Una oportunidad para desmontar tópicos
Julio MAJADAS ANDRAY
Centro del Lobo Ibérico de Castilla y León. Sanabria (Zamora). Fotos: Víctor Casas del Corral
La interacción entre el lobo ibérico y la ganadería extensiva es uno de los máximos exponentes de ese conflicto entre lo urbano y lo rural. El lobo, habitante de estos territorios, es percibido por algunas personas como el paradigma de la conservación de la naturaleza y la visión de lo rural como un espacio silvestre, más que humano; y para otras, el lobo es un enemigo feroz que supone pérdidas económicas y daños emocionales. Dos miradas culturales y vitales tan opuestas, tan lejanas, que son incapaces ya de escucharse.
Hace unas semanas, en un diario digital, se publicó un artículo en el que se afirmaba tajantemente que el conflicto urbano-rural es un mito utilizado para justificar posicionamientos éticos y económicos que nada tienen que ver con «el lugar en que viven las personas». Esta firme negación me hizo pensar que son precisamente este tipo de aseveraciones las que, en gran medida, forman y endurecen el enfrentamiento. Aquí, una de las partes niega el sentimiento de agravio de la otra: tú haces patente que «sientes» que estoy maltratándote y yo, en vez de preguntarme o preguntarte qué ocurre para que tú sientas eso, lo niego; así, mi maltrato no desaparece y tu sentimiento de agravio crece.
Quien habita lo rural
El paisaje peninsular, entendido como algo complejo y con raíces antropogénicas, es tan diverso que encerrarlo en el término rural resulta, cuando menos, excesivo. Quizá, en un principio de siglo tan rápido y cambiante y con tanta tendencia a homogeneizar sociedades y culturas, hemos dejado que el término pierda su base conceptual. Pues bien, esta no es otra que la actividad del sector primario con base territorial, que, hasta bien avanzado el siglo xx, era la clave que mejor definía y modelaba el paisaje y la sociedad rural.
Sirva esta introducción para enmarcar este artículo en lo rural y no en el rural. Y, por ajustarnos a la dimensión territorial del problema, lo situamos en las montañas del cuadrante noroeste, donde, en muchos lugares, el suelo solo puede producir alimento suficiente para sus habitantes mediante la ganadería.
Todas las personas consideramos el medio natural como algo propio; por ello nos sentimos no solo capacitadas, sino también con la responsabilidad de opinar, de exigir, de actuar y de promover modelos de gestión acordes con nuestros principios. Sin embargo, en algún momento, hemos olvidado que, entre los seres que viven en esos paisajes, también hay personas.
El lugar donde habitan los lobos, el bosque que los alberga y los mamíferos que lo alimentan son y están porque varias generaciones de personas han vivido, trabajado y se han sustentado de ese medio. Decirles a esas personas cómo deben conservar su paisaje o calificarlas de buenas o malas pastoras, en función de un baremo que las sitúa como meras figurantes en el ecosistema resulta como poco atrevido y seguramente humillante. Y aunque sea lógico como sociedad plantearnos unos objetivos de sostenibilidad para estas áreas (como parte esencial de nuestro territorio), la ausencia de voz y capacidad de decisión de lo rural en este proceso es injusta y genera una sensación de colonización que contribuye al proceso global de abandono y despoblación.
La escalada del conflicto
El lobo nunca ha desaparecido de la península ibérica, si bien fue en los años 60 y 70 cuando quedó relegado, en sus horas más bajas, a algunas zonas montañosas de la cordillera cantábrica, Galicia y los montes de León. Probablemente, a partir de mediados de los 90, el lobo comienza su recuperación y vuelve a colonizar lugares de los que había desaparecido hacía más de 40, 50 o 70 años.
Si el lobo no ha desaparecido nunca, ¿por qué ahora, cuando parece que vive un mejor momento, se agudiza el conflicto? Habrá quien responderá que por eso mismo: el lobo ha vuelto, ataca sus rebaños y genera daños económicos, anímicos, morales... Sus vecinas, amigas y familiares entenderán su dolor y le apoyarán. Para otras personas, puede que el lobo no sea más que una excusa para hablar de conservación y ecología y llegar a más gente; otras, puede que se enmarquen en una ética antiespecista, cada día más en boga; y para muchas otras, más allá de las ideas, la conservación es un valor socialmente aceptado.
