¿Un revulsivo para la sostenibilidad del cooperativismo agroecológico?
Adrià MARTÍN-MAYOR, Gemma FLORES-PONS, Patrícia HOMS
Mujeres de la comunidad de Sashe, en Zimbabwe, preparando la bebida ritual tradicional. Exposición «We Feed the World». Foto: Jo Ractliffe
Shashe, en Zimbabwe, es famosa por conservar y cultivar una enorme diversidad de granos autóctonos. Exposición «We Feed the World». Foto: Jo Ractliffe
El capitalismo avanza y la alimentación ecológica es un claro nicho de mercado. Esta situación amenaza lo que hemos construido desde el cooperativismo agroecológico y hace evidentes retos que necesitamos abordar. Hacer sostenible y extender el aprovisionamiento cooperativo de alimentos agroecológicos al conjunto de la sociedad pasa por escuchar las necesidades del momento actual y construir un cambio de escala.
Durante los últimos años, distintos proyectos agroecológicos de Catalunya, tanto de consumo como de producción, hemos ido compartiendo preguntas que nos inquietaban ante algunos problemas: ¿Por qué en los grupos de consumo han desaparecido las listas de espera? ¿Por qué las comandas de los grupos de consumo siguen siendo relativamente pequeñas? ¿Por qué las productoras siguen teniendo proyectos precarios y que requieren mucha dedicación? ¿Por qué hay poca diversidad en el seno de los grupos de consumo? ¿Por qué hay dificultades de articulación entre personas productoras, entre personas consumidoras y a la vez entre ambos grupos? ¿Se puede seguir expandiendo el consumo y la producción agroecológica con las dinámicas de organización y crecimiento que hemos replicado hasta ahora?
En este contexto, desde la cooperativa agroecológica L’Aresta decidimos, a finales de 2015,1 iniciar una pequeña investigación cualitativa con el objetivo de analizar la sostenibilidad del cooperativismo agroecológico2 y explorar qué papel podía tener un aumento de escala dentro de los sistemas cooperativos de aprovisionamiento agroecológicos.
EL COOPERATIVISMO AGROECOLÓGICO EN CATALUNYA: UNA PINCELADA
La realidad que describimos de Catalunya seguramente es parecida a la del resto del Estado español. Hemos pasado de la docena de cooperativas y grupos de consumo agroecológico a principios del 2000 a las más de 160 repartidas por el territorio,3 la mayoría de entre 15 y 30 unidades de consumo. El modelo predominante se ha basado en establecer relaciones directas con proyectos productivos que a menudo no están organizados entre sí. La mayoría de grupos no tienen tienda para vender a personas no socias y funcionan con el trabajo de los miembros pero sin remunerar esas tareas. A menudo, la organización del colectivo se basa en comisiones o grupos de trabajo y las asambleas son los espacios donde se toman las decisiones.
El modelo mayoritario vigente hasta hoy ha tendido a mantener un tamaño reducido de forma voluntaria, con la idea de asegurar una buena gestión y garantizar la participación de los miembros del grupo. Así, el modelo de crecimiento se ha basado en la multiplicación y réplica de colectivos, a menudo con un proceso de acompañamiento por parte de los proyectos que ya funcionaban anteriormente.
Actualmente, el contexto no es el mismo. El producto ecológico es mucho más accesible para toda la sociedad, también a través de los canales de venta convencionales. En este sentido, son muchas las voces que alertan de que el espacio que no ocupe este movimiento irá a parar a manos del mercado capitalista. Así, cada vez se ha ido planteando con más intensidad la urgencia de un cambio que adapte las formas del cooperativismo agroecológico a las necesidades del contexto actual.
LA PRÁCTICA DE LA AUTOGESTIÓN
Algunas de las tensiones más patentes en la mayoría de las experiencias agroecológicas emergen cuando hablamos sobre qué entendemos por autogestión, uno de los principales pilares del cooperativismo agroecológico. En los grupos de consumo organizados de Cataluña se ha apostado por la autoorganización asamblearia con herramientas de gestión propias. Este tipo de prácticas a menudo se han considerado, desde muchos sectores, como incompatibles con la remuneración y la profesionalización de tareas o con el aumento del tamaño del proyecto, por miedo a perder la autogestión del grupo.
