La experiencia de Potries
Patricia Dopazo Gallego
Durante la Semana Internacional de la Lucha Campesina, que se celebra alrededor del 17 de abril, la página web de La Vía Campesina recoge algunos de los muchos actos de conmemoración que se organizan en todo el mundo. Los dos últimos años nos ha llamado la atención encontrar un pequeño pueblo valenciano destacado entre las acciones de Zimbabue, Bucarest o Chiapas: Potries. Un grupo de integrantes de la Plataforma per la Sobirania Alimentària del País Valencià fuimos a visitarlo.
Desde lo alto de la ermita de Potries, en el horizonte, se ve Gandia, la capital de la comarca de La Safor, y también el mar y la costa hiperurbanizada. El pueblo está rodeado de campos de naranjos. Hay unas pocas naves industriales que son en su mayoría almacenes de naranjas y también está la empresa fabricante de derivados químicos para cítricos que, junto a la hostelería, da trabajo a buena parte del pueblo.
El río Serpis o riu d’Alcoi, pasa a muy pocos metros del casco urbano y da vida a una red de infraestructuras hidráulicas de origen árabe, con elementos de una enorme riqueza patrimonial. Acequias, puentes, molinos, azudes y partidores ahora cada vez más amenazados por el desuso, ya que el riego a manta lleva tiempo siendo desplazado por el goteo. Se dice históricamente que la gente de Potries está mal de la cabeza por el ruido constante del agua.
«SI NO HACEMOS LAS COSAS NOSOTROS, NO CAMBIARÁ NADA»
A pesar de ser un pueblo pequeño, de unos mil habitantes, Potries siempre ha tenido un tejido asociativo muy rico, formado por todo tipo de colectivos: los relacionados con las fiestas y el fuego, como los correfocs, las asociaciones musicales, deportivas, de personas jubiladas, la AMPA de la escuela, etc.
Detrás de la organización de las actividades sobre lucha campesina está, entre otros, el Col·lectiu Nostra Terra. Toni Domínguez, integrante del mismo, nos cuenta que comenzaron en 2014 como una respuesta a la inacción del ayuntamiento debido a la crisis. «Escribimos una convocatoria abierta que en realidad era una carta protesta: o hacemos las cosas nosotros mismos o no cambiará nada. Lo que queríamos era presionar a las administraciones movilizando a la población». A partir de varias reuniones se fue consolidando un grupo de una decena de personas motivadas para trabajar en proyectos relacionados con el bien común y el cuidado del territorio. Fueron saliendo muchas propuestas de acciones, pero la primera fue restaurar el bosque de la ermita, que se había quemado hacía poco. Involucraron a todo el pueblo con una campaña de reforestación y recuperaron también la cantera abandonada, que es ahora un auditorio natural donde se hacen actividades culturales. También han conseguido, gracias al trabajo de limpieza y custodia, que la población vuelva a disfrutar del río, que ahora es de nuevo un lugar de esparcimiento como en los recuerdos más felices de las abuelas y los abuelos. «Vamos combinando el trabajo de recuperación de los espacios con la socialización. Las propuestas tienen que hacerse desde abajo hacia arriba», dice Toni. Por la tarde vimos como el río se llenaba de niños y niñas bañándose.
Desde hace unos meses, diez colectivos del pueblo están trabajando conjuntamente en la formación de Teixim Potries, una asociación de asociaciones para crear sinergias, dinamizar cultural y económicamente el pueblo y profesionalizar la gestión organizativa. Toni ve en esto un síntoma de madurez del tejido asociativo: «Uno de los objetivos a medio plazo de Teixim Potries es crear oportunidades económicas relacionadas con la economía del bien común y el cooperativismo. Hay muchas potencialidades por estudiar y una de las más claras es la agricultura».
Trabajo en el huerto guiado por la tía Rosita. Foto: Celia Climent
El río Serpis a su paso por Potries. Foto: Celia Climent
PROYECTO HORT I CULTURA
Como muchos pueblos de la zona, Potries era en su origen una pequeña alquería, un conjunto de construcciones agrarias de época islámica. La caña de azúcar fue durante mucho tiempo el cultivo predominante en la comarca, y luego dio paso a la morera para la cría de gusanos de seda, las viñas y los olivos, antes de la llegada masiva de los naranjos a principios del siglo xx. Hoy, alrededor del pueblo hay muchos campos abandonados, propiedad de quienes se marcharon a vivir fuera.
