. Los monocultivos convencionales son frágiles desde el punto de vista económico y ambiental
3. Otra distribución es necesaria. Modificar, saltar o hackear la gran distribución.
4. Transformación. Producir más y mejor, producir otras cosas, añadir valor con miniindustrias.
5. Promoción de la agricultura que cuida territorios y variedades autóctonas (picota en el caso de la cereza).
6. Otras políticas públicas que apoyen a la pequeña producción y leyes de venta directa e inversión en logística necesaria.
7. Administraciones implicadas en un consumo público y local. Soberanía alimentaria, social y política.
8. Exenciones fiscales para productos sanos y saludables, como servicios a la salud y al medio ambiente.
9. Planes de investigación y formación específicamente dirigidos a la conversión hacia sistemas agroalimentarios más diversificados, más locales, más sustentables
10. Derecho a la alimentación como derecho básico. Comemos tres veces al día: todo el mundo tiene que hacerlo y además de forma que nos alimente.
Inspirado en Ángel Calle, «Diez medidas frente a la crisis del monocultivo de la cereza», Elsaltodiario.es
Guillem Caballero
Graduado en Biología y máster en Agroecología. Integrante de Tierra Sana
Kike Molina
Graduado en Ciencias Ambientales y máster en Agroecología. Miembro del área de Agroecología, Soberanía Alimentaria y Medio Rural de Ecologistas en Acción