Iago Pérez Santalla
Adaptación del artículo «Inclusión en el medio rural», publicado originalmente en el blog de la Universidad Pontificia Comillas
El mundo rural conserva cierto espíritu comunitario capaz de tejer un ambiente propicio para el crecimiento y el desarrollo personal. En un pueblo se añade a la individual una identidad colectiva forjada a partir de un sentimiento de pertenencia que lleva a compartir la propia historia y cierta forma de comportarse ante el mundo y ante la diversidad.
Foto: Iago Pérez Santalla
Criarse en una aldea tiene sus ventajas y sus desventajas. A menudo, vivir con una discapacidad física en el rural supone otra discapacidad derivada de un entorno inaccesible. En mi caso, estas barreras impuestas por la naturaleza se superaron gracias a una comunidad que fue inclusiva conmigo desde el primer momento. Hablar de inclusión en los años ochenta resulta increíble, pero en el seno de mi pequeña aldea de Vilaxuste en el ayuntamiento de Portomarín (Lugo) tejí una identidad propia junto con las personas de mi generación, con las que me desarrollé de un modo igualitario.
EL CONTEXTO DE VILAXUSTE
Para empezar a hablar de Vilaxuste, hay que explicar el concepto de parroquia en Galicia, que trasciende los límites eclesiásticos y se vuelve un concepto territorial y jurídicamente reconocido en el Estatuto de Autonomía. La parroquia se compone de una serie de aldeas que comparten la gestión de un mismo territorio. En el caso de Vilaxuste hay 13 aldeas que actualmente constituyen núcleos más o menos poblados. La parroquia comparte iglesia, cementerio, teleclub, campo de la fiesta, una misma fiesta patronal y la gestión de un monte comunal. De estos servicios, destaca el teleclub que se construye en los años sesenta cuando el Ministerio de Información y Turismo facilitó televisores a las parroquias y estas edificaron un espacio común en donde se juntaba el vecindario y que continúa funcionando en la actualidad como local social.
Vilaxuste es un pueblo emprendedor, pionero en el ámbito gallego y español en la introducción de avances en la agricultura. En 1999 se creó un parque de maquinaria de uso agrario que facilita el trabajo agropecuario a la mayoría de las explotaciones ganaderas del pueblo.
LA FILOSOFÍA INCLUSIVA DEL MUNDO RURAL
En O ilímite de pensarte libre (2009), hablo del concepto de integración natural, considerando que la gran diferencia respecto a la integración educativa o la laboral es que nunca podrá ser legislada ya que nadie puede establecer por ley las amistades que va a tener o el derecho a tomarse un café con alguien. Eso se gana con la vida, con la actitud y con la convivencia diaria en la que todas las personas tenemos que demostrar nuestra calidad humana independientemente de nuestras características.
En Vilaxuste, desde hace años acogemos inmigrantes y tenemos la suerte de que las personas que van llegando participan activamente en las fiestas y reuniones del pueblo. Yo formo parte de la que fue, quizás, la última gran generación (dado el descenso de la natalidad y la dispersión poblacional posterior) y tengo que decir que siempre hubo un fuerte vínculo colectivo. Los pilares de la inclusión tienen que ver con una profunda identidad que genera un sentimiento de pertenencia derivado de una constante necesidad de ayuda que cohesiona la comunidad:
1. El trabajo agrario exige interdependencia y cooperación. Es un trabajo en el que se planifica casa a casa y hay una implicación general. Lo vemos, por ejemplo, en las matanzas. También lo podemos ver en la ensila de la hierba o en la recogida de las patatas, entre otras labores. Todo esto deriva en una forma de relación muy ligada a los trabajos del ciclo agrario que precisan cooperación.
2. La casa tiene una historia propia que da a la persona una identidad particular. Es un espacio abierto a la comunidad, de tal forma que todo el vecindario, sobre todo el infantil en sus juegos, transita por los distintos hogares, lo que forja una relación profunda que culmina en un espíritu comunitario, cuyos efectos se dejan sentir en todos los ámbitos de la vida. Pensemos en la malla del pan, las matanzas, la recogida de la hierba o las patatas, son trabajos comunitarios que nos obligan a recorrer casas y a mantener una interdependencia como parroquia. Por otra parte, tenemos bodas que unen familias, y entierros y nacimientos que suponen visitas. Era habitual que una casa tuviese varios nombres aunque el proceso del tiempo fuese diluyendo algunos de ellos. También hay casas cuyo nombre proviene de algún apodo o de algún hecho puntual que, de alguna manera, ha quedado en la memoria colectiva.
