Garga en una de sus actividades cotidianas. Foto: Enrique del Río
«Intenté pasar las vallas acuchilladas de Melilla 19 veces», nos cuenta Garga, un chico de 30 años procedente de Camerún que ahora vive en un pueblo de Castilla y León, «y las 19 veces me pegaron e incluso me esposaron de manera que no podía defenderme cuando me pegaban con los bastones en la cabeza, en las manos, la espalda, los pies… ni de las descargas eléctricas. Eso pasaba en Marruecos, pero en alguna ocasión la Guardia Civil también me pegó antes de devolverme a la policía marroquí».
Episodios durísimos repartidos a lo largo de los cuatro años que vivió en el monte Gurugú al otro lado de la valla que limitaba sus aspiraciones, buscando todo tipo de trabajos para comer y deambulando por ciudades como Nador, Oujda y Fez. Porque Garga en Camerún tenía a su cargo a tres hermanas menores y con los trabajos esporádicos que le surgían, algunas veces en el campo otras reparando tejados e impermeabilizándolos, no le alcanzaba. Por eso dice que decidió emigrar, «buscando posibilidades para poder reclamar que mis hermanas puedan venir a vivir conmigo».
En una ocasión consiguió su objetivo y le internaron en un Centro de Internamiento para Extranjeros (CIE). «Allí estuve unos tres meses y medio. Durante ese tiempo no quería salir a dar un paseo por la ciudad de Melilla porque me daba mucho miedo. Había interiorizado el miedo. Después, en Madrid, tuve muy buena acogida con CEAR, que me ayudó dándome al menos un papel que acreditaba que yo estaba con ellos y que podía presentar cada vez que la policía me detenía y me llevaba a comisaría. Me facilitaron un abogado defensor que, además, me hacía de intérprete porque yo no hablaba nada de español. Me detuvieron al menos tres veces y me comunicaron una orden de expulsión».
No quería salir a dar un paseo por Melilla, había interiorizado el miedo.
Ese tiempo en Madrid se buscaba la vida haciendo de aparcacoches hasta que desde CEAR le facilitaron los apoyos para venir a esta comarca a aprender el oficio de agricultor. «La vida aquí me ha permitido recuperar la tranquilidad para vivir e irme recuperando de tanto sobresalto e inseguridad. Además necesito hacer algo útil, no soy capaz de hacer cosas malas o incorrectas para mantenerme. No quiero tener problemas de conciencia. Por eso dejé Madrid y me vine al campo, prefiero la vida de un pueblo donde la gente te conoce y la conoces. Te llaman por tu nombre y hablas tranquilamente. Eso me gusta mucho. Al aire libre puedo hacer cualquier cosa. En un sitio cerrado no puedo estar. Pero me es imposible saber a qué otra cosa me gustaría dedicarme. No puedo imaginarme nada, la cuestión es ganarse la vida».
Garga ahora está desempeñando tareas de agricultura y ganadería avícola. «Me estoy formando en ellas, pero no trabajo formalmente porque aún no tengo regularizados mis papeles en España hasta que justifique mis 3 años de estancia en España». Su tranquilidad no es absoluta, y por ello nos pidió que le presentáramos con otro nombre. En el pueblo no le llaman Garga, en el pueblo es él.
Revista SABC
blog comments powered by Disqus