La escuela de Potries es un Centro Rural Agrupado, en el que comparten aulas estudiantes de diferentes edades. Con Rosa Canet, maestra, caminamos hasta un antiguo campo abandonado cercano que el alumnado de la escuela, con la ayuda del Col·lectiu Nostra Terra y el aporte económico de la gente del pueblo, ha recuperado para uso comunitario, el proyecto Hort i Cultura. Ahora hay una zona de jardín, plantas aromáticas, huerto y un pequeño invernadero. «Esto es mucho más que un huerto escolar», explica Rosa, «primero porque no está en el recinto de la escuela, pero también porque aquí participa mucha más gente además de los niños y las niñas, es un espacio abierto al que se le ha devuelto la vida». Además de cuidar las plantas, muchos días vienen a almorzar, a leer o a escuchar alguna explicación de cualquier asignatura. En este terreno llevan dos años compartiéndose aprendizajes de forma intergeneracional. Son las personas mayores del pueblo quienes han transmitido a los niños y las niñas los saberes asociados a la tierra: la forma en la que se entutoran los tomates, las plantas silvestres comestibles, cómo se hacen los semilleros, la temporada de siembra y de cosecha de cada hortaliza, etc. De la tía Rosita, como se conoce en el pueblo a la madre de Rosa, es de quien más han aprendido. Ella, a sus 92 años, conserva la memoria de cómo era la vida en el pueblo cuando todo giraba alrededor de la tierra, los saberes de tantas mujeres del pueblo que hoy, por fin están siendo valorados.
«Nuestro lema», dice su hija Rosa, «es hacer del pueblo una escuela». En el proyecto Hort i Cultura, se aprende que la tierra es mucho más que producción: es historia, tradición, cultura, sentimientos, ilusión, magia y también imaginación.
Assumpta Domínguez lleva dos años como alcaldesa. Ha conseguido recientemente que la parcela donde se ubica el huerto pase a propiedad municipal, negociando la compra con el propietario. A pesar de que en la comarca hay algunos proyectos de agroecología, le duele que desde la administración no se esté promocionando la vuelta a la agricultura y que el sector agrario no se considere una fuente de empleo. «Mandan el sector servicios, la industria y luego la construcción. El turismo hace que la agricultura se vea como algo sin valor, y eso que tenemos una tierra muy rica y un clima excelente; puede plantarse de todo. Sin embargo, no se ve un futuro ligado al campo, los jóvenes buscan otros sectores». Ella mantiene la esperanza porque las subvenciones autonómicas para la incorporación de jóvenes a la agricultura este año se han agotado en muy poco tiempo.
Son las personas mayores del pueblo quienes han transmitido a los niños y las niñas los saberes asociados a la tierra.
EL AGUA EN MANOS DE LA AGRICULTURA INDUSTRIAL
El lema de las últimas jornadas de lucha campesina fue «L'aigua: agricultura, ecologia i patrimoni». Toni, que actualmente trabaja en el ayuntamiento como agente de desarrollo local, opina que es un tema clave: «Hay muchas ideas que queremos desarrollar, como los bancos de tierra, pero antes tenemos que solucionar los problemas que hay con el agua».
La comunidad de regantes riega con goteo y el goteo en esta zona lleva incorporado el abono químico para los naranjos. Solo hay un día a la semana en el que el agua va sin fertilizantes, por eso es un problema para quien quiera cultivar de forma ecológica. Assumpta dice que es una lucha de quijote, «hay lugares en Valencia, como Godella, Carrícola, Meliana…, que viven un momento muy dulce de resurgir de la agricultura y todo son proyectos agroecológicos. La gente vuelve a la tierra y tienen acceso al agua. Pero aquí sin agua no podemos hablar de todo eso». Toni comenta que parece que las cosas están cambiando porque se ha hablado de la posibilidad de eliminar las subvenciones a las comunidades de regantes si no cambian el tipo de abono. «Al menos, que usen abono líquido orgánico como medida de transición», propone. Esta tensión entre modelos productivos se refleja claramente en la industria de agroquímicos que da trabajo a mucha gente del pueblo; la nave, en la entrada del pueblo, con su presencia contundente, señala las muchas contradicciones entre las que se mueven los hechos y el discurso.
En el centro de desarrollo rural de la comarca se imparten cursos de agricultura ecológica y en Albaida, a unos 40 km, se puede cursar el Grado Medio en Producción agroecológica. Vicent de la Foia es el único productor agroecológico de Potries que puede vivir de su trabajo, y tanto él como Toni y Assumpta opinan que es un momento de oportunidad muy claro y que se están construyendo redes muy importantes en la comarca. «Una de las iniciativas que están dinamizando los canales cortos de comercialización es el grupo de consumo que recientemente se ha formado en Gandia», cuenta Vicent, que vende parte de su producción a ese grupo. Vicent forma parte de una organización de productores agroecológicos, Ecollaures, que certifica de forma alternativa su producción mediante sistemas participativos de garantía (SPG).