Si nos fijamos en el formato más extendido de los grupos de consumo con los horarios de recogida de cestas (una tarde a la semana), los horarios de las asambleas, las tareas obligatorias, las formas de participación, cuáles son los criterios para implicarse y de qué forma los valoramos; podemos ver que entran en tensión con la realidad de muchas personas por motivos como: responsabilidad de cuidados de abuelos/as, hijos/as, etc., autocuidados, horarios laborales o multiactivismo. Así, a pesar de que todas estas situaciones son muy comunes y transversales, suelen abordarse de forma puntual y a menudo no se encuentra una solución que se ajuste a las necesidades individuales y eso acaba suponiendo el abandono del colectivo.
Necesitamos dispositivos cooperativos que nos permitan autoorganizar nuestro consumo agroecológico y que, al mismo tiempo, atiendan las necesidades cotidianas sin que la participación en estos espacios suponga un esfuerzo que sobrecargue las personas o, incluso, les impida la participación. Contar con la remuneración de tareas permite resolver una parte del funcionamiento cotidiano del grupo y que la participación pueda organizarse en diferentes grados de dedicación, ajustados a las necesidades y deseos de cada una de ellas, sin que eso tenga que comprometer ni la viabilidad ni la razón de ser del proyecto. Al mismo tiempo, este es un reto importante si queremos extender las formas autogestionarias a más ámbitos de nuestra vida así como a más sectores de la población.
LA RELACIÓN DIRECTA ENTRE CONSUMO Y PRODUCCIÓN
Un segundo pilar del cooperativismo agroecológico ha sido el establecimiento de la relación directa entre consumo y producción. Estas relaciones han aportado mucha vitalidad y han permitido establecer mecanismos concretos de resolución de necesidades. El consumo ha respaldado la producción mediante ciertos compromisos de compra y la producción ha posibilitado un precio justo. Pero también encontramos algunas limitaciones en estas relaciones directas. Por ejemplo, muchos proyectos productivos valoran como insuficientes los volúmenes de compra de los grupos de consumo, especialmente en relación con la tarea de gestión que les supone mantener la relación directa. Cada proyecto productivo acostumbra a relacionarse con distintos grupos de consumo y al revés, hecho que supone que se multipliquen las tareas de gestión y que los proyectos acaben absorbidos por la dinámica cotidiana.
A menudo, observamos como el compromiso está fundamentalmente centrado en la compra y difícilmente acaba traduciéndose en prácticas más profundas de corresponsabilidad. Son poco frecuentes los acuerdos para compartir los riesgos de la producción como, por ejemplo, las posibles pérdidas por causas meteorológicas o por plagas. Tampoco es habitual asumir la corresponsabilidad en el acceso a los medios de producción, el financiamiento, la planificación de la producción, el alcance de buenas condiciones laborales o cambios normativos, entre otros.
Aunque los grupos relativamente más grandes (alrededor del centenar de personas) crean espacios de coordinación con algunas de las experiencias productivas que les abastecen y se establecen compromisos, siguen alertando de las dificultades que les supone. En este sentido, plantean si grupos con una gestión interna mejorada o grupos con más capacidad económica, más masa crítica y más volumen de compra podrían facilitar que se establecieran mecanismos de corresponsabilización con un impacto más grande en la viabilidad de los sistemas cooperativos de aprovisionamiento agroecológico.
Unido a esta idea de relación directa, encontramos que hay muchas dificultades de comercialización para las productoras y la escala actual de los sistemas de aprovisionamiento les dificulta articularse. En muchas ocasiones, el hecho de mover volúmenes pequeños o muy parcializados genera dificultades logísticas y económicas que pueden dificultar la intercooperación. A menudo, los intentos de intercambiar producto, coordinar el transporte o hacer comercialización conjunta no tiran adelante, ya que los costes e ineficiencias vinculadas a la economía de escala lo impiden.
En general, se ha hecho énfasis en evitar los intermediarios, ya que se considera que podrían romper las relaciones directas con la producción o provocar precios injustos. No obstante, vemos que el uso de distribuidoras o empresas intermediarias que ni se consideran agroecológicas ni de la economía social y solidaria es muy habitual, tanto por parte de productoras que no pueden sacar todo su producto a través de los sistemas cooperativos como por parte de muchos grupos de consumo que no pueden mantener relación directa para todos los productos que necesitan. Por lo tanto, hay necesidades que no se están cubriendo con dispositivos propios del cooperativismo agroecológico. Esto ha hecho que hayan surgido algunas experiencias que han intentado hacer esta función, resolviendo los problemas asociados a la escala actual de estos sistemas de aprovisionamiento, siguiendo principios cooperativos y agroecológicos e incorporando en su seno experiencias tanto de consumo como de producción.
