Entrevista a Isidro García Cigüenza
Gustavo Duch
Isidro con su burra Molinera. Foto: Pueblos en Movimiento
«Isidro», le pregunto, «¿qué influencia ejerce vuestra profesión para que las personas jóvenes del medio rural quieran permanecer en él?». «Muy poca», me contesta. «La realidad es contundente y simple a la vez, es una cuestión económica. La Costa del Sol, tan próxima, ofrece una seguridad económica que no la dan los trabajos en el pueblo. Su prioridad, de momento, es cobrar 1500 euros al mes poniendo ladrillos, sirviendo en restaurantes o adecentando jardines. En cualquier caso», sigue Isidro, «el profesorado ejerce una influencia que no se debe infravalorar».
Para este maestro, oriundo de la Riojilla burgalesa y jubilado, que ha trabajado en la misma escuela, allí en la Estación de Gaucín (Serranía de Ronda, Málaga), durante 40 años seguidos, es una gran contradicción que en los últimos años la inmensa mayoría de los maestros y maestras que imparten docencia en los colegios rurales de la zona, vengan de fuera. «Que vengan y se vayan, permaneciendo aquí lo mínimo, curso tras curso, año tras año. Resulta demasiado visual y poco instructivo que lleguen y coloquen el coche mirando hacia fuera, para cuando llegue el viernes, si no cada día, marcharse rápidamente». Eso es lo que ven los estudiantes, para quienes sus profesores son una referencia. Cierto que este mismo profesorado les transmite afecto y alegría, pero vienen sin ningún conocimiento del entorno y los recursos que este ofrece.
«Teniendo en cuenta que la construcción de la personalidad y el aprendizaje en estas edades se basa en el redescubrimiento del medio que nos rodea y la transformación del mismo a favor de un bienestar y una convivencia solidaria y respetuosa», afirma, «resulta imprescindible conocer e interaccionar con ese mismo medio. Por eso propongo "desescolarizar" la educación rural, sustituir los edificios escolares actuales por los recursos que nos ofrece el entorno y las personas que interactúan en él».
Pero no es eso lo que los planes de estudio indican al profesorado. De hecho, como denuncia, no es lógico que la regulación de horarios, materias, materiales, exámenes, etc. sea la misma para la ciudad que para el mundo rural. «¡Cinco horas sentados en clase y varias más en casa haciendo la tarea, delante de sus mesitas y con unos libros de texto cuya literatura les es ajena...! ¡Cinco horas cuando se trata de niños que necesitan aprender moviéndose, como han hecho sus antepasados aquí en el campo, de una forma ancestral y cotidiana! Los niños del medio rural no pueden estar sometidos –educativamente hablando– a recursos impropios del medio que habitan».
Escuchando a Isidro entiendo bien que los libros con los que educa están hechos de hojas de árboles; que su alumnado descubre los procesos biológicos en los frutales y hortalizas de las huertas de los alrededores; que aprenden química analizando la composición de las tierras de la zona, averiguando su comportamiento y transformándolas en engobes en el taller de cerámica del lugar; que aprenden física en la "Fábrica de la luz" que hay en el río (como llama Isidro a la central hidroeléctrica); que la historia la aprenden con estrofas versificadas y cantes por "serranas", además de por lo que cuentan las abuelas... «Solo así», insiste, «enraizarán en el entorno y podrán apreciar otros valores que los puramente económicos».
Un elemento central de la educación rural, por cierto muy poco habitual en nuestra sociedad, pasa por aprender a solucionar aquello que «resuelve las necesidades básicas para vivir», y aunque él no lo aprecia, yo, educado en la dictadura de los planes académicos de los años 60 y 70, me sonrojo, porque nunca aprendí en la escuela nada vital. Isidro continúa, «a estas edades es importante saber que podemos conseguir un techo donde dormir, ropa para vestir y la energía necesaria que consumir sin recurrir a multinacionales. Además de aprender a ser soberanos, a dominar la agricultura y la ganadería, hemos de saber conservar y cuidar los bienes que nos rodean. Se trata de cuestiones esenciales».
Isidro está convencido de que los maestros rurales están llamados a romper con la pedagogía «uniformizante y castradora», también para quienes habitan las ciudades. «Esta es nuestra aportación: dar la vuelta a aquella iniciativa que surgio en la II República, a cargo de la Institución Libre de Enseñanza. Hablo de las Misiones Pedagógicas. Ha llegado el momento de que los del campo vayamos a la ciudad, pero no a enseñar a los niños lo que es el cine o un gran museo, no. Ha llegado el momento de que aquellas Misiones Pedagógicas se transformen en "pedagógicas misiones": alfabetizar a la sociedad urbana sobre cómo satisfacer de forma autónoma las necesidades vitales».
Observo que, para Isidro, la ruralidad no solo es un espacio físico, guarda también en su esencia unos valores muy destacados: la relación de convivencia con la Naturaleza, la solidaridad entre vecinas, la familiaridad…, valores que deberían acabar conformando el pensameinto y expandiéndose.
Isidro es muy realista durante toda la conversación. Sabe que su lucha es complicada y afirma que «hemos perdido», pero sigue adelante, acompañado de su burra Molinera y llevando a «sus niños», que son hijos y nietos de antiguos alumnos, al monte a buscar bellotas dulces. Para acabar, le pregunto qué ve la gente joven del pueblo cuando ven que su maestro anda siempre con una mula, que con ella y una mochila desaparece durante un mes mientras recorre paisajes andaluces, que con la burra le entrevistan en televisión y que tiene muchos seguidores en Facebook. «Ven permanencia y humildad», me contesta, «y también aquello que a todos nos atrapa, disfrutar de la libertad de ir y venir; de volver y tornar».
Las tres fidelidades
Para Isidro García Cigüenza, su «pedagogía andariega» llegará a ser la pedagogía del futuro, siempre y cuando se den dos condiciones: un profesorado que conozca los recursos didácticos del entorno donde trabaja y una sociedad volcada con la educación, que ponga a su disposición sus conocimientos, sus espacios y su creatividad. El profesorado, además, debe cumplir con tres fidelidades. La primera, la fidelidad consigo mismo, que la educación sea su pasión. La segunda, la fidelidad con la gente que le rodea, que será quien ayudará en el proceso educativo. La tercera, la fidelidad con el paisaje, con el territorio de montaña, de mar o de ciudad que le haya tocado en suerte trabajar. Y todo caminando, siempre caminando.
El domingo 24 finaliza la campaña de micromecenazgo de Pueblos en Movimiento "Educación por tu entorno rural", un proyecto en el que el trabajo de Isidro tiene un papel central. APOYAR EL PROYECTO
Gustavo Duch