Marta González Muñoz
Pintada en el edificio de la finca Cerro Libertad. Foto: Marta González
La Finca Cerro Libertad. Foto: Marta González
ENTRE OLIVARES POLVORIENTOS
A escasos kilómetros de Jaén capital se encuentra la finca rebautizada como Cerro Libertad. Justo un año después de que Andrés Bódalo, sindicalista del Sindicato Andaluz de Trabajadores/as (SAT) y exconcejal de Jaén en Común, entrara en prisión, el 1 de abril, unas 150 personas tomaron la iniciativa de ocupar la finca de Adarves Altos.
La finca tiene una superficie de 73 hectáreas, 64 de ellas de olivar que lleva 5 años abandonado. Había pertenecido a una persona dedicada al negocio de la construcción, presumiblemente para especular con el terreno, ya que en los alrededores se puede ver cómo han ido «creciendo» los chalés y urbanizaciones en lo que antes era una zona de huertas que alimentaba a Jaén. El terreno pasó a manos del Sareb (el banco malo), y actualmente pertenece a ANIDA, organismo del BBVA que gestiona sus propiedades inmobiliarias.
¿Qué hace un banco con una finca de 73 hectáreas, en una provincia con un 30 % de paro, principalmente agrario?
ACCIÓN-REACCIÓN
¡Andaluces, levantaos! ¡Pedid tierra y libertad! ¡Sea por Andalucía libre, los pueblos y la humanidad! No es un grito sindicalista, es el himno de Andalucía, una región cuya tasa de paro es de las más altas del Estado español, superando el 25 %, y donde el 5,13 % de las explotaciones agrarias concentran casi el 60 % de las tierras: tan solo 206 fincas tienen más tierra que 142.000 explotaciones.
Frente a esta situación de propiedad de la tierra y de alarmante desempleo, el SAT plantea acciones reivindicativas directas entre las que se prevé la ocupación de fincas, como es el caso del Cerro Libertad.
Según se recoge en el Estatuto de Autonomía de Andalucía, la tierra debe cumplir una función social, y en la Ley 8/1984 del 3 de julio de Reforma Agraria del Parlamento de Andalucía se establece, entre otras medidas, que el Consejo de Gobierno de la Junta de Andalucía podrá acordar la expropiación del dominio o del uso de una finca si esta no cumple su función social.
Es así, el SAT justifica plenamente la ocupación de la finca, que llevaba 5 años abandonada y que previamente había estado a la espera de ser recalificada para la construcción de viviendas de lujo.
SI NO LO CREO, NO LO VEO
La curiosidad se juntó con la oportunidad, y el último lunes de julio fui a visitar el Cerro Libertad. Me recibieron como a una más, me invitaron a desayunar y nos sentamos a compartir un rato, antes de seguir con las tareas.
María fue la que salió a recibirme primero. Está allí desde el principio de la ocupación, ahora le acompañan sus dos nietos, Álvaro y Alejandro, mientras que a su hija le ha salido un trabajito para completar el PER, el subsidio agrario. Tiene otro hijo trabajando en Mallorca. Comentamos lo duro que es tener un trabajo digno. María es responsable de organización del SAT Jódar, y ha sido la única condenada por la ocupación de la finca. Junto a ella está desde el principio Curro (portavoz del SAT en la provincia de Jaén). También les acompañan Fran, de Pegalajar, y Zora, que viene con su hija de 4 años desde Málaga para estar unas semanas apoyando a sus compañeras y compañeros en el día a día.
«¡Tendrías que haber visto cómo estaba la vivienda cuando entramos!», María empieza a enseñarme fotos. No había ni puertas ni ventanas, solo se veían escombros y suciedad. «Todo lo estamos haciendo poco a poco, con la ayuda de la gente. Es increíble lo que estoy aprendiendo. La gente aunque no sepa hacerlo, se pone y aprende», dice María, ilusionada.
Antes de que la temperatura se hiciera insoportable, Fran y Curro me enseñan la huerta. Desde el 1 de abril han tenido muchísimo trabajo: desbrozar, hacer caballones, sembrar, montar el riego, etc. Al principio tenían que regar con garrafas. Ahora, orgullosos, pueden decir que el huerto está dando hasta para vender un poco. «Y para hacer conservas de pisto», bromean.
Los olivos están muy abandonados, llevan 5 años sin recogerse, y ahora hay que «espestugar», que es como aquí se le dice a quitar las varetas, desbrozar y cuidar la cubierta, y un sinfín de tareas. En noviembre esperan poder organizar las cuadrillas y recoger la aceituna. Calculan que la finca podría dar para pagar hasta 1000 jornales. Tienen también gallinas, conejos y dos cerdos. El trabajo no falta. Cuando el calor aprieta, toca trabajar en la vivienda, enlucir, cocinar, limpiar.
