Paloma Jimena Medina
En las últimas décadas, uno de los instrumentos más emblemáticos de dinamización del medio rural ha sido la iniciativa LEADER de la Unión Europea, que se ejecuta desde los territorios y ha supuesto inversiones millonarias. ¿Pueden estos programas convertirse en una herramienta para subvertir el despoblamiento y además hacerlo desde una perspectiva de género?
La Santa, La Rioja. Foto: Agustí Hernàndez
Hace unos días han llegado a mi ventana virtual unas sorprendentes imágenes de una minúscula araña tejiendo su tela. La imagen me viene una y otra vez a la cabeza y más siendo parte de una asociación feminista llamada Asociación de Mujeres por la Igualdad Tejiendo Cambios, que lleva más de 15 años de actividad en la Montaña Palentina. En este tiempo hemos trabajado juntas por construir redes feministas capaces de sacudir ese patriarcado tan presente en el medio rural.
¿HUIR DEL CAMPO O QUEDARSE PARA CAMBIARLO?
Huir no es siempre la respuesta a los problemas que vivimos las mujeres en el campo. La «huida ilustrada» de muchas mujeres pensando que en las ciudades escaparían al mayor control social de los pueblos, a la falta de oportunidades laborales o a la ausencia de corresponsabilidad en el hogar (¡ilusas!), no siempre dio buenos resultados.
Hay que transformar lo que no nos gusta del campo aprovechando esas grietas del sistema que queremos revertir.
Otra respuesta fue quedarse o volver, y es la que hemos elegido muchas mujeres de diferente edad, condición, origen étnico, identidad, orientación sexual... unidas por el mismo deseo: apostar por transformar lo que no nos gusta del campo y hacerlo juntas, no enfrentadas; libres, no obligadas; y, sobre todo, hacerlo aprovechando esas fisuras o grietas que tiene el sistema que queremos revertir.
Algunas de nosotras empezamos a vivir y trabajar en entornos rurales. En mi caso fue a finales de los ochenta en Albacete, en la Sierra del Segura, con proyectos de desarrollo rural y fondos europeos que ni siquiera se llamaban todavía LEADER. Trabajamos con pequeñas pedanías y sus alcaldes (por entonces todos eran hombres), con asociaciones de agricultores y agricultoras, con juntas vecinales y comunidades de regantes y creando asociaciones de mujeres porque era necesario favorecer su encuentro y su organización.
LA AUSENCIA DEL ENFOQUE DE GÉNERO EN EL DESARROLLO RURAL
En la primera y segunda década del tercer milenio, he podido participar en dos proyectos de cooperación interterritorial: Avanza e Igualar, a través de grupos de acción local (GAL) gestores del programa LEADER. En el segundo proyecto, Igualar, hemos tenido la oportunidad de formar un equipo técnico fuerte en el que ha sido definitivo que todas las técnicas (y un técnico) hayamos sido feministas convencidas. También ha sido vital que las personas de la junta directiva de los otros seis grupos de acción local participantes hayan entendido que es fundamental la incorporación de la perspectiva de género en todas las fases del proceso. Eso ha provocado la diferencia.
El tipo de acciones, estrategias y objetivos ha estado muy pensado para que no solo las mujeres sean beneficiarias del desarrollo en sus entornos, sino también para que busquen, definan y construyan sus propias acciones, definiciones y proyectos personales y profesionales para poder seguir viviendo en el medio rural y disfrutar de sus ventajas. Desgraciadamente, esto no siempre es así y en muchas iniciativas y proyectos financiados con fondos LEADER la perspectiva de género brilla por su ausencia. El último estudio presentado por la Red Española de Desarrollo Rural sobre la presencia de mujeres en los órganos de decisión y los equipos técnicos de los GAL refleja que seguimos infrarrepresentadas en estos espacios, al igual que en otros ámbitos del medio rural.
En muchas iniciativas y proyectos financiados con fondos LEADER la perspectiva de género brilla por su ausencia.
PROGRAMAS DE DESARROLLO RURAL: CAMBIARLOS DESDE DENTRO
El proyecto Igualar involucraba a siete territorios: Sierra Mágina, Valle del Guadalhorce, Gran Canaria, La Palma, Zona Media de Navarra, Valle del Ese-Entrecabos y Montaña Palentina. Trabajamos con las asociaciones de mujeres de todos ellos, además de con los equipos técnicos de los diferentes grupos de acción local, ayuntamientos e instituciones públicas y privadas, personal político de todos los pueblos de las diferentes comarcas y con las empresarias y emprendedoras para facilitar procesos de «emprendizaje» (emprender y aprender) y empoderamiento personal y colectivo.
