Laia DE AHUMADA y Pau MORAGAS
Cuidando la tierra, las personas y la comunidad
La crisis económica y social que estamos viviendo en estos últimos años ha generado una situación de descuido del bienestar de las personas y de vulneración de sus derechos. Una situación que afecta de manera especial a las que son más frágiles, expulsándolas a los márgenes del sistema, convirtiéndolas en personas excluidas, o en riesgo de exclusión, que a efectos prácticos viene a ser lo mismo. Esta situación, unida a una mayor sensibilización por el entorno rural y la alimentación, una mayor solidaridad y una nueva conciencia que apunta hacia otros modelos de vida sostenibles, ha vuelto a poner en el candelero el concepto de Agricultura Social.
TERAPIA DE LA TIERRA
La Agricultura Social une el trabajo en la tierra, propio de la agricultura, con las acciones terapéuticas propias de la acción social. No es un nuevo concepto porque hace años que entidades sociales y empresas de inserción trabajan con personas «frágiles», rescatándolas del olvido al que se les había condenado por su supuesta incapacidad para realizar un trabajo de forma competente dentro del mercado laboral. A este tipo de personas frágiles física o psíquicamente, se les ha unido otros tipos de fragilidades que son consecuencia de la precariedad laboral que vivimos, la cual conlleva pobreza material, desarraigo, abandono, soledad y en ocasiones malvivir en la calle. Así, la solidaridad de una parte de la sociedad, que no puede permanecer callada ante la injusticia, ha propiciado la creación de proyectos agrícolas en huertos urbanos, periurbanos o rurales con el fin de ocupar a las personas, de dignificarlas, de motivarlas y de empoderarlas, bien con un puesto de trabajo que les procure un salario, bien con una autoocupación que les proporcione los alimentos que necesitan para su subsistencia.
En este último caso, no es lo mismo plantar y comer de lo que se recolecta que recibir una bolsa de alimentos que, aunque generosa y necesaria, por lo común no solo carece de productos frescos, sino que cronifica la pobreza en vez de empoderar a la persona.
Pero el concepto de Agricultura Social no contempla únicamente el ámbito agrícola y el social sino que abarca otros aspectos de relación y de potenciación del medio rural que son, si cabe, un valor añadido digno de tener en cuenta.
No es lo mismo plantar y comer de lo que se recolecta que recibir una bolsa de alimentos.
Aproximación conceptual
El proyecto europeo SoFar (Social Services in Multifunctional Farms ‘Servicios Sociales en granjas multifuncionales’) coordinado por el profesor Francesco Di Iacovo de la Universidad de Pisa, ha visibilizado a través de diversas publicaciones la realidad de numerosas experiencias de toda Europa. Según él, la Agricultura Social puede ser definida como un conjunto de actividades que están inmersas en la producción agraria y que a la vez promueven acciones terapéuticas, de habilitación, de capacitación, de inclusión social y laboral, de recreo, educativas y de servicios útiles para la vida cotidiana. En general, estaríamos hablando de aquellas prácticas agrarias que tienen también por objetivo la rehabilitación de personas en riesgo de exclusión social, la educación o la integración de los colectivos considerados «de baja contractualidad» (discapacidad psíquica y mental, población carcelaria, tóxico dependientes, menores…), pero también las que dentro de este marco ofrecen servicios a grupos específicos como la infancia y la vejez.
La Agricultura Social adopta una visión multifuncional de la agricultura, y entre sus resultados encontramos, además de productos agrarios, el acceso al trabajo, la atención a la salud, la educación o la terapia. También aporta una visión innovadora por cuanto pone en relación a profesionales de áreas de trabajo tradicionalmente diferentes, como son las de producción agraria y las de servicios sociales, y es capaz de hacer llegar, sobre todo en las áreas rurales, la atención social a la comunidad de proximidad.
VALORES DE LA AGRICULTURA SOCIAL
La Agricultura Social, como hemos dicho, es a la vez un viejo y un nuevo concepto. Por una parte, podríamos pensar que se trata de la evolución de las redes locales informales de ayuda mutua, bien presentes en el mundo rural antes de la modernización de la agricultura y del establecimiento del sistema público del bienestar. En la actualidad, sin embargo, el concepto ha evolucionado y avanzado de una manera innovadora y dinámica, amparado en algunos países, por un marco conceptual y legislativo.
En un contexto general, la Agricultura Social enlaza las políticas agrarias, sociales, laborales, formativas, sanitarias, judiciales, en un proceso progresivo que aproxima sus respuestas a las necesidades de las personas.
Desde el mundo social y terapéutico, las prácticas de la Agricultura Social responden a las necesidades cambiantes de la sociedad y proponen la inclusión social a través de actividades útiles y con sentido que parten del propio potencial —y no de las limitaciones— de las personas atendidas. Igualmente, la realización de actividades sociales, desde el mundo agrario y en un contexto rural, pueden hacer posible la existencia de una serie de recursos —sanitarios, educativos...— y servicios de proximidad que reviertan en el territorio y en la atención y cuidado de las personas que viven en él.