El enfoque que se plantea es agroecológico, nada de productos químicos. Quieren intentar comprender no solo el agroecosistema como una unidad de análisis, sino tener la visión global, una mirada hacia la soberanía alimentaria, como defienden desde el SAT.
Les pregunté qué opina el vecindario, qué les comentan, si criminalizan la acción o si les apoyan. Me contestan apelando al sentido común: «A ver, es una finca abandonada que tenía un banco para especular con ella, y lo que estamos haciendo es cultivarla y ponerla a producir».
El ambiente que se respira es muy familiar, con los niños y la niña corriendo y haciendo pequeñas trastadas, María cocinando el arroz con pollo y verduras de la huerta a la vez que limpia y recoge la casa, Zora pintando el nombre de la finca en la puerta de la entrada, y los chicos dando una vuelta a la huerta. Sobre el reparto de tareas, María me dice que «hoy ha tocado así, otros días yo también voy a la huerta, ayer Curro hizo el pisto. Con los jóvenes no se nota tanto y también hacen cosas en la casa y cuidan a los niños, pero sí, aún queda mucho que cambiar».
Me pasé toda la mañana persiguiéndoles de un lado para otro, para poder ir haciendo preguntas, para ver y entender cómo funciona el día a día. Mientras, no paran de trabajar, y va llegando gente de visita, a traer plantones, a saludar, o a ver qué se necesita.
A mediodía, me invitaron a comer, y allí empezaron también a hacerme preguntas a mí. Qué me había parecido, qué pensaba, y Álvaro me preguntó por qué no me quedaba también a dormir. Esta vez no puedo quedarme, pero quién sabe... Ahora toca esperar a que se imponga el sentido común, y la finca pueda ser una opción de vida para aquellas jornaleras y jornaleros que necesitan un pedazo de tierra para trabajar y vivir de ella.
LEGALIDAD O LEGITIMIDAD
La ocupación es una acción puntual con consecuencias a largo plazo. Es emocionalmente costoso. Me imagino el frío que tuvieron que pasar las primeras noches, hasta acondicionar medianamente la vivienda. Ahora, con orgullo, enseñan las fotos del antes y el después, parece una operación de cirugía estética. En el informe de daños y perjuicios de la Guardia Civil decían que la finca había sufrido mejoras. Obvio.
Ha habido mucha solidaridad y mucho trabajo. Compañerismo y acompañamiento. Parte de ese trabajo se ve ahora en los cambios visibles, pero hay también mucho trabajo invisible, de cuidados, sin el que nada habría sido posible.
Lo que en este caso es la lucha por un pedazo de tierra tiene que dar un salto de escala y traducirse en un movimiento de lucha por la reforma agraria y la soberanía alimentaria, un camino hacia la conquista de los derechos sociales. La voluntad política para el cumplimiento del Estatuto de Autonomía junto con la Carta de los Derechos Humanos, sería suficiente para la construcción de un mundo mejor. Otro mundo es posible.
¡CUIDADO/S!
El primer contacto con María fue para decirle que tenía que retrasar mi visita casi una semana. Ella me dijo que no había problema, que allí estarían esperándome. Y así fue. Cuando llegué, olía a café recién hecho.
La entrada a la finca es un camino polvoriento, de ese polvo blanco que solo se ve en los olivares y que se mete por todos los rincones. Se veían algunos cernícalos y comenzaban a chillar las chicharras. La bienvenida fue calurosa, como el día.
Desde el primer momento bromearon con que a todas las personas que van de visita las ponen a trabajar, y un segundo después estaba ayudando con una escoba en la mano detrás de María, y luego en la cocina con el gazpacho y el arroz. Tuve que desistir de hacer una entrevista al uso, porque había que perseguirla por toda la finca mientras ella hacía tareas, y yo tampoco podía anotar mucho mientras cortaba tomates.
Radio Olé de fondo, los niños jugando y los perros cruzándose peligrosamente a cada paso. Un papel en la puerta del frigo decía: «Rellena la botella de agua, a todas nos gusta beber agua fresca». Barrer, ordenar, hacer las camas, cocinar, poner y quitar la mesa, lavar los cacharros, planificar qué comer, lavar la ropa, tender, doblarla, cuidar que los niños coman y duerman, hacer las conservas, recibir a las visitas..., y así podría seguir con la lista, que aunque no se suele ver, al igual que el agua fresca, a todas nos gusta.
El trabajo productivo de la finca implica todo un trabajo de sostenimiento, de cuidados, de interdependencia, por eso: ¡Cuidado! Nos nos olvidemos de los cuidados.
Voluntaria de Ingeniería Sin Fronteras Andalucía