ENTENDER LA POLÍTICA DE DESARROLLO RURAL EUROPEA Y SUS FONDOS
El ingreso de España en la Unión Europea (UE) en 1986, coincide con la etapa de mayor interés por avanzar en la construcción comunitaria y con un momento en que los instrumentos financieros adquieren un volumen muy significativo, siendo nuestro Estado uno de los principales perceptores de fondos.
Entre las diferentes fórmulas de financiación destacan los Fondos Estructurales y de Inversión, que funcionan de modo conjunto para apoyar la cohesión económica, social y territorial de toda la Unión Europea, y que en la actualidad se dividen en cinco: el Fondo Europeo de Desarrollo Regional (FEDER), centrado en temas de infraestructuras; el Fondo Social Europeo (FSE), en temas de formación y ocupación; el Fondo de Cohesión (FC), para las regiones menos desarrolladas; el Fondo Europeo Marítimo y de la Pesca (FEMP); y, por último, el que nos ocupa, el Fondo Europeo Agrícola de Desarrollo Rural (FEADER).
Así pues, el FEADER es el instrumento de financiación, en régimen de gestión compartida entre los Estados miembros y UE, para hacer posible la política de desarrollo rural de la UE. Las directrices de esta política están descritas para los próximos años en el Reglamento (UE) n.º 1305/2013. En él se fijan los objetivos a los que debe contribuir la política de desarrollo rural y las correspondientes prioridades europeas en esta materia.
Para el periodo 2014-2020, España recibirá a cargo del FEADER y por aplicación de este reglamento, 8291 millones de euros que, junto con la cofinanciación del Estado y las comunidades, supondrán un fondo total de 13.100 millones de euros para el desarrollo rural.
Dentro del reglamento se señalan 25 medidas a desarrollar, una de ellas es el conocido programa LEADER al que corresponde una partida relativamente baja, 820 millones euros. LEADER está en marcha desde 1991 con la idea de aprovechar la energía y las capacidades de las personas y colectivos que pudieran contribuir al desarrollo rural formando asociaciones entre los sectores público, privado y civil en el ámbito subregional. La ejecución de los programas a cargo del LEADER se genera desde estos espacios y colectivos conocidos como grupos de acción local (GAL).
Ruedas Enciso, La Rioja. Foto: Agustí Hernàndez
Claramunt, Lleida. Foto: Agustí Hernàndez
EL ENGRANAJE DE LAS POLÍTICAS DE DESARROLLO RURAL EN EL CONJUNTO DE LAS POLÍTICAS AGRARIAS
Como hemos visto, no podemos discutir que en la UE existen políticas y diversos instrumentos para abordar el desarrollo rural. Pero hay que hacer algunas consideraciones al respecto.
La primera emana simplemente al detectar la cantidad de instrumentos que de una manera u otra afectan al medio rural, y parece sensato que, como el propio el Tribunal de Cuentas Europeo ha recomendado, estén todos ellos integrados.
En segundo lugar, si analizamos cada uno de ellos detectaríamos también que, como en muchas ocasiones, nuestra clase política ni siquiera es capaz de aprovechar con imaginación las oportunidades que les ofrece la política europea. De hecho, estudiando el Reglamento 1305/2013 de Desarrollo Rural que gestiona el FEADER, observamos una serie de artículos y objetivos que son muy apropiados para favorecer un medio rural sostenible y con futuro. Por ejemplo, en el artículo 4 del reglamento donde se establecen los objetivos de la política de desarrollo rural, encontramos que entre ellos está garantizar la gestión sostenible de los recursos naturales y la acción por el clima y lograr un desarrollo territorial equilibrado de las economías y comunidades rurales incluyendo la creación y conservación del empleo. También en el artículo 5, donde se establecen las prioridades de la política de desarrollo rural, se pide que los Estados miembros y las regiones construyan sus propuestas a partir de la selección de una o varias de las seis prioridades. Entre ellas, concretamente la sexta se refiere a «fomentar la inclusión social, la reducción de la pobreza y el desarrollo económico de las zonas rurales».