Vicent hace seis años que empezó a producir todo tipo de hortalizas, aromáticas y frutales, y también tiene colmenas y gallinas. «Fue una suerte encontrar este terreno para arrendar. Estaba abandonado y tuve que arrancar los naranjos, pero tenía un pozo de agua propio. Si no fuera porque tengo un pozo no sé dónde haría huerta ecológica». Vicent echa de menos una cooperativa que articule los canales de venta directa y de proximidad, piensa que eso podría facilitar mucho las cosas a quienes quieren dedicarse a vivir del campo. Eso sí, tendría que ser de una agricultura diversificada, «con la naranja, si hay un mal año, como no tengas un seguro contratado, no cobras nada y, cuando puedes vender, los compradores te compran la producción y no saben ni a cuánto te la van a pagar… Esta inseguridad, que ni los sindicatos ni la Conselleria consiguen arreglar, hace que un agricultor no pueda vivir de la tierra, por eso los jóvenes se dedican a otras cosas». Sin embargo, Vicent es optimista porque en estos seis años ha visto un auge de quienes apuestan por vivir de otro modelo agrario, de la agroecología.
La gente todavía conserva la tierra porque las personas mayores no quieren deshacerse de ella, pero cuando ellas no estén y abandonen los bancales, puede que empiecen a llegar las empresas, como en otros lugares, a comprar la tierra. «Por eso», dice Assumpta, «el vínculo emocional está en la base de toda esta problemática, en recuperarlo es en lo que hay que trabajar».
TODOS LOS CAMINOS LLEVAN AL BANCAL
Acabamos el día siguiendo entre los huertos de naranjos a Paula, que nos guía en su bici hasta el Centro Social Ocupado El Molí, en la partida rural La Mitjana. Un grupo de jóvenes de Potries y de pueblos de alrededor, como la Font d’en Carròs, ocuparon hace dos años un molino abandonado del siglo xvii, el lugar donde venían a jugar en su infancia. «Es algo que siempre se había hablado en el grupo de amigos, es un sueño hecho realidad», dice Adriana Roselló, una de las personas involucradas en la gestión. Ahora, después del duro trabajo de casi un año de limpiar escombros y restaurar la estructura, es un centro de reunión, de actividades y de creación de redes más allá de la comarca.
Se reúnen en asamblea una vez a la semana. Adriana no sabe cómo definir al grupo. «Nunca hemos sabido hacerlo», dice. «A mí me gustaría, por ejemplo, decir que somos un grupo feminista, pero no tengo claro que esté interiorizado del todo, vamos trabajándolo. La finalidad es realizar acciones que mejoren la realidad social, trabajando de una manera autogestionada, cooperativa y consensuada». Se han realizado, por ejemplo, jornadas antirrepresivas, charlas sobre moneda social o talleres para recuperar una de las prácticas heredadas del minifundismo el «a tornallom», el método tradicional valenciano de ayuda mutua en el campo.
Adriana es de Potries y nos cuenta que, como ella, en la zona hay muchas personas jóvenes que han vuelto a sus pueblos y que quieren echar raíces en ellos. Como educadora social, las ofertas de trabajo de la zona no le dan muchas oportunidades de crecer y aprender cosas nuevas, eso es lo único que le preocupa. La agricultura es algo con lo que ha crecido. «Casi todos mis amigos tienen un terreno con huerta. Si se arreglara el tema del agua, habría muchísimos más proyectos agroecológicos, la gente se iría de cabeza a la tierra». Cuenta que el año pasado, una de las actividades colectivas fue cultivar los alrededores del molino, pero al no llegar suficiente agua por la acequia, tuvieron que dejarlo.
Se hace de noche y nos vamos con la sensación de que quizá dejar de oír el ruido del agua es lo que ha hecho que la gente esté mal de la cabeza.
Patricia Dopazo Gallego
Revista SABC
Plataforma per la Sobirania Alimentària del País Valencià
Vídeo realizado dentro del proyecto «Talaia. Visibilitzant projectes transformadors per a l'economia solidària i la sobirania alimentària». (Perifèries, CERAI, Entrepobles, ISF).
Realización: Anna Boluda http://www.annaboluda.com/