LA ECONOMÍA SOLIDARIA, UN MARCO DONDE DESARROLLAR LA ESCALABILIDAD
La escalabilidad y el tamaño de los proyectos siempre han dado lugar a debates dentro del cooperativismo agroecológico. La situación actual, con sus amenazas y oportunidades, hace que el debate aún esté más vivo. Si queremos mejorar la sostenibilidad de los proyectos agroecológicos y extender la agroecología y la autogestión a más sectores de la sociedad, necesitamos repensar críticamente las prácticas que estamos llevando a cabo. Estos sistemas se nos están quedando cortos en su objetivo de hacer sostenible la producción y la extensión del consumo al conjunto de la sociedad para conseguir la soberanía alimentaria.
Ahora bien, estamos en un momento de visibilidad y crecimiento de las alternativas económicas y eso es también una oportunidad para el cooperativismo agroecológico. Aunque la relación entre el espacio de la Economía Social y Solidaria (ESS) y el movimiento agroecológico es evidente, en Catalunya estos han coexistido como dos espacios con dinámicas bastante diferenciadas, una tendencia que en los últimos años se está reconduciendo.
El hecho de acercar la ESS puede favorecer el desarrollo y la consolidación del cooperativismo agroecológico, ya que podría nutrirse del bagaje y experiencia de las entidades de la ESS en ámbitos organizativos, de financiación, logísticos o comunicativos, así como aportar criterios y mecanismos de evaluación, seguimiento y transparencia de los proyectos (por ejemplo, el Balance Social).
Si hablamos de escalabilidad, también es muy claro que el mundo de la ESS puede abrir nuevos horizontes al cooperativismo agroecológico, con experiencias en sectores como el consumo energético (Som Energia) o las telecomunicaciones (Eticom Som Connexió). Y, en este sentido, recuperar el cooperativismo de consumo histórico, fuertemente arraigado a las necesidades de las clases populares, puede contribuir en el hecho de abrir nuevos imaginarios. En este sentido, este cambio de escala en el consumo podría facilitar también la experimentación de nuevas formas de cooperativismo agrario, a partir de la cooperativización de los medios de producción agroecológicos y la comercialización. Para hacer efectivo un cambio de escala que responda a los objetivos del movimiento agroecológico, necesitamos que emerjan proyectos cooperativos en el marco de la economía solidaria organizada y que ocupen cada una de las funciones y necesidades de los sistemas de aprovisionamiento de alimentos agroecológicos.
Recuperar el cooperativismo de consumo histórico, fuertemente arraigado a las necesidades de las clases populares, puede contribuir a abrir nuevos imaginarios.
El debate sigue avanzando y el desánimo vivido en ciertos momentos va dando lugar a la efervescencia y la experimentación. En los espacios de discusión en los que hemos participado últimamente, hemos podido ver que se están buscando nuevos referentes que actúan como catalizadores de nuevos proyectos y de debates internos (un caso evidente es el fenómeno que se ha producido con el documental FoodCoop). Son muchas las experiencias de consumo organizado que están compartiendo los debates internos y los cambios organizativos con el propósito de hacer sostenibles sus proyectos. No parece fácil, de hecho nunca lo ha sido y, sin embargo, hemos conseguido llegar hasta aquí. El mercado capitalista tiene claro que hay un nicho de mercado y está actuando. Nosotras tenemos en nuestra mano la oportunidad de continuar experimentando formas creativas que sigan alimentando y extendiendo el movimiento agroecológico para acercarnos a la soberanía alimentaria desde las necesidades actuales y la escala parece ser una de las claves para avanzar.
[1] Para este estudio hemos contado con el apoyo del Ajut per a la realització de treballs de recerca en l'àmbit del cooperativisme de la Fundación Roca Galès y la ACCID.
[2] Hablamos de cooperativismo agroecológico para destacar el hecho cooperativo que caracteriza estos proyectos, a pesar de la baja presencia de la fórmula jurídica cooperativa. Nos permite visibilizar la intersección entre la agroecología y la economía social y solidaria, al mismo tiempo que recuperar el imaginario del cooperativismo obrero histórico para repensar cómo actualizamos las prácticas actuales a las necesidades y retos que están emergiendo.
[3] Datos de 2015.
Adrià Martín-Mayor, Gemma Flores-Pons, Patrícia Homs
L'Aresta, Cooperativa Agroecológica