Juan Antonio MARTÍN DÍAZ
La despoblación del medio rural está de actualidad periodística y literaria. Hay un aluvión de escritos sobre el tema en periódicos y revistas, ensayos y novelas. De alguna manera, lo tratan como importante para el conjunto de la sociedad, y no solamente para la escasa población rural. Aun así, creo que es necesario puntualizar e insistir en algo a lo que no se le da la importancia que tiene: el aprovechamiento de los recursos de la tierra por personas campesinas.
El medio rural estuvo poblado fundamentalmente por quienes trabajaban los campos, campesinos y campesinas que formaban la base de la sociedad rural, que se completaba con personas artesanas y comerciantes que proporcionaban los servicios necesarios, y que, por tanto, indirectamente también vivían del campo. La población rural vivía fundamentalmente, directa o indirectamente, del cultivo de la tierra, de la ganadería y del aprovechamiento de los recursos de los montes.
En caso de que se pretendiera una política agraria seria para revertir el proceso de despoblación, habría que pensar en dar prioridad al aprovechamiento social y ambientalmente sostenible de los bienes que la tierra puede proporcionar.
Actualmente, la mayor parte de las producciones que necesita la cadena alimentaria para llevar los alimentos a los hogares, después de una manipulación más o menos compleja, se obtiene sin explorar de forma sostenible los recursos de la tierra. Se trata de inmensas instalaciones ganaderas con un gran impacto ambiental y de cultivos en los que se emplean grandes cantidades de insumos: maquinaria especializada, combustible, abonos sintéticos, semillas y plantas, fitosanitarios, plásticos, etc. Son explotaciones que crecen para aprovechar la economía de escala, con personas asalariadas en ínfimas condiciones, muchas veces temporeras extranjeras, como en el caso de los cultivos bajo plástico. Además, se calcula entre un 30 y un 50 % su contribución al aumento de los gases responsables del efecto invernadero.
En los territorios en los que se consiga que el campo se trabaje de forma sostenible por campesinos y campesinas, los pueblos seguirán teniendo habitantes.
Al mismo tiempo, permanecen abandonadas grandes extensiones de tierra que podrían tener un aprovechamiento agrario y podrían sustentar la ganadería extensiva con producciones ecológicas de calidad. Actualmente, la ganadería extensiva tiene problemas para aprovechar racionalmente los pastos por falta de estructuras adecuadas de la propiedad de la tierra y porque la vocación no abunda, aunque últimamente parece que está aumentando. También permanecen abandonadas viejas tierras de cultivo poco fértiles, o divididas en parcelas pequeñas, incluidos huertos antiguos de hortalizas y frutales. La fertilidad de las tierras podría aumentar con el estiércol de la cría de ganado y con un manejo racional del sistema de rotaciones y barbechos, que podrían ser base de cultivos de secano como leguminosas y cereales, y de especies y variedades antiguas que competirían en calidad nutritiva y gustativa con lo que ahora se consume mayoritariamente y que, a veces, es necesario importar. Los huertos abandonados también podrían servir para crear lugares de ocio activo para la población de los núcleos rurales.
Pastores. Puebla de la Sierra 2008. Foto: Davido Prieto
Las personas autónomas que trabajan el campo —agricultores y agricultoras responsables de su trabajo y hacienda— tienen raíces; les cuesta mucho desprenderse de su medio. Se marcharon porque el cambio tecnológico y social fue brutal, porque el conjunto de la sociedad les señalaba como atrasadas, cuando no como las tontas de la película. Hoy no es así: los pueblos no son lo que eran, son más abiertos y tolerantes, el control social no es comparable, entre otras cosas, porque la religión no tiene el mismo peso que en la etapa del nacionalcatolicismo. Y por ser más liviano, este control puede ser hasta apetecible. La preocupación y el cuidado mutuo tienen ventajas respecto a la despreocupación y la falta de empatía que, en general, impera en las ciudades. Además, la mayoría de las viviendas de pueblo tienen mejores condiciones de habitabilidad, son más espaciosas, unifamiliares, y frecuentemente con patio y otras dependencias.
A pesar de la carencia de servicios en núcleos pequeños, en conjunto, la calidad de vida en el campo puede ser mejor si tenemos en cuenta la ausencia de contaminación, el tiempo de desplazamiento al trabajo, la tranquilidad, etc. Pero mi percepción es que esto no asegura el arraigo. La forma de vida basada en el trabajo de la tierra es la que crea un vínculo más fuerte, sobre todo cuando hay vocación, la actividad proporciona medios suficientes para vivir y la sociedad reconoce su contribución al cuidado del medio ambiente y a una alimentación sana. Esto último por suerte ya está empezando a ocurrir.
Es muy importante propiciar y conseguir, con una política agraria adecuada, que el campesinado cultive la tierra para revertir el proceso de despoblación rural, que para muchas de nosotras constituye una importante pérdida para toda la sociedad.
En los territorios en los que se consiga que el campo se trabaje de forma sostenible por campesinos y campesinas, los pueblos seguirán teniendo habitantes.