Reseña del libro La guerra del lobo, de Javier Pérez de Albéniz
Àgueda VITÒRIA
El lobo cojo, de Alonso Murillo. Foto: Julia Media
La guerra del lobo. Javier Pérez de Albéniz. Imagen: Redacción Revista SABC
"Somos responsables no solo del presente, sino de un futuro por el que tenemos que librar batallas. Grandes causas. La primera de ellas por la tierra, el lugar donde descansan nuestros antepasados, crece el trigo y debe correr el lobo".
Javier Pérez de Albéniz, La guerra del lobo
Hablamos de bandos enfrentados, de armas, de pérdidas, de conflicto, de odios, de muertes, de muertos… Hablamos de una guerra, y la utilización constante de términos bélicos no hace sino acentuar esa sensación de lucha constante, ese enfrentamiento en el que no hay un quién contra quién claro. Hablamos, además, de una guerra que simultáneamente tiene lugar aquí y en otros continentes, de una guerra ahora y también hace mil años, de un conflicto alimentado durante siglos y siglos, y al que aún se echa leña: la guerra del lobo. La expansión del cánido y su llegada allí donde ya nadie lo recordaba porque dejó de habitar hace cien años, su presencia constante en unos medios de comunicación siempre sedientos de sangre y víscera o su asunción totémica por parte de grupos conservacionistas, elevándolo a símbolo indiscutible, han traído en estos tiempos un repunte de esa guerra, el recordatorio de que nunca ha dejado de existir. Y al autor de La guerra del lobo, este repunte le ha pillado de pleno en una posición complicada que lleva con apabullante sensatez. En el contexto actual de la península, en el que la peligrosa polarización del conflicto del lobo trae también amenazas y violencia, venganzas atávicas que desembocan en grotescas escenas de lobos colgando en lugares emblemáticos, sorprende, gratamente, que palabras como equilibrio, coexistencia, diálogo, convivencia o entendimiento se repitan una y otra vez a lo largo de las páginas de este libro en boca de personas con posiciones aparentemente divergentes. Es uno de los pilares de la narración, la insistencia en esa posible coexistencia y en la creencia firme de que no puede protegerse la naturaleza sin tener en cuenta a los habitantes de los pueblos. Pero el valor de La guerra del lobo va mucho más allá: quien lo escribe sufre constantes ataques en una explotación familiar. Quien lo escribe asiste en primera persona a la impotencia ante los restos de terneros muertos. No habla desde la lejanía de quien pontifica desde el absoluto desconocimiento del sector ganadero y sus problemas. Y lo hace, además, sin un ápice del odio visceral al que acostumbran algunas voces.
Desde el recuerdo del primer lobo que vio en el Cerrato en compañía de su padre y un cura escopetero, hasta la vuelta a ese Cerrato del que no solo han desaparecido los lobos sino también los pastores, Pérez de Albéniz traza durante un año la geografía del lobo en La Pavona, la finca de su mujer Ange en la zona central de Ávila, y también la del conflicto más allá de sus lindes. En un mapa de vida, sitúa los indicios de la presencia de lobos. En un mapa de muerte, cruces negras señalan allí donde aparecen los restos devorados de los chotos. Y entre unos y otros, la insistencia de la coexistencia posible, las medidas preventivas que adoptan en la finca para ello, de entre las que se destaca en muchas ocasiones el papel no ya relevante, sino imprescindible, que desempeñan los mastines, la herramienta más eficaz no solo para la coexistencia, sino también para la supervivencia del lobo a lo largo de los siglos.
Más allá de los lindes de La Pavona, las entrevistas a diversas personas implicadas en el conflicto ofrecen una aproximación global al tablero de ajedrez sobre el que se juega esta partida sin fin que dura ya siglos. Pérez de Albéniz viaja a los territorios que fueron del lobo pero de los que ya desapareció, como Andalucía; a aquellos como Madrid, en los que el reciente regreso es visto también como una oportunidad; al lugar donde actualmente el conflicto se vive con mayor tensión: Asturias; a la zamorana Sierra de la Culebra como paradigma de convivencia y aprovechamiento turístico de la presencia del animal; a Galicia…, pero también a América del Norte, a las viejas leyendas, al debate sobre su caza o su estricta protección. Y en todo momento, a veces claramente, a veces entrevista entre las retamas, la pasión del autor hacia un animal que no deja indiferente a nadie, que arrastra enfermizamente a unos en su defensa y a otros en su contra; el animal con mayor carga simbólica de cuantos existen, el de los amores desaforados y los odios irreconciliables.
La lectura de La guerra del lobo no es solo una recomendación: debería ser obligada para quienes se han quedado pegados en su casilla, inamovibles en su posición. La guerra del lobo era un libro necesario. Que el conflicto no tiene solución lo sabemos desde hace cientos de años, pero que ganadería y lobo pueden coexistir, también. La paz en esta guerra es una quimera, pero la conservación del lobo lo es también de formas de vida que vemos desaparecer a pasos agigantados, de paisajes salpicados de un patrimonio erigido para protegernos —y así protegerlo— del que hoy quedan poco más que cuatro piedras y que son también la historia de esa ganadería que no nos resignamos a ver morir. Sabemos sobradamente que la verdadera guerra a librar para la ganadería extensiva es otra: el lobo estuvo siempre.