Amal El Mohammadiane Tarbift
De La chiquita piconera a las jornaleras de Huelva
Reseña del libro Las sin tierra: rompiendo el mito de la musa andaluza, de Soledad Castillero, Almuzara, 2022
¿Qué tienen en común figuras como Malvaloca, La Venus andaluza y La chiquita piconera con las jornaleras de los tajos onubenses? Han sido y son mujeres andaluzas infrarrepresentadas, a quienes se les ha eliminado la capacidad de narrarse a sí mismas y, sobre todo, se les han atribuido mitos vaciados de contenido y de contexto que las han situado en una historia mitificada e inferiorizada.
Una de las obras más representativas de la pintura española es precisamente La chiquita piconera, obra cumbre del famoso pintor Julio Romero de Torres, donde podemos ver a María Teresa, joven de 14 años, posando con un hombro desnudo y con unas piernas que no le pertenecen. La musa de este pintor pasó desapercibida a pesar de ser una obra que viajó por museos de todo el mundo. Tuvo una vida desgraciada y fue repudiada y desahuciada porque posar para esa pintura «le amargó la vida, la convirtió en un infierno».
Soledad Castillero, en Las sin tierra: rompiendo el mito de la musa andaluza, nos descubre quiénes están detrás de estas obras, en unas imágenes que permanecen en el recuerdo colectivo. Unos clichés y unos estereotipos basados en la exhibición sensual del cuerpo de la mujer andaluza, exotizada, entaconada, hipersexualizada, folclorizada, exuberante, carente de cultura, interesada en conquistar hombres. En el cine, cómo no, a las actrices que hacían de andaluzas sin serlo se les obligaba a forzar el acento y se les otorgaba una gestualidad típica. Este relato se ha repetido en el cine, en la literatura, en las estampas de los fotógrafos viajeros románticos, etc. Y la antropóloga cordobesa se pregunta por qué aún hoy seguimos manteniendo esos clichés y estereotipos cuando interactuamos con una mujer andaluza. ¿No somos capaces de reconocer los relatos de mujeres con capacidad de agencia?
Soledad, además de intentar romper con los mitos y la simbología impuestos, trenza un mapa femenino cargado de significado político, situando a colectivos y proyectos feministas en el eje y desmitificando la historia femenina. Indaga en las historias silenciadas de aquellas mujeres que fueron exotizadas y elevadas a través del arte y reivindica las figuras andaluzas que han hecho historia en ámbitos como el feminismo, los medios de comunicación, los sindicalismos, las luchas obreras y el apoyo mutuo.
Con este ensayo, Soledad nos invita a cuestionarnos por qué seguimos perpetuando estereotipos asociados a la mujer andaluza. Cómo en el imaginario colectivo se han construido atribuciones a lo largo de la historia —a través del cine, de la música, de la pintura, de la literatura…— desde lo foráneo. Cómo esa representación exagerada ha tenido consecuencias en el ámbito público y político, donde ha habido una invisibilización de las luchas esenciales que sostienen la vida y cómo, por ejemplo, las trabajadoras del sector del fruto rojo continúan pasando desapercibidas.
La infrarrepresentación de las mujeres en la agricultura andaluza «se debe a la feminización de ciertas tareas que se intentan naturalizar bajo razones biológicas, cuando realmente son construcciones sociales, y eso continúa debido a la distancia social que como consumidoras tenemos con quienes posibilitan nuestros alimentos». A partir de esta sentencia, la antropóloga elabora de forma cuidadosa todo un estudio etnográfico colaborativo con las mujeres jornaleras de los frutos rojos, relatando y recogiendo testimonios de sus trabajos en las fincas. Nos acerca a ellas, nos invita a escucharlas, a leer las vidas cotidianas de las temporeras en los tajos, a ponerles nombres, a conocer su origen. Nos aproxima a conocer la temporalidad del cultivo, su dependencia del clima, las condiciones salariales y laborales, y, sobre todo, nos hace darnos cuenta de cómo hemos perdido ese reconocimiento y ese estatus que requiere la agricultura.
«Exportar alimentos, importar cuerpos», uno de los capítulos del ensayo, consigue interpelarnos sobre la perversidad de la agroindustria fresera en Huelva. En él podemos leer testimonios de cómo las mujeres ocupan el eslabón más bajo de la cadena de producción, especialmente en el caso de las temporeras migradas. Esta es la realidad de miles de mujeres en el modelo de la agricultura intensiva, cuyo fin no es alimentar a su población, sino ser rentable para competir en los mercados internacionales. «Más que un mito, son mujeres que sostienen el alimento de varios países a la vez. Andalucía está a la vanguardia del suministro de fruta y verdura fresca, pero solo se ve una parte de ese escenario, que sería la imagen de una Andalucía rural, feliz, de campos fértiles y verdes donde se come muy bien y sus mujeres son hermosas. Lo que hay tras el escenario no se quiere ver porque no es estático, sino que está vivo, e interpretar la vida, lo que acontece, no es tan sencillo como confiar en el mito uno y unívoco», escribe Soledad.
No es casual que en el imaginario colectivo se tenga esta idea de la mujer andaluza, al igual que no es casual que no se nombren figuras imprescindibles y luchas capaces de movilizar y articular estrategias políticas que acaben con la explotación de cuerpos, de campos. Soledad rescata, nos enumera y contextualiza relatos transgresores, profesionales, vanguardistas, de mujeres que no solo han hecho historia, sino que siguen sosteniendo la vida y poniendo el cuerpo y la voz, acentuando la Andalucía no servil, la que lucha, y donde sus mujeres no son meros clichés y ausencias de cara al exterior. Necesitamos relatos que nos revisen y agiten como los que tenemos con Las sin tierra: rompiendo el mito de la musa andaluza para, a través de la memoria, construir un futuro feminista andaluz, donde lo rural tenga el protagonismo que merece.
Amal El Mohammadiane Tarbift
Periodista