Revista SABC
Mural de La Suerte. Mi tierra no se vende: se cuida y se defiende. Noroccidente de Quito que resiste a la minería. Foto: La Suerte
Belén Sola (Moderadora)
«Trabajo en el Departamento de Educación del MUSAC. Me defino como productora cultural (gestión, mediación y producción de proyectos artísticos comunitarios). El medio rural es donde vivo, lo que me mantiene en paz y donde tengo proyectos personales de autoconstrucción y recuperación de saberes tradicionales de arquitectura local».
María Sánchez
«Soy veterinaria de campo. Trabajo con una raza autóctona de cabra de leche y cuando las cabras me dejan, escribo. Tengo un libro de poemas que se llama Cuaderno de Campo y escribo en medios sobre ganadería extensiva y cultura rural. Ahora estoy con un libro que se llama Majada, que recoge palabras que se están perdiendo, de trashumantes, ganaderos, pastores, campesinos, jornaleros…».
Fernando García Dory
«Estudié Bellas Artes y Agroecología, promoví la Comisión de Arte y Medio Rural en la Plataforma Rural y lancé en 2010 uno de los proyectos en los que estoy implicado: Campo Adentro, un espacio de encuentro entre arte contemporáneo y medio rural. Tenemos la base en una aldea abandonada que estamos recuperando y combinamos producción agraria y cultural, desde museos y bienales de arte por todo el mundo».
Antonio Viñas
«Yo sentí la necesidad de regresar al pueblo para desarrollarme profesionalmente. Soy un neorrural oriundo. Aquí nos liamos con proyectos de desarrollo local y turismo rural, ligados a temas agroalimentarios. Mi relación con el arte es más compleja. Inquietudes personales me llevaron a la escritura y a la gestión cultural, y desde el año 1988 organizo actividades en ese sentido».
Héctor Castrillejo
«Vivo en un pueblo de 50 habitantes de la estepa castellana que llegó a tener 800 en 1950, esa herida es la que me ha traído hasta el pueblo de mi raíz, para aprender y aprehender. Me siento comprometido con la recuperación de lo mejor de las sabidurías campesinas, hoy en peligro de extinción. Escribo poesía y soy parte del grupo de música de raíz El Naán».
Andrea Olmedo
«Soy de un pueblo de Lugo, Chantada, y mi relación con la ruralidad ha sido desde hace años un camino de idas y vueltas. Llevo años investigando y actuando en el cruce entre arte, tecnología y acción social y comunitaria, a menudo en entornos rurales. Aprendo y comparto desde Montenoso, Ruraldecolonizado, el Programa de Estudos en Man Común y Airoá Comunicación».
BELÉN: Se ha escrito mucho sobre la capacidad que tienen las formas actuales de ocio globalizado de «idiotizar» a la sociedad. ¿Estáis de acuerdo? ¿Tiene que ver con el carácter urbano del ocio?
MARÍA: El ocio está muy pautado. Se ve muy bien en cómo se marcan las reglas de comportamiento en el medio rural, cuando la gente de ciudad viene a los parques naturales vestida de forma impecable, con todo el equipamiento de montaña. Y también sucede al revés. En los pueblos se incorporan modos de ocio urbano: la gente que pasea por las carreteras o que sale a pasear al perro.
FERNANDO: Pero es muy importante diferenciar entre arte y ocio. El ocio es el tiempo de no trabajo. El arte, para mí, es una forma de comunicación, movilización y creación de imaginarios que lleva a la acción. El arte se va insertando en la industria del espectáculo y del entretenimiento. Si damos por sentado que la cultura y el arte pertenecen al ámbito del entretenimiento, estamos cediendo mucho terreno porque el arte es mucho más. La labor del artista es intentar sacudir y entrar por la parte de lo atractivo, pero sin crear un espacio fácil y cómodo en el que recostarte, sino haciéndote pensar con qué postura enfrentarte a algo.
ANTONIO: Yo creo que el concepto de ocio en la cultura rural antigua era prácticamente inexistente, es algo más urbano y moderno. El ocio era en cualquier caso las fiestas y juegos populares, la baraja de cartas... Ahora está enfocado más a una dimensión pasiva que activa.
HÉCTOR: Sí, es un ocio pasivo, un bien de consumo, un producto al que accedemos pagando un precio y que tiene que ver con lo urbano. La televisión es el gran tótem de esta idiotización pasiva. Dejamos que nos embutan los contenidos en lugar de generarlos y provoca un individualismo atroz. En las sociedades tradicionales y rurales el ocio sí que existía, pero se entremezclaba con el trabajo, como los cantos de las panaderas. Era generado por la comunidad y respondía a sus necesidades concretas y reales.
