Xavier FARRÉS WÜNSCH, Sylvia GIMÉNEZ FLUXÀ, Agustí MERCADAL LÓPEZ, Miquel TORRENS ESCALAS y Juanjo TORRES RIBAS

Santa Gertrudis Ibiza cebada

Campo en Santa Gertrudis (Ibiza) hasta hace poco sembrado de cebada. Foto: Juanjo Torres

verduras baleares ibiza

Mercado de verduras en Menorca. Fotos: Gustavo Duch

 

Hablar de los impactos del turismo en el medio rural invita a poner atención en aquellos territorios donde su llegada fue similar a un tsunami. Un buen ejemplo son las Illes Balears, una sociedad eminentemente agraria y pesquera que en apenas una década se vio reorientada de forma radical al sector servicios, con importantes y diversas consecuencias a nivel económico, social, cultural y medioambiental.


El 15 de julio de 1966 es una fecha que la mayor parte de la población ibicenca no recuerda, pero ese día se abrió al tráfico internacional el aeropuerto de Es Codolar y también las puertas a un cambio sin precedentes que, hoy en día, nos ha hecho superar todos los límites biofísicos isleños; una transformación solo posibilitada por la entrada de insumos y combustibles foráneos.

La historia de la transformación turística de cada una de nuestras islas es particular; por no entrar en detalle, diremos que todas la experimentaron de forma muy rápida. Mientras un reducido grupo de personas, particulares y políticos, con unos intereses muy determinados, abrieron la senda hacia el conocido boom turístico de los sesenta, la mayoría de la población mantenía unas costumbres y un ideario que se había adaptado a lo largo de los siglos a este territorio en concreto y que tenía la unidad familiar como centro de la explotación agraria y de consumo. Una sociedad rural tradicional, no acostumbrada del todo al dinero y con tasas de escolarización mínimas, saltó de repente al siglo XX de la mano del boom turístico que demandaba servicios, productos, hoteles, casas, chalés..., a cambio de beneficios impensables en la explotación agrícola tradicional. Las nuevas necesidades vaciaron de jóvenes a las familias y las costumbres ancestrales isleñas fueron perdiendo su validez.

PRIMERA OLEADA

Históricamente, el precio de la tierra en estas islas venía dado por su valor agrario. Las tierras más ricas eran principalmente las del interior, mientras que las de costa eran poco productivas y poco valoradas. Con la llegada del turismo de masas, los terrenos litorales pasaron a ser urbanizados, transformando completamente la fisonomía costera. Así, anecdóticamente, los últimos en el escalafón de las herencias familiares pasaron a ser los principales beneficiados.

De esta primera oleada turística que aterrizó en las playas, es destacable el caso de Sant Jordi, al sur de Mallorca. Este pueblo, situado en una zona con una gran capacidad productiva (frutas, hortalizas y leche), era considerado antes del boom turístico la despensa de la isla. Hermosas fincas agrarias, distribuidas en un mosaico de caminos y diferenciadas a partir de los molinos para la extracción de agua a modo de pequeñas torres, son desde entonces espacios totalmente ocupados por infraestructuras turísticas. La aparición del turismo de masas en las playas cercanas y la fuerte demanda laboral que supuso provocaron el cambio de uso de la tierra y el abandono masivo de la actividad agropecuaria.

  Históricamente, el precio de la tierra en estas islas venía dado por su valor agrario. Las tierras más ricas eran principalmente las del interior, mientras que las de costa eran poco productivas y poco valoradas. Con la llegada del turismo de masas, los terrenos litorales pasaron a ser urbanizados, transformando completamente la fisonomía costera. Así, anecdóticamente, los últimos en el escalafón de las herencias familiares pasaron a ser los principales beneficiados.  
 

Este tipo de actividad turística de alta intensidad genera conflictos directos con la actividad agraria, pesquera y ganadera, debidos por un lado a la falta de acceso a la tierra agraria a precios razonables y por otro a la falta de relevo generacional. Hay innumerables ejemplos, uno de los últimos es el de Bernadí de Ses Veles, en Menorca, donde un joven que había decidido continuar con la granja de vacuno lechero heredada de su familia tuvo que abandonar su vocación ganadera por un trabajo más cómodo y mejor remunerado: taxista.

