Reseña del documental Soñando un lugar, de Alfonso Kint
Héctor CASTRILLEJO
Fotogramas de Soñando un lugar, del director Alfonso Kint. 2018
Aún nos queda el regusto a miel y tomillo después de ver Soñando un lugar. Se queda prendido mucho tiempo ese sabor dulce en la boca y en el ánima de quien lo ve.
El documental nos cuenta la historia de Lucía y su gente, y de Torralba de Ribota, en Aragón, pero en realidad es la historia de nuestros sueños enterrados, de la utopía reverdecida y puesta en pie. Ante el nacimiento de Greta, Lucía y su pareja toman la decisión de buscar un lugar soñado lejos de la gran ciudad. La película va narrando con belleza, ritmo y humor el encuentro con este pueblo y sus gentes. Con apenas un centenar de habitantes, Torralba vive la cruda realidad de la despoblación y la epidemia de desesperanza que se cierne sobre el mundo rural. «Nadie canta ya al volver del trabajo». ¿Es posible dar la vuelta a esa inercia hacia la nada? ¿Cómo? Lucía y Alfonso vienen del mundo de la creación artística, poco a poco, personas de su antigua vida urbana les visitan y también deciden quedarse a vivir en el pueblo hasta poner en pie el proyecto «Pueblos en Arte». La música, el teatro, el arte y la belleza toman las calles y las ruinas del pueblo van atrayendo cada vez a más gente.
Torralba vive la cruda realidad de la despoblación y la epidemia de desesperanza que se cierne sobre el mundo rural. ¿Es posible dar la vuelta a esa inercia hacia la nada?
Esta historia, que es radicalmente local y por ello universal, es la historia de la fuerza de la belleza frente a la resignación, el poder del arte como motor de cambio, de dinamización y de renacimiento. Si la utopía es el «no lugar», esta es la definición perfecta de la película, la utopía, el no lugar, cualquier lugar, el lugar soñado...; porque en el fondo no habla de un sitio concreto, sino de cualquier pequeño rincón del mundo donde siempre puede reverdecer el sueño de una comunidad sostenible, de un modelo de vida más amable, más lento, más sano, que no nos use y nos triture junto con nuestro tiempo y nuestro paisaje.
Es importante destacar que el eje de ese movimiento hacia la vida es el arte. Que algo tan aparentemente volátil e inmaterial sea el eficiente motor contra la despoblación de un lugar puede sorprender, pero no deja de ser un ejemplo más de otros que existen de norte a sur y de este a oeste. La recuperación del rito del encuentro, del disfrute del ocio, de la alegría, de la belleza... es a menudo la piedra filosofal que sostiene el anhelo de un cada vez más creciente número de personas que buscan otra forma de vida lejos del modelo de las grandes urbes. En un mundo interconectado, las posibilidades de teletrabajo crecen exponencialmente y a menudo ahí está el quid de la cuestión: en lo simbólico, en lo que tiene que ver con el alimento de nuestra alma, en ese patrimonio inmaterial que nos hace humanidad. Sin duda, una perspectiva a tener en cuenta si queremos volver a ver nuestros pueblos vivos para intentar una alternativa viable al colapso material y emocional que nos atenaza. Una perspectiva basada en la experiencia concreta y palpable que nos cuenta maravillosamente Soñando un lugar.
«Hay una línea que une la ruidosa ciudad con el mundo rural. Creo que al recorrerla se puede viajar a una dimensión donde parece que el tiempo se detuvo en algún punto de su historia, un lugar donde aún se puede disfrutar de la paz y de la libertad, donde es posible otro tipo de vida más saludable y en armonía con lo que somos».
Gracias a Soñando un lugar por recordárnoslo y demostrarlo.
Gracias.
Héctor Castrillejo
Universidad Rural Paulo Freire del Cerrato