Reseña del libro 'Conducta migratoria', de Bárbara Kingsolver
Raquel Martínez-Gómez
Ilustración del libro. Por Izhar Cohen
Uno de los grandes temas de la literatura, según escribe Bárbara Kingsolver en Conducta migratoria, es el hombre contra el hombre y contra sí mismo. «¿Podría el hombre estar alguna vez a favor de algo?», se pregunta Dellarobia Turnbow, su protagonista, mientras la escritora nos muestra una humanidad pasiva a la que le falta valentía para enfrentar la amenaza del cambio climático.
La novela de Kingsolver transcurre en una granja de los Apalaches donde, de repente, aparecen millones de mariposas monarca. La primera vez que Dellarobia presencia los racimos que forman cree que se trata de una enfermedad de los árboles pero, en realidad, lo que está viendo es un indicio más del anticipo de la pérdida: un incendio sin fuego en el que también arderá su mundo.
Dellarobia huye de una vida que no ha elegido cuando ya la está perdiendo. Sometida a los designios de su orfandad, de una sociedad tradicional y patriarcal que reproduce los estereotipos de género, de un amor que «le retuerce las entrañas», algo cambia cuando el entomólogo Ovid Byron acampa en su granja para estudiar los nuevos patrones migratorios de las mariposas. La escucha sin el desprecio que le muestra su marido y le da una oportunidad para forjar una independencia económica que también se traduce en confianza en sí misma.
Byron es, además, quien pone un nombre a lo que la gente del pueblo considera «el milagro de las mariposas»: se llama cambio climático y las monarca solo «son las refugiadas de una catástrofe horrible». Dellarobia se rebela entonces contra «los designios de Dios». Sabe que las amenazas al equilibrio ecosistémico son reales porque las siente en su propia piel:
Ella conservaba aún la sensación de estar hueca después de los años que había pasado con un niño que chillaba para sacarle la leche y otro que monopolizaba su cuerpo por dentro. Había sido como someterse a la vez a obras de minería profunda y cielo abierto.
El insecticida DDT que su suegro almacena ilegalmente, la industria maderera (Money Tree Industries), los desechos de fabricación humana que inundan el bosque... Todo ello se traduce en sucesivas pérdidas: la siega, los melocotones, el forraje para las ovejas... En definitiva, en la desaparición del mundo que hasta entonces Dellarobia había conocido.
Las consecuencias ya están ahí y le parece que la gente no suele «esforzarse tanto por parecer inocente sin ninguna razón». El título original de la novela, Flight Behavior, anuncia esa necesidad de salir corriendo de un lugar peligroso o incómodo: de preferir ignorar el impacto de nuestro modelo de vida en el planeta.
Quizás por eso las ovejas que la protagonista observa parecen más listas y realistas que las personas, «soportan con paciencia el caos generado por los indisciplinados humanos».
La novela de Kingsolver es un alegato contra quienes mienten impunemente negando la existencia del cambio climático para salvaguardar los intereses de las minorías. Los retrata. Y no podemos dejar de pensar en el candidato a la presidencia de los EE. UU., xenófobo y machista, pregonando que solo es «un concepto creado por los chinos» (Le Monde Diplomatique, septiembre 2016).
Pero el relato también apunta a quienes huyen fabricándose «sus pequeñas casas de autocomplacencia y bendiciones especiales», cerrando la puerta de golpe sin saber que las montañas a sus espaldas estaban en llamas.
La cadena de conformismo, ignorancia, mentira y pasividad encuentra en la negligencia de algunos medios de incomunicación muchas de sus causas. Para evitar que periodistas sin rigor hablen de lo que debería contar la comunidad científica, Dellarobia arrastra a Byron a que se enfrente a la televisión. El comportamiento de la entrevistadora no le deja mucha opción:
Está dejando que una agencia de relaciones públicas le dicte los guiones (...) Cuando Philip Morris dejó de pagarles, firmaron un contrato con la petrolera Exxon.
La caricatura llega al esperpento cuando un ecologista venido de la ciudad muestra a Dellarobia una lista de medidas para comprometerse con la reducción en el consumo de carbono. Los mensajes van dirigidos a una clase acomodada a la que ella no pertenece. La pobreza parece ser la única aliada forzosa en la reducción de emisiones de CO2. Pocas explicaciones necesita quien vive en la cuerda floja a diario y no tiene otra opción que comprar en tiendas de segunda mano:
Mientras camina por las tiendas de todo a un dólar piensa en las cantidades ingentes de trabajadores mal pagados que producían trastos de ínfima calidad para otros trabajadores mal pagados que los compraban y usaban, y vivían su vida más que nada para cancelarse mutuamente atrapados en una trampa mundial para perdedores.
Por esto y mucho más, Dellarobia siente que todo lo que tiene en la vida «era irrompible o estaba roto». Ella, que no había sabido cómo reaccionar unas semanas antes en presencia de una familia procedente de Michoacán «que había perdido su mundo, incluida la montaña bajo sus pies y las mariposas que llenaban el aire», tiene que enfrentarse al final de la novela a la pérdida del suyo. ¿Esperaremos nosotras sin hacer nada a ver el nuestro hundirse?