Otro tipo de conflictos muy relacionados tienen que ver con el acceso a los escasos recursos hídricos en el territorio balear. Sobrepoblación, piscinas, riego de jardines, campos de golf, junto con el riego destinado a un modelo agrícola intensivo insostenible, han ocasionado la salinización de numerosos acuíferos y han afectado negativamente a las actividades agrícolas.

Volvemos al pueblo de Sant Jordi y a Campos, en Mallorca, cuyos acuíferos se han salinizado de forma prácticamente irreversible y han perdido su valor agrario en favor del valor residencial, que ha transformado los antiguos molinos de extracción de agua en residencias vacacionales.

SEGUNDA OLEADA

Una vez concluida la depredación turística del litoral, esta actividad avanzó hacia el interior de las islas con la aparición del turismo rural, el agroturismo y las casas vacacionales en los pueblos y en suelo rústico. El éxito de este modelo de turismo genera también problemas de especulación con la tierra y algunos grupos inversores acaparan una parte considerable de la superficie agraria. Como ejemplo, en solo un año, un único grupo inversor ha adquirido en Menorca seis importantes fincas que suman más de 1100 ha, lo que representa un poco más del 1,5 % de la superficie de la isla (Diario Menorca, 25/3/18). El principal interés de estos inversores es el potencial turístico de las casas que tienen las fincas para convertirlas en hoteles rurales o en centros de agroturismo. También se han dado casos, ya demostrados, de pura economía especulativa, como el de una finca de Ciutadella comprada y vendida en menos de 5 años por un corredor de bolsa inglés. Todos estos movimientos encarecen de forma desorbitada el precio del terreno, tanto de compra como de alquiler, dificultando o impidiendo el acceso a la tierra de la pagesia para producir alimentos.

Esta segunda oleada presenta algunas particularidades. En algunos casos el fenómeno del turismo de interior aporta un perfil de turista diferente al masivo de sol y playa y en algunos lugares demanda más producto local, valora la producción ecológica y la sostenibilidad de sus procesos productivos. Este nuevo empuje viene de la mano de la demanda de autenticidad y exclusividad que busca ese tipo de turista más adinerado, que llega a pagar cantidades aberrantes para estar en lo más cool del momento. Si esta moda se traduce en disponer de sandía recién recogida por las mañanas, pasear entre naranjos o comer pan con aceite hecho en la finca, es previsible que esta tendencia pueda convertirse en la nueva trampa para la ya escasa pagesia y la insuficiente producción agrícola isleña. Lo que se conoce como turismo de experiencias o vivencial debe analizarse con esta precaución.

  El archipiélago balear recibe anualmente millones de turistas. De este hecho cabría esperar una gran demanda de productos agrarios; sin embargo, en general, las empresas turísticas buscan la rentabilidad inmediata, desprecian la calidad y muestran indiferencia por la producción local.   
 

El archipiélago balear recibe anualmente millones de turistas. De este hecho cabría esperar una gran demanda de productos agrarios; sin embargo, en general, las empresas turísticas buscan la rentabilidad inmediata, desprecian la calidad y muestran indiferencia por la producción local. Debido a su forma de trabajar, a sus economías de escala o a las grandes cifras que manejan, es la industria alimentaria globalizada quien satisface las necesidades alimentarias de estas grandes instalaciones turísticas. Tampoco las administraciones insulares ni autonómicas han puesto en marcha políticas decididas para fomentar el consumo del producto local en el sector turístico.

DE COMIDA HUMILDE A PLATO DE LUJO

En las tres islas principales, la pesca tradicional siempre ha estado presente, especialmente en Menorca, que en los años del aterrizaje turístico se complementaba con una importante industria del calzado y bisutería. Al mismo tiempo que el turismo desplazó esta industria, el patrón pesquero de la isla sufrió una gran transformación. Por un lado, la mayor demanda de consumo acabó provocando una sobreexplotación pesquera; por otro, el alto poder adquisitivo de una parte importante del turismo hizo subir el precio de productos habituales en la dieta de la población local hasta convertirlos en lujos prohibitivos. La famosa caldereta de langosta de Menorca es un buen ejemplo. Lo que era una comida humilde es ahora un plato para personas ricas, esto ha provocado la especialización de buena parte de la pesca a pequeña escala en la captura de langosta hasta alcanzar ya el riesgo de sobreexplotación.