ANDREA: Aunque el peso de la tradición podía ser a veces limitante, la vecindad era sujeto activo en la generación de estos espacios de celebración. La irrupción de formas de ocio capitalistas es un hecho y no solo fomentan un estilo de vida urbanocéntrico, sino que producen una visión muy estereotipada de lo rural. De todas formas, se dan procesos de resiliencia y estas dos formas conviven al mismo tiempo en territorios rurales, que siguen manteniendo sus celebraciones y sus espacios de convivencia vecinal.
BELÉN: Si el arte es una forma de pensarnos como sociedad, ¿existen la sociedad urbana y la rural? Y entonces, ¿existen un arte urbano y un arte rural?
FERNANDO: Muchos sociólogos dicen que actualmente no hay una diferencia cultural entre sociedad urbana y rural, que hay un contínuum. Antes la diferencia estaba en el manejo de la tierra. Ahora eso ya no está, se ha creado un vacío y en su lugar no hay nada.
ANTONIO: Los pueblos desgraciadamente son más pasado que presente, el despoblamiento es galopante. ¿Hay arte urbano y rural? ¿Qué más da? Yo diría que hay que tener una visión amplia de la relación artista-objeto. Todos creamos permanentemente, otra cosa es que tengamos intencionalidad o conciencia de crear arte.
HÉCTOR: No sé si se puede hablar de arte rural. Desde luego, si hablamos de arte rural no debería ser desde la perspectiva de la temática sino del arte que nace de esa herida, en ese contexto dramático que es el mundo rural hoy. Una forma de vida que tiene que ver con la comprensión, el respeto y la relación con la tierra y la Tierra.
MARÍA: Yo veo muy a menudo la etiqueta de «medio rural», pero quienes la usan solo contemplan el paisaje, no interaccionan con sus habitantes en el día a día. Creo que hay que romper esa postal plana. Para mí el arte rural apela necesariamente a la palabra comunidad, a compartir.
FERNANDO: Yo creo que el arte rural es algo en potencia, que no se ha desarrollado aún. Muchos pueblos indígenas, como el pueblo Sami, en el ártico, se reafirma en su identidad, pero a caballo entre los lenguajes actuales y los heredados, y dan lugar a algo nuevo. Por eso tenemos que provocar hibridaciones entre neorrurales, personas migrantes, etc. El arte contemporáneo ha quedado circunscrito a la élite cultural y de consumo y es importante abrir sus compuertas, compartir esos códigos y permitir que las comunidades se adueñen de ellos y que se generen nuevas formas políticas y de relación. Tenemos que ver ese arte rural surgir y ayudar a crear un nuevo paradigma que contrarreste la tendencia actual del modelo de desarrollo.
ANDREA: Yo también entiendo la relación rural-urbano como una trama de relaciones e interdependencias, no como una oposición. Pero no es una relación equitativa y justa, hay procesos de hegemonía implícitos de lo urbano para con lo rural, que se transforma en «lo otro», la periferia. Y en esa periferia emergen praxis, discursos y relatos que ahora están empezando a vindicarse. Pienso que por eso es muy útil la etiqueta rural, para entender esas prácticas particulares en su conjunto.
BELÉN: ¿Entonces pensáis que el arte rural se distingue sobre todo por no participar de las tendencias hegemónicas? ¿De qué manera contribuye el arte a crear puentes entre lo urbano y lo rural?
FERNANDO: Hay una tendencia a que determinadas formas urbanas tomen conciencia de ese legado rural y se recampesinicen, como la comunidad hacker o gente de la ciudad que recupera un solar y habla del bien común. Eso es importante, pero tiene que mantenerse la fidelidad y el reconocimiento a su origen. La ciudad siempre ha extraído del rural: recursos materiales, conocimiento, imágenes. Lo rural se añora y toma poder como imagen evocada, pero eso es un peligro, la cultura urbanocéntrica y capitalista se adueña de esa representación de lo rural.
HÉCTOR: Yo veo que muchas personas creadoras se plantean ir al medio rural porque se dan cuenta de que está cambiando la concepción del mundo. Ahora con las nuevas tecnologías en cualquier lugar, puedes medir el pulso de la realidad. Y en la ciudad más que pulso hay taquicardia, hay mucha creación, pero sin sentido ni dirección, arrastrado por modas, mirándose el ombligo. El medio rural ofrece un lugar de reposo para la creación, te preguntas qué quieres decir y cómo. Creo que por eso, ahora mismo, es más potente la creación en el medio rural.
