Obra perteneciente a la exposición Nuestras raíces unidas a la tierra. Foto: Nuria González
La voz era firme, bien podíamos pensar que salía directamente de su corazón. O tal vez era una voz colectiva, la de la suma de las más de 800 presencias, que en el salón atendían a las primeras palabras de Unai Aranguren, de EHNE Bizkaia: «En un contexto general de cierre de fronteras y de pérdida de derechos sociales y civiles, bienvenidas al País Vasco, un país de acogida. Nuestro primer mensaje de solidaridad para todas aquellas personas, refugiadas, inmigrantes, sean campesinas o no, que han tenido que salir de sus países y que están viviendo situaciones dramáticas». La emotividad acumulada durante las actuaciones previas a su intervención: la txalaparta, el aurresku, la coral vasca…, como una descarga eléctrica compartida y retroalimentada, pareció recorrer todos esos cuerpos.
Allí, en la apertura de la VII Conferencia Internacional de La Vía Campesina, se sabía muy bien qué significa el fenómeno migratorio, qué significa pedir asilo, buscar refugio, salir y luchar para salvar la vida. La identidad campesina que permitió forjar un movimiento de esta magnitud, sustentada en su apego a la tierra y en una cultura de cuidados, convive desde siempre, pero sobre todo «en estos tiempos de ignominia como ahora / a escala planetaria y cuando la crueldad / se extiende por doquier fría y robotizada» (en versos de José Agustín Goytisolo), convive con el exilio, una realidad demasiado común para las gentes del campo.
Como dijo Unai, «ante esta barbarie, los campesinos y campesinas tenemos que ser actores activos en la acogida, porque si hay una palabra que define bien a La Vía Campesina, es la solidaridad». Esta solidaridad estuvo presente en los cuatro días que duró este evento en el que cada cuatro años se comparten aprendizajes para trabajar los retos políticos inmediatos.
En este número hemos querido dedicar la sección «Amasando la Realidad» a este importante encuentro en el que estuvimos presentes, para recoger y difundir, especialmente, dos de los temas que con más fuerza se erigieron en ejes estratégicos para el movimiento campesino: feminismo campesino popular y derechos campesinos. Los acompañamos de la propia declaración final de la Conferencia y de dos artículos para ampliar el conocimiento de realidades campesinas europeas, a veces tan lejanas, incluso cuando se comparten luchas y territorios: Portugal y Rumanía.
Añadimos en las otras secciones temáticas que encuadran la necesidad de esta construcción común desde el cuidado de la tierra: la insostenibilidad de nuevos cultivos, cegados por el mito de la productividad; la apropiación del mercado ecológico por las multinacionales; y las consecuencias sociales del monocultivo de palma, un ingrediente clave en la alimentación industrial.
Visitamos la finca de Cerro Libertad, en Jaén, ocupada por el Sindicato de Obreros/as del Campo, para preguntarnos qué pasa en su día a día; el barrio madrileño de Lavapiés, que desde hace diez años trabaja en red por la soberanía alimentaria; y el pueblo de Potries, en la comarca valenciana de La Safor, que nos recuerda la importancia del vínculo emocional con la tierra.
Goytisolo cierra su verso: «Aún queda buena gente en este mundo / que escucha una canción o lee un poema». El poema de esta conferencia se escuchaba, se leía y se cantaba en ese constante reconocimiento a otra de las tristes centralidades del movimiento campesino: la criminalización y acoso de quienes lo hacen posible.
«Berta Vive, la lucha sigue».
Vídeo de la VII Conferencia Internacional de La Vía Campesina. Por Alba Azaola y Daniel Carrasco.