Sarai Fariñas Ausina
Fachada de la casa de doña Betty, Celendín. Mural en apoyo a Máxima Chaupe y a la lucha de las mujeres contra el extractivismo, del Colectivo Tomate.
Gran parte de las experiencias vitales nos enseñan a mirar la realidad con los ojos de otras, de otros. A veces hay que centrar la mirada, entornar los ojos y observar con atención para llegar a comprender. Escuchar y vivir durante un tiempo cómo viven las mujeres en zonas afectadas por actividades mineras nos ubica en un escenario que nos obliga a analizar una dimensión muchas veces oculta a nuestros ojos: los significados de la minería en la vida de las mujeres.
En las zonas altoandinas de Perú, donde la explotación de la gran minería aurífera toma el nombre de desarrollo, unas experimentan esta realidad en la que se han convertido sus cuerpos y sus territorios de forma distinta a otros.
La división sexual del trabajo se agudiza al cargar a las mujeres con todo el trabajo agrícola, mientras ellos obtienen grandes cantidades del dios dinero.
Pensemos por un momento en algunas obviedades. En las zonas donde irrumpe la explotación minera en contextos latinoamericanos, son los hombres quienes salen de sus casas y abandonan trabajos eminentemente agrícolas para convertirse en asalariados mineros. En ese preciso instante la división sexual del trabajo se agudiza al cargar a las mujeres con todo el trabajo agrícola, mientras ellos obtienen grandes cantidades del dios dinero que les carga con un poder real y simbólico que antes no tenían. Esta migración masculina se hace normalmente del campo a la ciudad, porque a pesar de que la mina se encuentra en zonas rurales altas donde la vida se hace difícil, el centro urbano más cercano a la explotación se convierte en la guarida de los trabajadores. Esta ciudad (la que sea) acaba invadida por una fiebre del oro que hace proliferar el alcoholismo, la prostitución en manos de mafias y la violencia. En este nuevo escenario, la violencia machista se acentúa irrigada por la bebida y por el poder otorgado por un sueldo, y es descargada contra las mujeres esclavas sexuales o contra las mujeres que han dejado en la chacra, cuando es día de visita. Las enfermedades sexuales de ellos se multiplican y muchas veces las transmiten a sus compañeras/esposas que siguen en el campo, aumentando los casos de enfermedades de transmisión en las mujeres de zonas rurales.
Mientras tanto ellas, que están intentando llevar de la mejor manera posible este abandono masculino, cada día tienen que caminar más para conseguir el agua necesaria para el abastecimiento familiar. La actividad minera ha secado los acuíferos, pero no solamente; los que quedan dejan gotas de contaminación de metales pesados que enferman a la familia. Ellas, permanentes cuidadoras de la salud, deben lidiar con las terribles consecuencias que la contaminación minera está ocasionando. Constantes episodios de derrames de mercurio han roto a unas madres que han sido educadas desde siglos para velar por el bienestar de las familias. Por otro lado, las enfermedades de las mujeres embarazadas suelen ocasionar malformaciones o enfermedades en el desarrollo fetal que, en muchas ocasiones, suelen acabar en complicaciones en el parto y en muerte del recién nacido.
En muchos casos, la mano de obra en el campo es tan necesaria que las hijas son quienes más papeletas tienen para abandonar la escuela y ayudar a las madres para poder subsistir. El éxodo femenino escolar es pues otra de las consecuencias de la presencia minera que hace incrementar, en última instancia, las tasas de analfabetismo femenino en las zonas rurales.
Mirar hacia este lado, el lado de las consecuencias de la minería con perspectiva de género, y asomarnos a las realidades de ELLAS no es más que una metáfora: la gran metáfora del capitalismo patriarcal.
Blanca Llamoctanta, Aurora Chávez, Juana Domíguez, Janet Caruajulca, Lucy, Betty Rocha, Gladis, Maxima Chaupe o Santos son solo algunas de las grandes mujeres peruanas de las que tanto he aprendido. Aprender a comprender las consecuencias de la minería sobre la piel y empaparme de su sabiduría me ha hecho comprender el cuerpo y la tierra como territorios por los que hay que luchar. Gracias a todas ellas.
Otros rostros
Si bien el rostro de la minería siempre es el rostro de un hombre, también las mujeres han desempeñado este duro oficio. En la postguerra y durante los años de industrialización del Estado español, las dificultades del sector agrario y la instalación de proyectos mineros en el medio rural fueron motivo de que algunas mujeres jóvenes de las zonas buscaran el jornal en el paleado o escogido del carbón, por ejemplo. Aunque para ellas las mismas horas de trabajo en la mina que el hombre significaron salarios más bajos; aunque tuvieron que asumir muchas burlas y miedo; aunque la boda significó el cese laboral inmediato ante la probable inminencia de la maternidad; aunque no cotizaron lo suficiente para recibir una pensión.