ANTONIO: Yo no dejo de hacerme preguntas. ¿Sirven las experiencias artísticas para algo? No podemos perder el sentido de utilidad. ¿Por qué el arte está tan despegado de la realidad del común de las personas?
Escarabajo sincrónico. Mural de Alonso Murillo en Abantos. Foto: Julia Media
Mujer, mamá, feminista, activista. Mural de La Suerte en México DF. Foto: La Suerte
BELÉN: BS: Sí, hay que hacer del arte algo mucho más cotidiano, porque nos lo han arrebatado y creo que es una de las expresiones que más dicen de una sociedad. ¿Qué pensáis que aporta el arte a la sociedad?
ANTONIO: La pregunta es qué puede aportar la dimensión artística a espacios rurales en proceso de extinción. ¿Por qué no se trabaja la dimensión creativa desde la escuela? Creo que una de las cosas más importantes que podemos hacer desde los pueblos es trabajar desde los centros educativos, porque es un espacio incomunicado. En la escuela siempre se ha hablado desde el púlpito de la creación, pero no se nos ha hecho sentir creadores. Siempre me he preguntado qué entiende por arte mi vecino, mi vecina. ¿Qué es lo bello para la gente? Para mi tío su dimensión de belleza está en el huerto.
MARÍA: Estoy totalmente de acuerdo. Yo veo poesía en los injertos que hacía mi abuelo y en mi abuela con el peso vendiendo verduras a las vecinas. Trabajo entre ganaderos, mi familia es ganadera. Y cuando escribo, me pregunto si lo que escribo les conmoverá... Y veo que sí, que les gusta que les dé voz. Pero habitualmente, quienes escriben sobre el campo son personas que viven en el centro de Madrid, sin ninguna relación con el medio rural y que volvemos a la contemplación y la estampa.
FERNANDO: El criterio de utilidad que decía Antonio es fundamental. Organizar actividades culturales convencionales, como un festival de cine o de jazz en un pueblo, es mejor que nada, pero a partir de ahí hay que ir escalando diferentes estrategias, según el nivel de compromiso del artista. Hay otro tipo de intervención centrada en lo que ocurre allí, en la que el artista trata algo que afecta directamente a ese lugar y lo recoge y mapea con la gente, para de ahí pasar a la propuesta concreta. El arte puede tener también una función de acompañar un proyecto útil, como el que hicimos este año de reconstruir un molino o recuperar una variedad de trigo. El proyecto Nuevo Currículum de Campo Adentro, trabaja con seis universidades y centros de arte para que estudiantes de arquitectura, agroecología y bellas artes puedan entender su profesión en ese sentido, para esa nueva sensibilidad. Ya no te encarga algo el ayuntamiento, sino el pastor del pueblo. Pero claro, mientras en el medio rural no haya unas condiciones mínimas de vida, no podrá fertilizarse y se mantendrá yermo… es una pescadilla que se muerde la cola.
ANTONIO: Yo creo que el arte puede ligar la pedagogía artística con la iniciativa. En las últimas décadas se ha transitado en el campo de una economía de subsistencia a tener que ser empresario y ahí hay un desnivel tremendo. Las poblaciones asumen que el campo no funciona, pero tienen mucha capacidad de generar empleo. El trabajo o te lo inventas, como hace el artista, o estás perdido. Eso está relacionado con el emprendimiento. Estaría muy bien que los y las artistas transfirieran los mecanismos psicológicos, sociales y técnicos del acto creativo a la juventud rural, porque necesitamos mucha capacidad creativa y fe en la creación. Aunando esfuerzos entre la escuela y la gestión cultural, puede pasarse de la expectación a la acción.
ANDREA: Pienso que la necesidad de expresarnos a través del arte, de crear individual o colectivamente y de exponernos a experiencias estéticas es universal. Su impacto se subestima porque tiene que ver con lo subjetivo y lo cualitativo. Por una parte es un espacio crítico problematizador de constructos tradicionalmente no cuestionados. Además, genera discursos y puntos de vista no hegemónicos. Pero lo que más me interesa es la capacidad del arte de trascender lo epidérmico y apelarnos. Nos recuerda eso: que, a pesar de todo, ahí está nuestra capacidad de seguir deseando, de seguir asombrándonos, de empatizar con las creaciones de otras personas y de emocionarnos.
