Antonio AGUILERA NIEVES
La creación de empleo vinculado a sectores productivos en los que el criterio de sostenibilidad es fundamental, lo que se ha dado en llamar empleo verde, ha sido foco de atención en los últimos años. Sin embargo, en el Estado español este tipo de ocupación aún no llega al 3 %. A pesar de eso, se siguen haciendo promesas políticas que cifran en 2 775 000 los empleos verdes que se van a generar antes del 2020. Muchas cosas tendrían que cambiar, y muy rápido, para cumplir esta cifra.
Hasta ahora las políticas para la creación de empleo verde se han centrado fundamentalmente en sectores productivos como las energías renovables, servicios ambientales, etc., sabiendo que por su emergencia iban a necesitar más profesionales. Es cierto que algunos casos han funcionado, pero la mayor parte de los planes han fracasado y el dinero público y privado se ha malgastado.
Resulta necesario cambiar el ángulo de visión. Quizás el abordaje no debe hacerse desde el ámbito de los sectores productivos, sino priorizando el criterio del territorio: cada espacio tiene unas características, unas particularidades, unas tradiciones, una cultura, unos productos y unos servicios que se dan bien en la zona y que, en muchos casos, han sido motores de desarrollo durante décadas. ¿Por qué no mirar a esos aspectos para pensar qué tipo de empleo puede crearse en cada área?
Si tomáramos como unidad de referencia la comarca, como un territorio con identidad común, abarcable físicamente, asequible en distancias y con una dimensión económica y poblacional adecuada para crear, gestionar y coordinar servicios públicos comunes como la sanidad, la seguridad, la educación; tendríamos un marco de acción.
Apostemos por la agroecología, fortalezcamos la industria transformadora asociada, los empleos indirectos a la actividad agrícola, agrandemos los mercados cercanos, etc. Y, en la misma medida, rechacemos los proyectos que quieren herir a nuestros territorios como la reciente expansión de la industria química y extractiva que expolia los recursos naturales y solo deja residuos.
Y hagámoslo desde las personas que viven en el territorio y, a su vez, lo hacen vivir, pues juegan un papel esencial. Las personas de un territorio son más proclives a emplearse en aquellas actividades que han conocido desde siempre, profesiones que pueden tener en muchos casos arraigo familiar, actividades de las que conocen sus ritmos, sus pautas, su argot. Trabajos que les son afines y con los que se sienten identificados, con los que les resulta más rápido motivarse y que comprenden su dinámica, sus retos y sus dificultades. Si a este concepto de tejido productivo y territorio, le sumamos una apuesta clara por la compra de productos con criterios de sostenibilidad y proximidad, las consolidación de comarcas vivas será una realidad. Porque está demostrado que un mismo euro empleado en compras en empresas locales genera cuatro veces más valor en el territorio que si se gasta en la gran distribución.
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¿Pasa la creación de empleo sostenible por asociarlo al territorio, a las potencialidades del mismo y con aquello con lo que su gente se siente identificada y capacitada?
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