También, la actividad agraria para estas personas ofrece la posibilidad de participar en los diferentes ritmos del día, de las estaciones, evaluar y disfrutar el resultado del propio trabajo, asumir responsabilidades específicas adaptadas a las diferentes capacidades y formar parte de procesos de equipo donde conseguir objetivos comunes.
POTENCIALIDADES
Desde la perspectiva del mundo productivo agrario y rural, las prácticas de la Agricultura Social se están convirtiendo en una respuesta interesante en el contexto de lo que se ha venido definiendo como «multifuncionalidad» de la agricultura. Este concepto responde a las actividades productivas no agrarias que las fincas familiares han ido asumiendo como sistemas alternativos de generación de recursos, y en los que la incorporación de actividades sociales puede representar una nueva fuente de ingresos. Igualmente, este perfil social puede llegar a ser un elemento diferenciador y de valor añadido en la comercialización y comunicación del propio producto agrario, tal como desde hace años ha pasado con la cuestión medioambiental.
De hecho, las personas consumidoras cada vez tienen más interés en descubrir qué hay detrás de los alimentos. El valor ecológico y ambiental, junto con el valor social y económico —cómo se produce, qué tipo de economía y de valores sociales se están favoreciendo con el consumo...— se está convirtiendo en un factor cada vez más decisivo en el momento de la compra.
Por todas estas razones, están naciendo muchas experiencias dignas de ser tenidas en cuenta, que van formando una red importante que combina producción agrícola con valores sociales. Solo en Europa existen cerca de seis mil proyectos de Agricultura Social, experiencias que han emergido del rol activo, protagonista y colaborativo de numerosos actores de las comunidades locales: instituciones, asociaciones, cooperativas, fundaciones, empresas agrícolas y sociedad civil en general.
Se trata de la evolución de las redes locales informales de ayuda mutua, bien presentes en el mundo rural antes de la modernización de la agricultura.
RETOS DE FUTURO
El reto de todas estas experiencias estriba en saber responder adecuadamente a la producción de alimentos —calidad, servicio, comercialización— y al mismo tiempo saber integrar transversalmente toda una serie de valores añadidos, junto con asegurar la sostenibilidad de la iniciativa.
La dificultad para poner en marcha y consolidar estas experiencias viene dada por esta transversalidad: la no especialización obliga a trabajar en procesos más lentos que integran muchos aspectos, lo que comporta que el nivel de rentabilidad, a corto plazo, no siempre sea viable. Es por ello que la financiación a largo plazo de estos proyectos es un aspecto clave para garantizar su viabilidad y consolidación. Es necesario conseguir que las políticas sociales consideren prioritaria la atención a las personas, por eso debemos reclamar que estas iniciativas de agricultura social cuenten con el respaldo de la administración pública. En cambio lo que está sucediendo actualmente, como que se demoren los pagos y se deje a las entidades agrosociales en la cuerda floja, es inaceptable.
La Agricultura Social defiende un modelo que permite que las personas que lo desean se queden en el territorio, cuiden de la tierra, produzcan sus productos y se alimenten de ellos, que vivan, envejezcan y mueran en el seno de su comunidad porque tienen al alcance de la mano los servicios necesarios para ello.
Conseguir que la Agricultura Social se consolide y refuerce dependerá de la capacidad de las y los actores de emprender y animar iniciativas de este tipo, y también de la sensibilidad de la sociedad (consumidores, legisladores y ciudadanía en general) para entender y sostener este tipo de iniciativas.
Ejemplos de agricultura social en Catalunya
En Catalunya, concretamente, encontramos experiencias pioneras que llevan años trabajando con personas discapacitadas, como la cooperativa Sambucus, en la provincia de Barcelona, dedicada a la producción hortícola y a la restauración ecológica; Hortus Aprodiscae, en Tarragona, dedicada a la agricultura y la gastronomía ecológica; L’Olivera, en Lleida, conocida por sus vinos y aceites; y la Fageda, en Girona, conocida por sus yogures y otros productos lácteos, por citar solo algunas de las 33 entidades que trabajan en la misma línea, agrupadas en la «Xarxa Agrosocial de Catalunya». Por lo demás, no cesan de surgir, aquí y allá, nuevas experiencias como la de Verdallar, una empresa de inserción laboral para jóvenes, creada en el año 2012; o Horta de Santa Clara, que acoge a personas en riesgo de exclusión, las dos cultivando y comercializando productos con certificado ecológico.
PARA SABER MÁS
Social Farming http://sofar.unipi.it/
Xarxa agrosocial: http://www.fundaciocatalunya-lapedrera.cat