Una de las líneas de trabajo fue facilitar la visibilización de los aportes de las mujeres a sus pueblos y comarcas a través de talleres sobre genealogías de mujeres, publicaciones sobre diversos colectivos de mujeres olvidados y jornadas de reconocimiento a mujeres que supieron romper con los moldes de género en los que se suponía que debían vivir encorsetadas. También se elaboraron informes y propuestas, por ejemplo, para apoyar la exigencia de la Ley de Titularidad Compartida de las explotaciones agrarias o la Ley de Dependencia y un estudio sobre los protagonismos públicos de las mujeres en el ámbito político y empresarial, así como su repercusión en la esfera familiar.
Desde mi punto de vista, Igualar ha contribuido a que muchas mujeres, en muchos lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas ¡y grandes! hayamos construido una red de sororidad que nos ayuda a defender un modelo distinto de vida en los pueblos. Después de cuatro años, muchas aún seguimos conectadas, entrelazadas en proyectos comunes y apoyándonos cuando los proyectos no salen y los obstáculos vuelven a ser tan grandes que parece que no hemos avanzado nada.
Muchas veces, escucho decir que los fondos europeos dedicados al desarrollo rural no sirven para nada, que se reparten los euros según afinidades políticas y amiguismos. Es verdad que en ocasiones en las comarcas no se conoce muy bien la dinámica de funcionamiento de estos grupos ni quién forma parte de las asambleas y juntas directivas de los mismos, ni cómo se eligen los proyectos que se subvencionan, etc. Eso tiene una solución: participar.
Es verdad que la burocracia excesiva, los papeleos, los imperativos de las administraciones autonómicas y locales, la distancia con Europa, etc. han colaborado a que un experimento de desarrollo participativo endógeno, cercano a la ciudadanía y a la realidad de cada pueblo no haya cosechado los éxitos que se le auguraban. Y no podemos ocultar el despilfarro de fondos públicos o, en ocasiones, la no adecuación a la realidad de los territorios. Pero faltaríamos a la verdad si no reconociéramos el trabajo de muchas personas que han creído que era posible transformar sus pueblos y comarcas desde ayuntamientos, asociaciones, negocios, parroquias, escuelas y otros muchos espacios sociales con colectivos comprometidos, y que han ido dotando de futuro y esperanza, al menos, a su entorno local cercano.
Parafraseando a la sufragista norteamericana Alice Paul ,«cuando se empieza a arar, no se deja el surco». Y eso es lo que nos pasa a algunas.
RESISTENCIA, SORORIDAD E INSUMISIÓN
A algunas personas les ha podido sorprender el título de este artículo, pero realmente después de más de tres décadas compartiendo, luchando, viviendo y organizándome con mujeres del medio rural, creo que son las tres palabras que definen nuestro caminar feminista.
Resistencia ante un mundo patriarcal y capitalista que tiene un patrón occidental, heterosexual y androcéntrico en el que muchas no nos identificamos, muchísimas personas no nos queremos identificar y que expulsa a personas de todos los rincones del planeta de sus tierras ricas y fértiles para robarles todos sus derechos económicos, sociales, culturales y ambientales dejando desierto y esquilmado el paisaje rural.
Sororidad para tejer redes de intercambios y aprendizajes, de empoderamiento y emprendimiento, y de revolución de los cuidados para conseguir un mundo más justo en este medio rural donde los estereotipos y prejuicios de género se siguen reproduciendo, limitan nuestras oportunidades, nos hacen más vulnerables ante la violencia y nos impiden estar en los lugares en los que se toman las decisiones importantes que atañen a nuestras vidas.
Insumisión para revertir el modelo social basado en este sistema sexo-género para dejar de ser sumisas ante unos mandatos y roles de género que no nos dejan crecer personal ni profesionalmente y que, desgraciadamente, perviven aún con fuerza en algunos rincones de nuestro medio rural. En determinados momentos de nuestra vida, estos mandatos nos convierten en el soporte vital de nuestros pueblos sin contar con los medios, infraestructuras y servicios necesarios para que la vida en ellos sea digna, cómoda, estable y con futuro. Insumisas ante un modelo de producción y de consumo insolidario, irresponsable e insostenible que convierte los alimentos en mercancías y los campos en laboratorios.