La familia Orozco a la entrada del pueblo. Foto: Javier González.
La familia Orozco se compone de cinco miembros: Cruz Elisa, su marido Rigoberto, dos niñas, de 20 y 21 y un niño de 13 años. Vivían en Antioquia (Colombia), en la zona rural. Allí Cruz se desempeñaba como líder campesina y defensora de los derechos humanos. «La situación en Colombia es una situación de guerra», explica. «un conflicto interno de décadas que ahora finalmente ha firmado un acuerdo de paz con las FARC, aunque quedan otros actores. Especialmente en la parte rural este conflicto se intensificaba más, es allí donde estaban los grupos enfrentados. Las comunidades asentadas en los bosques éramos escudos humanos de todos los actores, teníamos que salir en defensa de la población. A raíz de todo este trabajo de defensa y denuncia de los atropellos a los derechos, fuimos amenazados... algunos líderes murieron y yo logré escapar con vida después de un atentado y varias amenazas».
Si uno busca lo que es su esencia, el camino va a ser más liviano.
La Constitución de Colombia llama al Estado a proteger a quienes defienden los derechos humanos, y a Cruz y a su familia les protegieron durante 24 meses pero en condiciones que, según ella, eran inhumanas. Les trasladaron del campo a habitaciones de hotel y después a refugios, esperando alguna situación definitiva que, como no se daba, hizo que tomaran una decisión que habían rechazado durante mucho tiempo: salir del país. Era 2013. Gestionaron los trámites con Amnistía Internacional con el programa de protección a defensores de derechos humanos que consiste, según explica Cruz, en un intercambio: «Nos traen con la familia y yo doy coloquios y charlas en universidades y otros lugares durante un año, terminado ese año empezamos a activar una vida normal en el contexto de acá».
Al principio vivieron en Valencia, pero siempre habían tenido claro que su objetivo era vivir en el campo. «Buscábamos un entorno rural por todos los beneficios que tiene, por la amplitud que da para formar a los hijos y para poder suplir muchas necesidades básicas como la alimentación, el bienestar, un ambiente sano... y al ser campesinos pensamos que teníamos más posibilidades de encontrar empleo en un sector que conocíamos. Si uno busca lo que es su esencia, el camino va a ser más liviano». Uno de los recorridos que hizo Cruz dando charlas la llevó a la provincia de Salamanca, un entorno que le pareció similar a su tierra de Colombia. Al llegar a casa se lo contó a Rigoberto y se dieron cuenta de que el proyecto Nuevos Senderos, de CEPAIM, del que habían oído hablar, también estaba en Salamanca. Miraron las posibilidades que había de irse allí y al poco tiempo llegaron a San Felices de los Gallegos, un pueblo de 470 habitantes no permanentes, donde viven desde 2014.
«Como llegamos en época de recoger oliva, las dos niñas, mi esposo y yo trabajamos en eso y de ahí a él empezaron a llamarle para algunos trabajos puntuales». Por entonces salió a licitación pública la administración del Castillo de San Felices y del Museo de la Cantería, Cruz se presentó, le adjudicaron la concesión y ya lleva casi dos años atendiendo estos dos museos. Para su marido las cosas no fueron tan fáciles, la gente no le contrataba mucho y tardaron un tiempo en entender por qué. «Aquí la gente tiene su parcela, la trabaja y solo esporádicamente necesita algún trabajador, pero tampoco cogen a personas que no estén aseguradas, así que nos arriesgamos un poco y todos nos dimos de alta en la seguridad social. De esa manera, mi esposo ha estado trabajando constantemente en labores del campo». La familia ha accedido a terrenos gratuitos cedidos y tienen huerto, cerdos, gallinas, cabras... Esto, cuenta Cruz, les ayuda mucho a la seguridad alimentaria y les permite llevar un ritmo de vida parecido al que llevaban en Colombia.
ACOGIDA EN LA ZONA RURAL
Cruz afirma convencida que la acogida en el pueblo fue muy buena. «Cuando uno va a llegar al territorio, tiene que tener muy claro que es él quien llega al territorio y es quien va a tener que adaptarse. El territorio es como es y ha estado ahí siempre... Si uno acepta al territorio, el territorio le acepta a uno, hay que estar abierto. Nosotros pensamos que en la ruralidad hay una calidad humana, una dulzura similar a la de nuestro lugar de origen. A cualquier parte del mundo donde llegues, la gente rural siempre es muy solidaria y le da a uno una buena acogida. Y aquí fue así».
En San Felices se acercan mucho a la ruralidad que tenían allí en lo referente a autosuficiencia, gracias a las personas del pueblo han aprendido, por ejemplo, a hacer jamón. Rigoberto y una de las hijas se encargan del huerto, y con los animales se reparten las responsabilidades. «Nos ofertaron olivares abandonados y los recuperamos, ya hemos cogido oliva y tenemos aceite para todo el año. Hemos tenido que aprender de nuevo a cultivar lo que cultivábamos en Colombia, porque las estaciones son diferentes, aquí hay más días de luz. Ver un rebaño de ovejas y el pastor ha sido muy lindo para nosotros... nosotros no aprovechamos la leche de oveja. Es un aprendizaje maravilloso». Para Cruz el valor agregado que da el sector rural es tener autonomía alimentaria, «cuando perdemos el contacto con la tierra somos menos libres, perdemos el horizonte de que tenemos que coexistir, perdemos el vínculo naturaleza-ser humano».
Cruz apuesta a que, si en Colombia existieran las subvenciones que existen aquí, al menos el 60 % de la población colombiana que está en las grandes ciudades volvería al campo, porque Colombia es un territorio rural. «La ruralidad es un estilo de vida que hay que conocer, significa trabajar con tus manos, hacerle frente al día a día... si tienes el sentido de querer ser parte de la ruralidad, eres feliz. No hay que idealizarla, es así. Hay que respetar sus ciclos. Cuando se vende la idea de repoblar, hay que hacer un trabajo importante. Hay que empezar por quienes en algún momento han pertenecido a la ruralidad y a los pueblos».
A pesar de todo lo que dejaron atrás en Colombia y la manera en que salieron de allí, aquí, dice, están logrando ser felices. «Lo siguiente que nos gustaría es vivir fuera del pueblo, con la finca más cerca. Queremos vivir en una casa campesina, tanto los niños como nosotros, pero paso a paso, el camino recorrido ha sido pausado y ha sido necesario vivirlo».
Revista SABC