Carlos Marentes
Trabajadores agrarios en Nuevo México. Foto: Carlos Marentes
Uno de los aspectos más trágicos del modo de producción y consumo impuesto por las corporaciones que controlan el sistema alimentario mundial es la destrucción del entorno rural, la desestabilización de las economías campesinas y la expulsión de muchísimas personas. Naciones Unidas las cifra en 244 millones. Sin embargo, ¿no son los migrantes el sujeto político que en el siglo XXI enfrenta la realidad de la crisis? Para tratar de responder, nos acercamos a una de las fronteras más emblemáticas.
La migración involuntaria (o forzada, como hay quien prefiere calificarla), se nos presenta como el resultado de las guerras, de la violencia del narcotráfico, de los desastres naturales y de las crisis económicas. Todo esto, junto o separado, provoca la devastación de la comunidad y el desplazamiento de quienes pueden huir en busca de la sobrevivencia. Como el pico de un iceberg, se trata solamente de los efectos de algo más profundo, de los efectos de un sistema económico donde la apropiación de riqueza a través del saqueo de los bienes comunes, de la explotación humana y de la naturaleza, de la perversión de los estilos de vida y del consumo genera cada vez más ganancias. Todo esto trae como resultado la migración involuntaria, la tragedia de millones de personas que intentan escapar de sus países que los expulsan y, al mismo tiempo, entrar a países que los rechazan. Esta es la faceta más ominosa del capitalismo.
En el caso de la migración involuntaria rural, sus causas muy a menudo residen en la pérdida de capacidad para producir alimento para sus familias y su comunidad. Porque la producción y el consumo de comida son un enorme negocio que el capital no iba a dejar en manos del campesinado y la producción familiar. En Estados Unidos, según su departamento de agricultura, la agricultura y sus industrias relacionadas, contribuyen con más de 835.000 millones de dólares al producto interno bruto, y su población gasta en promedio más de un 13 % del presupuesto familiar en comida. Este negocio, como sabemos, se concentra en unas cuantas manos y su interés primordial es la desaparición del campesinado.
EL CASO DE MÉXICO
México, hasta los sesenta, era un país autosuficiente en producción de maíz, la pieza fundamental en la dieta del pueblo mexicano. Sin embargo, a partir de la Revolución Verde aplicada por el Banco Mundial a principios del siglo pasado y con la llegada de los «paquetes tecnológicos» de corporaciones como Dow Chemical, DuPont, John Deere, International Harvester, Standard Oil y otras, el campesinado fue perdiendo su autosuficiencia alimentaria. Dejó de sembrar comida para entrar a la lógica del monocultivo, sembrando para el mercado, no para satisfacer las necesidades alimentarias de la población. Naturalmente, este proyecto tuvo la complicidad del corrupto Estado mexicano y de la ambiciosa oligarquía nacional. Mucho después de la Revolución Mexicana de 1910, los exgenerales, exhacendados e integrantes de la pequeña burguesía que sobrevivieron a la revolución, se volvieron millonarios y prósperos empresarios. Algunos incursionaron entonces en la producción de estupefacientes para el consumo en Estados Unidos y sentaron las bases para el surgimiento del llamado narcoestado, cuya violencia causó el desplazamiento forzado de más de 200.000 mexicanos durante lo más álgido de la llamada guerra contra las drogas.
La Revolución Verde, bajo la falsa promesa de modernizar y hacer rentable la producción campesina, solo provocó la concentración de tierra en manos seducidas por las corporaciones y sometidas a los dictados del Banco Mundial y de la desruralización, con la consecuente proletarización del campesino. El alud modernizador del campo arrasó con el México rural. Desposeído de su facultad para producir su comida, el campesinado se convirtió primero en asalariado de las fincas y después del agronegocio, por un pago que le permitiera alimentar a su familia. El primer paso fue la migración interna en busca de la sobrevivencia, para dar luego paso a la migración hacia los países del norte. Es de sobra conocido el drama de las personas migrantes que mueren en el desierto de Arizona, al igual que las que fallecen en el Mediterráneo intentando llegar a las costas andaluzas.
Marcha campesina en El Paso, Texas. Foto: Carlos Marentes
Trabajadores agrarios en Bangladés. Foto: Carlos Marentes
UNA FUERZA DE TRABAJO AL SERVICIO DEL AGRONEGOCIO
Los campesinos y las campesinas sin recursos, entonces, llegan al Norte para trabajar en agronegocios que exportan su producción al Sur a precios tan competitivos, tan bajos, que arruinan más economías campesinas, lo que provocará la expulsión de más población campesina. Es en esta relación laboral donde descansa el poder del capital del agro, el ciclo de ruina económica y el desplazamiento se refuerzan constantemente. Pero además, es en esta relación laboral donde el colectivo migrante padece las peores violaciones de derechos humanos que se puedan encontrar en cualquier actividad económica de los países receptores de esta mano de obra barata. Esta explotación asegura más la rentabilidad al capital.