El turismo también lleva consigo el aumento de las embarcaciones náuticas que acaparan la mayor parte de muelles y embarcaderos, desplazando las embarcaciones pesqueras y degradando recursos naturales como la posidonia, fundamental para la vida de las poblaciones marinas. La acumulación de plásticos por toda la costa también está causando graves problemas de contaminación.

IR A LA GRANJA COMO QUIEN VA A LA FÁBRICA

Conviene señalar que tradicionalmente el régimen mayoritario para la producción agraria en el caso de Menorca es un tipo de contrato de amitgeria o sociedad rural menorquina, que incluye el uso de la vivienda por parte de las familias labradoras, aunque en la mayor parte de los casos estas no son propietarias ni de las tierras ni de las casas. Quienes tienen la propiedad pueden negociar su venta a grupos inversores sin que las familias arrendatarias puedan objetar nada más que el cumplimiento del plazo del contrato, normalmente anual (de acuerdo con el año agrícola). Como explica Núria, agricultora ecológica de Son Olivar, «las familias que normalmente vivían en las casas de la misma finca que trabajaban ahora se ven desplazadas, en muchos casos, obligadas a vivir fuera de ella». Esta circunstancia dificulta o impide ejercer el papel íntegro tradicional de la pagesia, que implica vivir y convivir con el agroecosistema, con la naturaleza, para sentirla, quererla, cuidarla y defenderla. Con este régimen de separación, de convivencia a tiempo parcial se coge distancia, como quien va y viene de casa a la fábrica de un polígono industrial, y se corta esta espiral positiva de aprecio y defensa de la tierra.

 

PEQUEÑAS ESPERANZAS

Los próximos meses se debatirá en el Parlament de les Illes Balears el proyecto de Ley Agraria, que pretende contribuir a limitar la actividad turística en suelo rústico y condicionarla al mantenimiento de la actividad agraria. Solo podrán ofrecer alojamiento turístico las fincas agrarias y los agroturismos que generen un volumen significativo de ingresos agrarios y trabajen una superficie considerable de suelo de acuerdo con las buenas prácticas agrarias. Los centros de agroturismo podrán ofrecer hasta un máximo de 24 plazas en edificios de construcción anterior a 1960, y productores y productoras, hasta 6 plazas en su vivienda principal durante un máximo de 6 meses al año. Este proyecto de ley también crea las Zonas de Alto Valor Agrario (ZAVA), como espacios reservados a la actividad agraria y donde se condiciona a esta cualquiera otro uso, incluido el de vivienda. Esta zonificación, añadida a la que se establezca en la Ley de Alquiler Turístico, puede tener un efecto positivo sobre la limitación de la oferta de vivienda vacacional en determinadas zonas de suelo rústico.

Para seguir con un final en positivo, queremos mencionar las nuevas iniciativas, muchas de personas jóvenes, que descubren la agroecología para poder recuperar las tierras familiares y obtener un producto respetuoso con el territorio y con su conservación. Por ejemplo, S’Hort Ecològic, en Maó (Menorca), un pequeño comercio creado y gestionado por personas productoras hace poco más de 5 años, donde encontramos género propio y de pequeñas fincas de la isla. De momento, no parecen tener tentaciones por el mercado de estancias turísticas, sino más bien al contrario, rehúyen el monocultivo turístico para recuperar antiguas y sabias enseñanzas que les permitan seguir cuidando de la tierra de sus antepasadas.

Xavier Farrés Wünsch, veterinario y delegado de Justicia Alimentaria-VSF en Illes Balears
Sylvia Giménez Fluxà, veterinaria rural y voluntaria de Justicia Alimentaria-VSF en Mallorca
Agustí Mercadal López, voluntario de Justicia Alimentaria-VSF en Menorca
Miquel Torrens Escalas, veterinario rural y voluntario de Justicia Alimentaria-VSF en Mallorca
Juanjo Torres Ribas, Amics de la Terra Eivissa

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