Reseña del libro Trangénicos ¿de verdad son seguros y necesarios?, de José Ramón Olarieta
Rosa BARASOAIN ASURMENDIPortada del libro
«Se continúa presentando el progreso tecnológico como un bien común indiscutible para evitar la discusión sobre posibles alternativas».
La prensa y otros medios han conseguido indignar y luego hastiar con artículos desde el autoproclamado «mundo científico» alabando el avance, el progreso y las bondades de la biotecnología, y en concreto de las semillas modificadas genéticamente con las que, dicen, se acabará el hambre en el mundo, o se conseguirán mejores cosechas o se logrará cultivar sin tierra… Si una verdad a medias es una mentira, en este tema las medioverdades rebosan, y para blindarlo más ahora se afirma que es un tema «solo apto para científicos». A una evidente falta de confrontación informativa ha salido al paso este libro, en el que el autor va desvelando esas falsedades y lo hace con conocimiento y con respeto. Información veraz como antídoto para tanta duda sembrada, para ese intento de acomplejarnos como desinformados (como si no llegáramos a un nivel aceptable), de llevarnos a asimilar dócilmente cuanto quieran vendernos con el señuelo del progreso.
¡Dejad paso que viene la ciencia!, dicen quienes se autoproclaman científicos y se otorgan el derecho a establecer dogmas como si el hecho de ser investigadores de una rama de la ciencia les sirviera para todas, les hiciera infalibles en temas como la decisión sobre qué y cómo se alimentará la humanidad. Desde su libro, Olarieta desmonta este planteamiento interesado a favor de la sacrosanta ciencia y en contra de quienes tienen miedo al «adelanto tecnológico». Nos da argumentos y desmitifica la ciencia y a los científicos. «Los científicos no somos más de fiar, ni más objetivos ni neutrales que cualquier otro colectivo, especialmente si hablamos de nuestro propio trabajo». Pero son los mercaderes de transgénicos los que han querido llevar por ahí el debate, presentándonos a los científicos como los exclusivos portavoces de la sociedad y del progreso; de su modelo de sociedad y de su progreso.
En las páginas del libro se destacan gráficamente algunas frases como islas de luz: «La realidad es que el hambre ha aumentado en EE. UU. desde que se inició la producción comercial de estos cultivos». Tampoco se ha reducido el nivel de plaguicidas. ¿De qué pueden presumir entonces? Otra afirmación interesante: «Los transgénicos, los OGM, no han sido diseñados para aumentar los rendimientos, sino para producir insecticidas y/o ser tolerantes a los herbicidas». Los mismos herbicidas que venden junto con las semillas, en el mismo lote.
¿Recordáis cómo se hablaba de coexistencia? ¿Cómo se exigía el derecho a sembrar maíz transgénico si uno quería hacerlo? Hablaban de distancias de seguridad ridículas e imposibles para evitar la polinización… Hoy nos vemos en la necesidad de importar el maíz ecológico de Francia, de Italia, porque aquí las cooperativas cerealistas no han asegurado ese espacio para los ecológicos. Todo va mezclado. También la desinformación. El autor desmitifica muy bien este falso cientifismo porque le consta que se ha censurado y se ha «apartado» a los científicos que en sus trabajos han mostrado los efectos negativos de los transgénicos. Y cada vez son más los agricultores que claman por su independencia, por sus propias semillas, por las mejoras locales sin pasar por caja de las multinacionales. Y todo esto ante la pasividad, cuando no la connivencia, de los gobiernos. Somos junto con Portugal y un poquito también en Rumanía, los únicos que sembramos transgénicos en Europa.
Este libro nos da muchos argumentos, el primero es que la sociedad en su conjunto debe decidir hacia dónde vamos (en el tema agrario también), no pueden ser solo los propios vendedores parapetados tras algunos científicos los únicos en dar argumentos y que además sean incuestionables. Son parte interesada y además han engañado. Nos engañaron cuando dijeron que el herbicida al que son tolerantes los transgénicos era biodegradable; han exagerado resultados y bondades que no son tales; han engañado cuando afirmaban que tardarían 40 años en aparecer resistencias —y ¡¿qué son 40 años en la naturaleza?!, pero ni eso—; se han aprobado sin saber muy bien cómo funcionan, sin una mínima información toxicológica, etc.
El autor está bien preparado en temas agrarios, es doctor en Ingeniería Agrónoma y profesor titular de Edafología y Química Agrícola en la Universitat de Lleida; forma parte de un grupo de investigación sobre suelos y aguas de esta universidad; trabaja en el análisis comparativo de sistemas agrarios históricos y actuales y participa activamente con los agricultores y colectivos que defienden la agroecología y las variedades locales desde la plataforma Som lo que Sembrem y en la Assemblea Pagesa. Es de agradecer cómo argumenta, porque no recurre a textos farragosos y oscuros para simular conocimientos elevados o científicos. Él es científico, de una ciencia relacionada con la agricultura, y también una persona sencilla, íntegra, que se ha preparado durante décadas, que escribe como habla y habla como piensa, con claridad, conocimiento y compromiso con un mundo mejor. El texto es divulgativo pero aporta hasta 509 notas para quien quiera profundizar en sus afirmaciones y dudas. «Países como Austria han mantenido su prohibición de cultivar OGM porque su apuesta de futuro se basa en la agricultura ecológica. Aquí todavía nos los presentan como progreso tecnológico, como un bien común indiscutible para evitar el debate sobre posibles alternativas».
Este libro nos ofrece muchos argumentos, insisto, y los vamos a necesitar en lo venidero, para no quedarnos ni en el sí porque sí, ni el no porque no, ni en la sumisión a los mensajes publicitarios cada vez más agresivos que nos niegan, incluso, el derecho a opinar y a elegir.