Tomemos como ejemplo a los jornaleros y las jornaleras de San Quintín en la región del Pacífico de México. Se trata de miles de migrantes, principalmente indígenas del estado de Guerrero, que cada año llegan para el cultivo y cosecha de fresas, pepinos, tomates y otros productos para exportación a Estados Unidos. Se trata de una producción de millones de dólares basada en la explotación de hombres, mujeres y menores a quienes se somete a condiciones laborales que asemejan un sistema de peonaje de esclavitud. El pago consiste en alrededor de 100 pesos diarios (como 4,75 euros) por jornadas de trabajo de 12 a 15 horas. Los alojamientos en el valle de San Quintín son infrahumanos, la mayoría prefería vivir en los campos, carentes de los más mínimos servicios sanitarios y de higiene y sin acceso a servicios de salud. Por si no fuera suficiente, esta agricultura de exportación se caracteriza por un intenso uso de químicos altamente tóxicos, con un efecto letal principalmente para las mujeres en estado de embarazo y entre la población infantil.
Y lo que ocurre en San Quintín se encuentra en muchísimos lados. Lo mismo sucede en la República Dominicana, en Túnez, en Bangladés y hasta en Canadá. Estados Unidos, el país supuestamente más económicamente poderoso del planeta, no se queda atrás. Actualmente, la agricultura corporativa norteamericana es la principal violadora de los derechos humanos y laborales de las personas asalariadas rurales. Una producción de frutas y vegetales frescos valorada, según el Departamento de Agricultura de Estados Unidos, en 90.000 millones de dólares (90 billion dollars) cuya base es la fuerza laboral de unos 4 millones de migrantes de los que, según el mismo gobierno federal, el 80 % son de origen mexicano y el resto centroamericano y caribeño.
En el sur del estado de Nuevo México, en la región fronteriza de Estados Unidos y México, se concentra una población trabajadora migrante de 5.000 a 12.000 personas (dependiendo del mes del año que laboran) y solamente tienen un ingreso promedio anual de menos de 7.000 dólares, que representa menos de la mitad del ingreso de alguien considerado pobre de acuerdo con el índice de pobreza oficial. Tal y como ocurre en otros sectores de la economía, las condiciones que padecen las mujeres son más deplorables en comparación a los hombres. Ellas son las últimas en ser contratadas y las primeras en ser despedidas por cualquier razón, sus salarios son más bajos y sus condiciones de salud e higiene son una desgracia, pero además, los abusos y el hostigamiento sexual continúan siendo el problema más sentido entre las mujeres migrantes que laboran en los campos agrícolas.
En el caso fronterizo citado, las mujeres representan el 25 % de las personas trabajadoras, y se evidencian la falta de políticas públicas o programas que tomen en cuenta sus necesidades específicas.
En un día de verano, en julio de 2015, cuando la temperatura marcaba los 108 ªF (42,2 °C), María Angélica, una mujer madura que sola sostiene un hogar compuesto por su hija y sus nietos, salió a trabajar a los campos agrícolas de Nuevo México a las 2 de la mañana y regresó a las 4 de la tarde, 14 horas después, con una paga de 30 dólares que solo corresponde a menos de la mitad del salario mínimo establecido por el gobierno federal. Pero además, regresó muy enferma de deshidratación, ya que ese día tan caluroso el empleador no proporcionó agua para beber como estipula la ley. Con el cansancio reflejado en sus ojos desvelados y húmedos, Angélica me dijo: «Me siento muy mal, no creo que vaya a poder aguantar el trabajo mañana...».
MIGRAR PARA ABRIR NUEVOS CAMINOS AL MUNDO
Las migraciones humanas no dejan de ser el fenómeno transnacional más compulsivo e indicador de la vejez de los antiguos mundos que no terminan de morir o que tratan de renacer bajo formas más regresivas. Frente a la globalización capitalista de la destrucción (...), los/as migrantes nos invitan a desandar los muros perceptivos y reflexivos para entender profundamente el nuevo lenguaje que están escribiendo sobre el poder mundial. (...) Mientras los promotores de la globalización excluyente tienden a replegarse (...) las rutas migratorias tejen a contramano una comunidad transnacional, pluricultural, multipolar, solidaria y horizontal, no exenta de contradicciones, por supuesto, pero en búsqueda y en permanente ensayo existencial. (...) En este sentido, las organizaciones migrantes parecen visualizar más claramente la necesidad de intensificar la disputa imaginaria-cultural para pujar hacia un horizonte digno de movilidad en una batalla política que tiene que ver sobre todo con una amplia batalla comunicacional. Es una lucha para cuestionar la negación migratoria y resignificarla desde un lugar positivo, realista y deseable, creando escenarios de alianzas y de confrontaciones con otros actores de la sociedad, de forma inseparable con las luchas por los derechos humanos. Uno de estos escenarios tiene que ver con las experiencias locales que demuestran itinerarios de integración factibles y exitosos (...). Otro escenario tiene que ver con el espacio público, las resistencias populares y el movimiento micromediático creciente en varias regiones que puede ayudar en visibilizar los movimientos migratorios. Parece que estos escenarios son pasos previos para desplazar a las tendencias mortíferas, acumular fuerzas para cambiar los marcos de regulación y construir caminos instituyentes hacia nuevas mundialidades.