En el caso del Estado español, el desarrollo de los fondos FEADER se ha concretado en el Programa de Desarrollo Rural nacional y en 17 programas autonómicos. Estos programas, sin salirse del marco político, podrían enfocarse claramente a apoyar la incorporación de jóvenes a la agricultura, las pequeñas explotaciones agropecuarias, las zonas de montaña, las cadenas cortas de distribución, el empoderamiento de las mujeres en zonas rurales y otras propuestas para revertir el proceso de despoblamiento. Salvo excepciones, estas líneas no están presentes en los proyectos que se llevan a cabo y lo vemos sobre todo en los programas LEADER, muy conocidos en el medio rural al gestionarse desde los propios territorios. Son una buena muestra de grandes éxitos y grandes fracasos.
Revista SABC
«EN LA UNIÓN EUROPEA NUNCA HA HABIDO VOLUNTAD REAL DE INVERTIR EN DESARROLLO RURAL»
Ángel de Prado
Pasan ya de 30 mis años dedicados a la lucha en favor de los pueblos. Años de trabajo desde la Asociación Salmantina de Agricultura de Montaña, que han coincidido en buena parte con los de aplicación de la iniciativa LEADER. Años de ilusiones y ganas de mejorar la vida de la gente de los pueblos y de evitar el despoblamiento. Y, finalmente, años de constatar que estos recursos no estaban pensados más que para el desarrollo de la banca y las grandes empresas del norte de Europa.
En mi experiencia, debo decir que el dinero que estos fondos aportan no se gestiona con criterios de participación democrática de la población, adaptando a cada país y a cada comarca las inversiones razonables para una transición hacia la sostenibilidad. Lo gestionan las administraciones de cada país que previamente han de presentar el programa de actuación para un período de seis años que si se sale del modelo previsto, no recibirá la correspondiente financiación de Bruselas. El uso que nuestras autoridades políticas y administrativas han hecho de los fondos estructurales ha concentrado las inversiones donde más habitantes había, en busca del voto que las mantuviese en el poder.
En su modelo de desarrollo, el que han financiado, no cabe ya la vida rural ni las prácticas ancestrales de gestión del territorio. El poder político ha tenido muy claro que solo las ciudades son una manera cómoda de vivir y que todas las personas aspiran a vivir en ellas. Por eso pienso que en la Unión Europea nunca ha habido voluntad real de cambiar la tendencia de la pérdida de población y del envejecimiento de tantas comarcas rurales. Tampoco en el Estado español ni en las comunidades autónomas. La iniciativa LEADER, que se ha prolongado con sucesivas ediciones, no ha sido más que una broma curiosa. Lo que nació como laboratorio de innovación para que asociaciones civiles generaran nuevas ideas y las administraciones las convirtiesen en políticas activas que animasen las economías rurales, ha terminado siendo la disculpa general para decir que se trabaja el desarrollo rural. Pero es mentira. Las cifras son irrisorias y, además, las decisiones están controladas por la administración local con la activa y omnipresente participación de las alcaldías, que procuran, y consiguen en casi todos los casos, que el reparto de los fondos sea para los proyectos que convienen políticamente. La gente, con el incentivo de la subvención, invierte en proyectos del modelo único. Así solo se apoya el modelo económico capitalista para el mundo rural.
Quienes resistimos en el medio rural venimos haciendo una llamada de urgencia a la sociedad. No reclamamos recursos para consumir más e igualarnos a quienes habitan las capitales. Reclamamos una mirada hacia la naturaleza y hacia los valores vitales como el agua limpia y las inmensas aportaciones de los bosques. Hacia la arquitectura popular y las formas de vida en pequeñas colectividades. Hacia las semillas y la biodiversidad de plantas y alimentos. Ante la insostenibilidad de las ciudades, es vital volver nuestra mirada a los pueblos ya casi vacíos, a esas personas mayores que guardan el conocimiento y la gestión del territorio. Es ya un grito de auxilio para que esta sociedad mire por un momento hacia nuestros pueblos no como una reliquia de un pasado de pobreza y sufrimiento, sino como una alternativa estratégica de supervivencia y futuro.