Manifestación contra la despoblación en Madrid, marzo de 2019. Foto: Silvia Pérez
Se dice que el tópico es el mayor obstáculo para acercarse al conocimiento de la realidad y sabemos que todo lo rural está plagado de tópicos. Si a eso le añadimos la tendencia de nuestra sociedad a pensar en clave binaria (bueno-malo, hombre-mujer, urbano-rural...), seguramente estemos muy lejos de aproximarnos a cualquier tipo de realidad, porque cuando lo intentamos nos movemos en terrenos sembrados de trampas. En esta publicación somos conscientes de ello y tratamos de esquivarlas e incluso desmontarlas, aunque no siempre lo consigamos.
Y en este número sobre pueblos de montaña nos hemos dado especial cuenta de ello, de la importancia de romper tópicos y de superar discursos hormigonados, sin fisuras y supuestamente adaptados a cualquier situación. Sin la capacidad de entender e imaginar libre de prejuicios, como cuando jugábamos en la infancia (así lo describe Vanesa Freixa), no podemos enfrentarnos a los retos actuales. En el caso de los pueblos de montaña, hablamos de despoblación, desagrarización, aletargamiento o colonización, términos utilizados por quienes escriben en estas páginas.
Nos gustaría que estos contenidos tuvieran la capacidad de recoger y devolver el tronar de un precipitado deshielo, el escándalo vespertino de los ruiseñores en su celo amoroso, de la una a las doce campanadas con sus cuartos correspondientes o simplemente las chicharras o el aparente silencio. Pero no podemos. Y no es por la incapacidad de hablar o resonar de las páginas, sino porque otros sonidos lo impiden. El claxon de los autocares atrancados en la cerrada curva de la ermita cuando es temporada alta, las explosiones de lunes a viernes, de diez a dos, en la mina que gestionan esos extranjeros o las conversaciones de despacho que deciden dónde se quedan las inversiones. Este es uno de los aprendizajes recogidos en este número. Los pueblos de montaña ya hace mucho tiempo que no pueden hablar por sí mismos. Son voces más fuertes las que se imponen y deciden.
Así que traemos aquí algunas de sus voces hablando de problemas y propuestas, la complejidad de entender el desarrollo en estas zonas o la relectura de viejos conflictos como el del lobo. En otras secciones abrimos el debate de la economía azul, que en su discurso se empeña en encajar crecimiento económico con sostenibilidad ambiental a costa de los océanos y nos sentamos a una mesa gitana para saber sobre la cultura alimentaria de este pueblo marginalizado. Lecturas para acompañar vuestro verano, tenga la forma que tenga.
Y cerramos rescatando la propuesta de Paco Boya, una de las personas que han participado en este número, porque tiene que ver con cambiar nuestros imaginarios y porque se nos suele olvidar qué es lo que realmente importa: «En esta búsqueda de la felicidad, el mundo rural ha de asentar su paradigma porque es un espacio donde se puede ser feliz con muy pocas cosas».
Feliz verano.
Toda mi infancia es pueblo. Pastores, campo, cielo, soledad. Sencillez en suma. (…) Son detalles auténticos, que a mucha gente le parecen raros porque es raro también acercarse a la vida con esa actitud tan simple y tan poco practicada: ver y oír... A mí me interesa más la gente que habita el paisaje que el paisaje mismo. Puedo estar contemplando una sierra durante un cuarto de hora, pero enseguida corro a hablar con el pastor o el leñador de esa sierra. Luego, al escribir, recuerdo uno de estos diálogos y surge la expresión popular auténtica. Tengo un gran archivo en los recuerdos de mi niñez de oír hablar a la gente. Es la memoria poética y a ella me atengo.
Federico García Lorca
(Citado en Vida, pasión y muerte de Federico García Lorca, de Ian Gibson)