Y de repente ocurre: hay dos bandos enfrentados, dos discursos contrapuestos y un lugar común que encierra ideas y visiones irreconciliables. Y ya no se trata solo de abordar mi visión o mis intereses, sino, como en cualquier guerra o conflicto, de infligir daño a la otra parte: denigrar sus argumentos, poner en entredicho sus intereses, calificarla como incapaz, malvada o mentirosa.
Y, de nuevo, el propio conflicto en torno al lobo es una expresión más de ese muro que separa lo urbano y lo rural, y que se enquista legitimando y aplaudiendo a quienes presentan los discursos más radicales.
La verdad no es de quien más grita
Fue Tagore quien dijo que la verdad no es de quien más grita. Estamos en un tiempo de grandes y sonoros gritos, gritos que utilizan como cauce las redes sociales y manifestaciones de parte; y, como amplificador, el sensacionalismo y los sesgos de los medios de comunicación que hablan de lobos tiroteados y de ovejas destripadas para vender o para manipular.
Los argumentos del conflicto: los discursos tóxicos
Durante los últimos tres o cuatro años, la Fundación Entretantos ha estado investigando este conflicto para abordarlo a través de técnicas de mediación social. Esto nos ha permitido indagar los argumentos que engordan el conflicto y que, de tanto repetirse, parecen verdades cuando, en realidad, son solo ideas preconcebidas que ayudan a autolegitimar los discursos más extremos, aquellos que ponen en duda la honradez y la capacidad del otro.
Vamos a hacer visibles algunos de estos discursos tóxicos en un ejercicio muy básico de lo que desde la mediación social se puede hacer para comenzar a desmontar una parte del conflicto:
Los ganaderos mienten y engañan sobre los ataques. Cuestionar la honorabilidad del contrincante es un recurso tan fácil como antiguo. La desconfianza en «los otros», en los datos que manejan, en lo que dicen que les ocurre, es uno de los discursos más frecuentes entre los activistas «prolobo». Basta un caso de ganadero mentiroso para que todo el colectivo sea calificado como tal, para que todos los ataques sean puestos en entredicho y para que las propias estadísticas sean cuestionadas.
Los ecolojetas que viven del dinero público. La afirmación «hay mucha gente viviendo del lobo», repetida por gran número de personas del sector primario, pone en tela de juicio, de nuevo, la honorabilidad de la otra parte y su ética como personas, especulando a veces, incluso, con el origen oscuro de ese dinero. En este discurso, la administración forma parte de ese eje del mal que pretende, por todos los medios, acabar con el medio rural en general y con el ganadero en particular.
Los ganaduros de la PAC. Hay una leyenda urbana que dice que todas las personas que se dedican a la ganadería están cobrando de la PAC por conservar al lobo y que son simples cazasubvenciones. Nadie que se haya acercado a la complejidad de la PAC y a las injusticias que genera, tanto para la ganadería extensiva de montaña como para la conservación del medio ambiente, puede tomarse en serio este discurso. Son precisamente estas personas, ganaderas y trashumantes, de la montaña cantábrica o leonesa, las más marginadas de las políticas económicas agrarias, las que más sufren los ataques del lobo.
Científicos y expertos vendidos y mentirosos. Si la administración contratase a un equipo de lingüistas para estudiar el uso de la fala extremeña y sus conclusiones fuesen que actualmente solo la hablan 1000 personas, ¿alguien se imagina un debate de años sobre la capacidad técnica del equipo, sobre su honradez al contar falaparlantes o sobre si está vendido o no a los antifala? Pues, curiosamente, dentro del discurso de quienes defienden al lobo se genera descrédito sobre cualquier estudio científico que no avale sus posiciones. Mientras tanto, las administraciones ocultan sus datos o los dan parcialmente y los sectores contrarios manifiestan que nadie, salvo ellos, sabe lo que pasa en la realidad.
El campo estaría mejor sin animales domésticos. Es un discurso extremo, pero cada vez más conspicuo. Se trata de un movimiento vinculado al rewilding o resilvestrización (la vuelta a espacios naturales intocados y sin personas), que está instalándose poco a poco en los cimientos de algunas organizaciones conservacionistas y, como efecto, genera entre el colectivo ganadero una visión muy plana y simple de la persona ecologista, obviando que la ecología política y la agroecológica, amén de una gran parte del conservacionismo, son las mejores aliadas de la ganadería de montaña.