Extracto de un artículo de François Soulard y Germà Pelayo, parte del grupo impulsor de la Carta Latinoamericana de Migrantes.
http://www.alainet.org/es/articulo/179755
PROTAGONISTAS EN LA TRANSFORMACIÓN
Pero las mujeres y los hombres que generan enormes ganancias al agronegocio con su sufrimiento y opresión han dicho ¡Ya basta! y han decidido rebelarse.
El 17 de marzo de 2015, las jornaleras y los jornaleros del Valle de San Quintín emprendieron una lucha heroica para sacudirse la explotación de la agricultura comercial industrial y reivindicar sus derechos. Han hecho paros laborales, manifestaciones y marchas. Miles de personas jornaleras han enfrentado no solamente la violencia de los empleadores, sino también la represión del mal gobierno que se ha puesto del lado de la patronal. Sin embargo, ni la fuerza represora del estado ni la fuerza de la violencia de la corporación han contenido su movimiento. Un año después, aunque no hayan logrado todas las demandas que dieron origen a su movimiento (reducción de la jornada de trabajo, condiciones seguras y saludables y el fin a los abusos sexuales contra las mujeres), han conseguido dos objetivos fundamentales para afianzar su lucha: el reconocimiento oficial a su organización sindical independiente y autónoma y la visibilidad nacional e internacional de su lucha.
En El Paso (Texas), donde se localiza el Centro de los Trabajadores Agrícolas Fronterizos, no solamente se da una lucha por la defensa de los derechos y los intereses de la población migrante que labora en esa zona fronteriza, sino que además se ha establecido una especie de polo de solidaridad obrera binacional que rebasa las limitaciones del gremialismo. Y además, como la organización de los trabajadores y las trabajadoras agrícolas migrantes es parte de La Vía Campesina, en ese lugar se asienta el trabajo de articulación de los movimientos por la soberanía alimentaria.
Desde la región cafetalera de Sur de Minas, en Brasil, hasta los campos de verduras de Sudáfrica, se da una señal para el resto de los movimientos sociales y populares. Esta señal pone en el centro a los y las migrantes en la lucha contra este sistema productivo. Para ello se les debe quitar el papel de víctimas que se les ha asignado y se debe abandonar la idea de que serán el estado y la sociedad quienes se apiaden y alivien su sufrimiento. Se debe comprender su potencial protagónico en las batallas verdaderamente transformadoras.
La migración es una forma de resistencia. Aunque la sociedad nos presenta la migración involuntaria como una tragedia humana a la que hay que responder con sentimientos de compasión y caridad, en realidad tiene un sustento político más profundo. Es también una forma de lucha contra el destino al que les ha condenado el capital, que involucra a toda una clase desarraigada, aunque los actores no tengan plena conciencia del sentido de su acción. Es resistir y luchar para no desaparecer como pueblo, como indígenas, como campesinas y campesinos, como mujeres y como juventud.
Entonces, este sistema salvaje e injusto, al provocar la migración ha creado a un sujeto crítico para las luchas en las que estamos, para empujar nuestros esfuerzos hacia otro sistema. Es el sujeto que debemos traer al seno de nuestro movimiento para enfrentar con más fuerza al sistema y avanzar en la construcción de nuestra alternativa de la soberanía alimentaria.
EL PROTAGONISMO DE LAS MUJERES
Como la avaricia del capital agrícola se ha tornado particularmente insoportable para las mujeres migrantes, ellas han tomado un papel protagónico en este brote de rebeldía. Son ellas las que hoy se encuentran al frente de muchos de los movimientos, como en Túnez, donde la organización Million Rural Peasant Women (Millón de Mujeres Campesinas) organiza a las trabajadoras de las fincas agrícolas para mejorar sus condiciones laborales. Fue así como en la primavera de 2015 hicieron paros en la finca agrícola Gomrien, en Teboruba (a unos 30 kilómetros de la ciudad de Túnez) y, aunque sus demandas principales no fueron solucionadas, sí obtuvieron frutos significativos de su lucha. El principal es que por primera vez, la patronal aceptó escuchar sus demandas y negociar con ellas.
Trabajadoras agrarias de Gomrein en huelga. Foto: Carlos Marentes