L. G., trabajadora del sector

Recientemente en Órbita Laika, el programa de La 2 de RTVE, preguntaban al astronauta Pedro Duque cuál era la obra humana de la Tierra que se podía distinguir más nítidamente desde el espacio. En primer lugar, resaltó la diferencia Norte-Sur en términos de desarrollo y pobreza a través de la incidencia sobre la orografía. En segundo lugar, destacó Almería: los plásticos de los invernaderos de El Ejido. En menos de dos frases, una dimensión entera de realidad social.

¿Qué papel desempeñan las relaciones Norte-Sur en este lugar plastificado del planeta Tierra? ¿Por qué es tan grande esta estructura que incluso trasciende más allá de nuestro humilde límite planetario? Podemos encontrar alguna respuesta descomponiendo algunas cuestiones de esta compleja estructura social, como si fuera un superorganismo sobre el que ponemos la lupa para ver las funciones vitales que lo mantienen con vida.

 

LOS ALMACENES DE EXPORTACIÓN

Los centros de manipulado no se ven a simple vista desde una estación espacial. Ni siquiera se ven si nunca has estado dentro, si no formas parte de esta cultura de la explotación que parece existir en una dimensión paralela a la de quienes desean ver las verduras pulcramente pulidas en el estand de su gran superficie. Los centros de manipulado son moles de hormigón llenas de máquinas que hacen un ruido infernal, sin luz natural. Son, a su vez, centros de exportaciones agrícolas. En algunas ocasiones, adoptan la forma jurídica de cooperativa. Y siempre existe una clara división entre los cooperativistas y las trabajadoras. Tradicionalmente, los cooperativistas son los agricultores y las trabajadoras son sus parejas y familiares, mujeres de su entorno. Normalmente, están en producción desde las seis de la mañana hasta las doce de la noche; a menudo, mucho más.

Almería es referente estatal de exportación agroalimentaria. En 2016 esta actividad dejó en nuestra provincia 2263 millones de euros, según los datos económicos facilitados anualmente por el gobierno andaluz.

Desde los comienzos de nuestra agricultura industrial, las verduras han hecho la transición desde el campo hasta la cadena comercial a través de las alhóndigas (muy similares a las lonjas de pescado) y de los centros de manipulado. Normalmente, estos almacenes (así los llamamos aquí) han sido empresas constituidas por familias de nuestra provincia o nuestros pueblos, sociedades limitadas y raras veces anónimas, administradas y constituidas por personas conocidas y perfectamente insertas en la cotidianidad local: vecinos, el amigo de mi hermano en el colegio, etc. La nuestra es una sociedad radicalmente nepotista, pero también con el aire entrañable y positivo de las relaciones en las sociedades rurales.

Pero la tendencia está cambiando: la patronal está profundamente organizada y los pequeños almacenes, que aun siendo estructuras patriarcales solían representar una noble voluntad de cooperación «para la economía», están siendo fagocitados por los grandes oligopolios. El mercado capitalista provoca que las pequeñas distribuidoras, especialmente las cooperativas, acaben en manos de grandes cárteles de la exportación internacional cuya máxima representación es el enorme grupo empresarial ÚNICA , en proceso de expansión.

UNA FUERZA LABORAL FEMENINA

En Almería, según el INE, a 1 de enero de 2017 había 76 398 mujeres de origen extranjero. No hay datos sobre cuántas de ellas están trabajando entre las 25 000 personas que se dedican al sector del manipulado almeriense.

Desde sus orígenes, este es un sector en el que de forma abrumadoramente mayoritaria trabajamos las mujeres y que se caracteriza por una manifiesta agresión y desprecio hacia nosotras. Es un sector fuertemente afectado por la estacionalidad, en el que la patronal incumple sistemáticamente el convenio, manteniendo sus plantillas con mayoría de trabajadoras eventuales. Además, se intenta dividir a fijas y eventuales para evitar la formación de alianzas entre nosotras.

La situación en los almacenes de Almería empeoró mucho en los años más duros de la crisis, coincidiendo con un altísimo nivel de desempleo. Tras la reforma laboral, las cosas han llegado a complicarse aún más. Escondidos entre invernaderos, hay pequeños almacenes en los que a las mujeres que han tenido que soportar 18 horas de trabajo en un solo día, se les gritaba: «Cabronas, hijas de puta, me queréis llevar a la ruina». No me lo han contado, yo estaba allí, y he decir que a mí no me insultaron jamás, soy española.