No trabajan, no les importa, son vagos. Cualquiera que haya pasado una sola jornada de trabajo con una pastora de ovejas, con un cabrero o con una trashumante, sabe que esto es mentira. Plantear que las personas ganaderas no cuidan a su ganado, que tienen una vida cómoda y que no les importan los ataques es, de nuevo, generar dudas sobre su profesionalidad, sobre su actitud vital y sobre su honradez. Gran parte de este discurso se apoya en el desconocimiento de quien mira a los rebaños desde el arcén y no sabe que requieren cuidados diarios que, en la gran mayoría de los casos, se llevan a cabo de manera muy profesional. Y por supuesto, existen malos ganaderos al igual que médicos poco profesionales y estudiantes vagos. Pero ellos no pueden ser los referentes.
Ecologistas que no tienen ni idea de campo. «A esos, los ponía yo a ordeñar a las 7 de la mañana…», «¡pero si no distinguen una cabra de una oveja!». Vienen de fuera, de la ciudad y, por tanto, no saben nada y están desautorizados para opinar, para decir, para proponer… No es cierto. Muchas personas científicas, ecologistas e incluso turistas tienen experiencias de campo, saben currar y conocen el territorio tanto o más que muchos de sus habitantes. Este discurso se basa, en parte, en una visión egocéntrica de quienes viven en los núcleos rurales («sabemos mejor que nadie lo que ocurre aquí») y, en parte, en un discurso victimista («a nosotros nunca nos tienen en cuenta») que les hace revolverse hacia todo lo de fuera.
DESMONTAR EL CONFLICTO: GCG
Desde 2016, la Fundación Entretantos, a través del Grupo Campo Grande, está desarrollando un proceso de mediación social en relación con el conflicto del lobo, trabajando junto a personas y organizaciones ganaderas, ecologistas y conservacionistas, científicos/as y representantes del sector cinegético en el desarrollo de propuestas y líneas de trabajo que ayuden a disminuir el conflicto. Fruto de este esfuerzo colectivo es la Declaración del Grupo Campo Grande, que se puede conocer con profundidad, e incluso apoyar, en su web: www.grupocampogrande.org/
Para concluir
Conocer este tipo de discursos, saber su origen, detectar su potencia, su grado de aceptación y su recorrido y aportar datos evidentes y razones claras a las respuestas necesarias que precisan es un paso fundamental para avanzar en el diálogo. Además, desmontar estas mentiras y tópicos puede ayudarnos a identificar mejor el papel que cada agente social desempeña en este conflicto y así empezar a separar a quienes solo gritan de quienes están dispuestos también a escuchar, a las víctimas de los energúmenos —que hay en ambas partes— y buscar resquicios para el debate leal.
En una de las investigaciones llevadas a cabo por la Fundación Entretantos, se intentó identificar a los diferentes agentes del ecosistema del conflicto y definir en una escala su vulnerabilidad, su actitud ante el conflicto y su grado de incidencia o de influencia. A modo de conclusión, me gustaría resaltar dos cuestiones de este estudio:
- Curiosamente, los dos colectivos que se consideraron más vulnerables ante la escalada del conflicto fueron, en primer lugar, el ganadero y, en segundo lugar, la población del medio rural. Su vulnerabilidad probablemente tenga que ver con su menor capacidad de organizarse, con el acceso a la información y con su propia estructura social o su sentido de inferioridad.
- Cuando se hablaba de influencia sobre el conflicto, los medios de comunicación, tanto los formales como los no formales, eran con diferencia los que tenían más responsabilidad a la hora de incidir en la escalada del conflicto.
A alguien puede parecerle que en este artículo hay un cierto —espero que pequeño— sesgo. Pero es que la información de la que disponemos en estos momentos demuestra que el colectivo ganadero, que es el que gestiona el territorio, está sufriendo ataques de manera recurrente. Ni desde las diferentes administraciones, ni desde los equipos técnicos y gestores del territorio, ni siquiera desde esa cosa que se ha dado en llamar «opinión pública», se siente amparado, comprendido, apoyado… Desde estas líneas, mi comprensión y mi abrazo ante su pérdida.
Y esta vez sí, acabo con una sencilla propuesta que, de realizarse, bien seguro que ayudaría en gran medida a paliar este conflicto socioambiental: antes de compartir un wasap, de escribir un comentario en Facebook, de enviar un mensaje con una imagen..., antes de dar recorrido a cualquier noticia, texto, foto, historia… que hable de lobos y de pastoras, antes incluso de contestar desde el lógico enfado a este artículo, pensad si estáis ayudando a desmontarlo o lo estáis alimentando.
Y, por supuesto, a los medios de comunicación tradicionales: ¡Un poco más de responsabilidad, por favor!
Julio Majadas Andray
Fundación Entretantos