3. «Ser de». Es una identidad añadida. Cuando el apellido pasa a un segundo plano y, tras el nombre, aparece un «de» significa estar en casa, en la cuna que vio a la persona nacer y desarrollarse. De modo que no es lo mismo ser mencionado con el nombre oficial, por ejemplo, Iago Pérez Santalla, que alguien te reconozca como Iago «de Pedro Antonio». En el primer caso, se refieren a mí por el nombre con el que desarrollo mi vida profesional y personal, pero en el segundo, me están mencionando los vecinos que me han visto crecer y desarrollarme, los que saben mi intrahistoria y, por lo tanto, una parte de mis intimidades personales; ahí se teje otra forma de intimidad.
4. El conocimiento colectivo de la situación personal supone la ventaja de tener la seguridad de que si ocurre algo en el entorno de la comunidad rural, la persona nunca quedará desprotegida.
EL ERROR COMO APRENDIZAJE
Hay algo que diferencia la comunidad rural de la sociedad de hoy en día, dirigida desde los medios de comunicación: el reconocimiento del error como elemento de aprendizaje, de modo que se valora el cambio de actitud personal por encima del hecho histórico puntual que lo motiva.
Esto es un hecho intergeneracional que, en mi caso, dio lugar a una plena normalización de la diversidad funcional en la comunidad. Por otra parte, además de aceptación hubo adaptación. En este sentido, tengo que hablar de la gran herencia cultural que he recibido de mis abuelos y abuelas en forma de cuentos, juegos y canciones. En cuanto a los juegos, siempre creyeron que las cartas eran una buena forma de desarrollar la psicomotricidad fina y, al mismo tiempo, el intelecto. Fruto de esto, tanto mi hermano como yo, aprendimos a contar y a sumar jugando a la brisca y a la escoba. Con el crecimiento íbamos aprendiendo nuevos juegos como el tute, el mentiroso o el chinchón. Cuando llegó la hora de aprender a jugar al tute surgió el problema de que no podía coger tantas cartas en la mano, entonces mi abuelo decidió hacer una tabla de madera de nogal para poder apoyar las cartas y poder jugar. De este modo, además de abrirme las puertas lúdicas, adaptó el contexto para que el juego se desarrollase con normalidad.
LA IMPORTANCIA DEL GÉNERO EN EL MUNDO RURAL
Si hablamos de actitudes, tenemos que introducir el género como variable en un mundo en el que resulta imprescindible visibilizar el papel de la mujer en todas las épocas. Hay que recordar que históricamente la emigración carga el mundo rural sobre sus hombros y en la actualidad el mundo rural sigue siendo matriarcal en su esencia y en su cimiento, aunque la gran contradicción es, como en todos los ámbitos, que el sistema de organización y gestión es patriarcal; de modo que oculta el trabajo imprescindible de las mujeres.
Si a esto añadimos la diversidad funcional en las mujeres, nos encontramos con un doble aislamiento y además con una lucha titánica por llegar a ser. A menudo, el trabajo de la mujer es infravalorado. A la cuestión de género y de diversidad funcional podemos añadir la identidad sexual y entonces tendremos una triple discriminación y nos encontraremos con vidas que viven sin ser ellas mismas, con personas negadas y anuladas de una manera total, que incluso llegan a ser recluidas en su propia casa. Hay que decir que existen casos minoritarios en los que la familia ha luchado por ellas para que aprendieran una profesión. A esto me refería cuando digo que he vivido en un entorno inclusivo; sin embargo, el hecho de que esto dependa de la familia de procedencia ya indica una desventaja social evidente.
El mundo rural es una oportunidad para volver al espíritu comunitario, pero necesita abrirse más a la diversidad, comprendiendo que cada persona es única e irrepetible y debemos obtener de ella el mejor aprendizaje colectivo.