 

   Escondidos entre invernaderos, hay pequeños almacenes en los que a las mujeres que han tenido que soportar 18 horas de trabajo en un solo día.   
 

 

También estaba allí el día que en otro centro, en mi sexto día de trabajo, se acercó a mí una compañera fija. Me dijo: «Hoy van a venir a presionarte para que te quedes una hora más, llevan mucho tiempo intentando acabar con el horario de los sábados, que salimos a las tres de la tarde, porque está en nuestro convenio. Nos dicen que el almacén de enfrente trabaja muchas horas más, que nos hacen la competencia y así no pueden asegurar nuestros puestos de trabajo. Os meten miedo a las nuevas, a las eventuales, para que os quedéis y así, poco a poco, quieren conseguir que se trabaje los sábados por la tarde. Tú di que sí, que no pasa nada, pero las fijas vendremos a la hora de salida normal y apagaremos las máquinas y entonces te tendrás que ir, incluso por las malas».

También estaba allí para ver salir de su trabajo a las mujeres del almacén de enfrente, casi todas extranjeras; era una pequeña instalación de una gran empresa, a la que he visto llegar ambulancias para atender a mujeres trabajadoras. Las he visto entrar a las 3 de la tarde y salir a las 7 de la mañana, cuando el convenio exige que pasen al menos 11 horas desde que sales hasta que entras de nuevo a tu puesto de trabajo. Mientras tanto, la Junta de Andalucía otorgaba a esta empresa una medalla de Andalucía por su mérito empresarial.

El ejemplo de aquellas mujeres organizadas para preservar unas condiciones laborales dignas fue lo que invistió de legitimidad a las trabajadoras inhumanamente explotadas. Consiguieron que se establecieran tres turnos de trabajo en aquel centro laboral tratado con honores.

HUELGAS, MOVILIZACIONES Y ACCIONES EN REDES SOCIALES

Durante 2016 estuvimos a punto de celebrar la primera huelga del sector, tras la actitud chulesca de la patronal con su negativa a la renovación del convenio que llevaba años caducado. Las mujeres no podían más. Sin embargo, el cierre en falso en la convocatoria de huelga del 2016 para el sector del manipulado almeriense que ejecutaron los dos grandes sindicatos dejó a las mujeres profundamente desanimadas.

Hoy, un año después, estamos empezando a denunciar públicamente los abusos que se están cometiendo en sus centros de trabajo. En el grupo de Facebook SOS Envasadoras Hortofrutícolas de Almería [S.O.S. ENVASADORAS] se pueden leer muchos testimonios, que incluso han llegado a convertirse en virales y han obligado a las empresas a defenderse de la reprobación colectiva. Allí se denuncian públicamente los accidentes laborales con resultado de muerte, los malos tratos en forma de insultos y amenazas, el incumplimiento del convenio —puesto que se saltan los descansos reglamentarios entre horas—, la fiscalización para ir al baño, etc. Por suerte, en el espacio virtual de las redes sociales se está rompiendo el discurso hegemónico que ha mantenido tanto tiempo este tipo de relaciones laborales. Mientras, los grandes sindicatos, representados en los comités de empresa, durante todos estos años, han mirado hacia otro lado en una complacencia incomprensible.

 

   Por suerte, en el espacio virtual de las redes sociales se está rompiendo el discurso hegemónico que ha mantenido tanto tiempo este tipo de relaciones laborales.   
 

 

Tras todos estos escándalos, en el sector del manipulado almeriense se están produciendo pequeñas conquistas fruto de los fenómenos virales y de las luchas obreras o presiones directas por parte de la clientela internacional. Algunos casos como el de BIOSOL con el Sindicato Andaluz de Trabajadores y las muertes en los centros de trabajo, entre otras cuestiones, están consiguiendo desestabilizar las estructuras de impunidad para la explotación de los miles de personas que trabajan en este sector; impunidad —no lo olvidemos nunca— de la que nosotras, las consumidoras, también somos responsables.

L. G.
Trabajadora del sector

 


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