BELÉN: La interpelación es clave. En el MUSAC llevamos un año y medio con un trabajo con la cultura minera1. Son imágenes del encierro de 2016 en Ciñera, pero quienes construyen la narración son las mujeres, que nunca han bajado pero han tenido su vivencia. En la película ellas empiezan hablando más o menos bien de la empresa, pero progresivamente se van mezclando y complicando los relatos hasta llegar a un discurso donde se dan cuenta del paternalismo que se ejercía y como las supuestas ventajas no eran más que mecanismos de control sobre la fuerza de trabajo. La primera transformación se tiene que dar en nuestros cuerpos y maneras de mirar, pero ¿cómo puede luego este cambio transformar el territorio y la sociedad?
MARÍA: Yo siento que transforma lo que hago cuando, tras la publicación de mi libro, ganaderos y ganaderas me cuentan cosas que antes no me contaban, me hablan de pájaros o de su infancia, porque se han sentido reflejados en mi poesía. Para mí eso es bestial. Siento que se ha activado una autoestima. Y puedo también darle la vuelta. Cuando presenté el libro en Madrid me llevé un queso de cabra de una raza autóctona, y al unir eso con la poesía, la gente se hace preguntas, se interesa, quiere conocer de verdad el sitio del que hablas. Otra anécdota: el libro ha salido en multitud de medios, pero donde más ilusión me ha hecho que saliera ha sido en páginas de ámbito ganadero. Hay que encontrar esa pieza que haga clic y haga entender que lo que tenemos es cultura, es patrimonio…, y no hay por qué llamarlo «cultura rural». Pero, claro, hay que saber transformar ese interés en algo más. Ahora hacemos muchas catas de queso con mucho público y hay que hacer que esa narrativa que estás creando cale y cambie a quien la recibe.
ANTONIO: El arte bien concebido puede ayudar a lo que está exponiendo María, a levantar la autoestima del oficio. Que intervenga el artista dejándose su ego en casa y eleve a la máxima potencia el estatus de lo agrario, porque la agricultura es un arte. El arte puede ayudar a que los habitantes de los pueblos se sientan orgullosos y que la juventud tenga una referencia. Pero los presupuestos no dan porque la mentalidad política no da y menos con el 21 % de IVA.
FERNANDO: Sí, es muy importante que las políticas de desarrollo rural acompañen todo esto. Actualmente, los municipalismos son una oportunidad. Habría que crear más puentes entre los activistas y los artistas. En Campo Adentro nos propusimos que el movimiento campesino utilizara los canales culturales para estar en el debate público y también para sacudir lo que viene entendiéndose por naturaleza, esta noción de algo ajeno a lo humano. El movimiento ruralista ha de tomarse en serio el potencial del arte y confiar en los artistas. No vale un mal arte por una buena causa ni quedarnos en nuestro reducto de convencidos. Hemos de ocupar el campo cultural. Quienes pueblan lo rural son maestros, cuentan cómo han manejado acequias, por ejemplo. Por eso la percepción del artista es muy importante, porque articula todo lo que la comunidad rural todavía mantiene vivo.
HÉCTOR: En la Universidad Rural del Cerrato pensamos que para transformar la sociedad es clave recuperar la soberanía de la alegría. Para mí el arte es algo sagrado. Es el lenguaje común del ser humano, es la singularidad de nuestra especie, nos ha conectado con lo inefable: la música, la pintura, los relatos. Es un patrimonio, un tesoro intangible que sostiene, cohesiona y hace posible la vida en comunidad. Nos están robando muchas cosas, una muy importante: el alma. Hemos dejado de cantar, de bailar, de jugar en comunidad y la tristeza y la apatía allanan el camino a la resignación y la desmemoria. La creación cultural colectiva genera sinergias poderosas que devuelven a las comunidades la autoestima y la fe en sí mismas.
ANDREA: Pienso que es muy importante aprender a mirar desde el rural, no mirar al rural, como se hace muy a menudo. Transformar la mirada y deconstruir estereotipos es un paso importante ante el idealismo y el paternalismo con el que a menudo nos acercamos. El arte no puede ser un sistema cerrado, su incidencia social se da en su conexión con otros agentes, en ecosistema. La potencialidad de cruzar ética, estética y política es asombrosa, pero no podemos cargar los proyectos que cruzan arte con territorio de una responsabilidad que no les toca. Para que una situación problematizada en un territorio cambie, la comunidad ha de querer cambiarlo, y debe haber un clima político adecuado. Si a eso sumamos un proyecto catalizador que nos permita proyectar el deseo de cambio, la transformación será imparable.
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