El antiguo oficio de las 'trementinaires' en el valle de la Vansa y Tuixent
Isidre DOMENJÓ
Trementinaires del valle de la Vansa y Tuixent. Década de 1920 | Cedida por Cal Casal, d’Ossera
Recreación de la cocina de la casa de una trementinaire | Museu de les Trementinaires
Conocían en profundidad los valores terapéuticos de las plantas que crecían en los bosques del valle y eran expertas elaboradoras de remedios caseros preparados con ingredientes naturales. ¿Por qué no aprovechar esa sabiduría popular, transmitida de generación en generación, para paliar la débil economía familiar? Ahí es donde se localiza el origen de un oficio que, a lo largo de siglos y hasta hace escasamente 40 años, ejercieron centenares de mujeres del valle de la Vansa y Tuixent, en el Prepirineo catalán. Hablamos de un valle al que, aun hoy en día, solo se puede acceder salvando puertos de montaña por sinuosas carreteras secundarias. Un entorno geográfico, pues, cerrado en sí mismo, alejado de los principales ejes de comunicaciones y escasamente poblado.
Así fue como mujeres de las casas más humildes de la docena de pueblos del valle empezaron a anar pel món (ir por el mundo), como ellas mismas decían para referirse a su oficio. Para ellas, «el mundo» era gran parte de Catalunya, principalmente comarcas del centro, el prelitoral y la costa, que recorrían andando, siguiendo caminos históricos y deteniéndose en pueblos y masías donde vender su mercancía. Uno de los productos más populares que comercializaban era la trementina, un preparado a base de resina de las coníferas y aguarrás, que se aplicaba externamente para aliviar dolores musculares, tanto de las personas como del ganado. Ese remedio es el que acabaría dando nombre al oficio: trementinaires (trementineras).
Pero las trementinaires no vivían solo de la trementina, ni mucho menos. Durante sus viajes cargaban con diversas plantas medicinales y un buen surtido de productos elaborados a partir de materias primas naturales. Así, en sacos de tela colgados a la espalda, a modo de mochilas, llevaban hisopo (Hyssopus oficinalis), milenrama (Achillea millefolium), ajenjo (Artemisia absinthium), guillomo (Amelanchier ovalis), hierba de San Guillermo (Agrimonia eupatoria) y corona de rey (Saxifraga longifolia), entre otras plantas que previamente habían expuesto a un proceso de secado. Por otra parte, en latas sujetas a la cintura portaban preparados tales como el aceite de abeto, la pega negra, el aceite de enebro o el aceite de muérdago, que gozaban de gran popularidad entre su clientela, sin olvidar los aceites de serpiente blanca, de víbora o de lagarto.
El viaje
Las trementinaires viajaban siempre en pareja. Habitualmente, una de las dos mujeres era más experimentada en el oficio, mientras que la otra, más joven, hacía las veces de aprendiz. Nos referimos a las trementinaires siempre en femenino, puesto que era un oficio ejercido casi exclusivamente por mujeres, con unas pocas excepciones de parejas mixtas; la más conocida fue la del matrimonio formado por Sofia Montané y Miquel Borrell, de Cal Claudi de Ossera, precisamente la pareja que en 1982 hizo el último viaje de trementinaires.
La mayoría de trementinaires hacía dos viajes anuales. El primero lo iniciaban tras la festividad de Todos los Santos y concluía pocos días antes de Navidad. La segunda salida la emprendían después de Reyes y podía extenderse hasta la fiesta de Carnaval o, en algunos casos, hasta Semana Santa. Podemos afirmar, por lo tanto, que pasaban aproximadamente una tercera parte del año fuera de casa. Cada pareja tenía su propia ruta: procuraban no competir por una misma clientela. Los itinerarios más frecuentes eran los que transcurrían por el altiplano central de Catalunya para descender después hasta la costa de las comarcas del Maresme, la Selva y el Empordà. Otras rutas seguían el curso del río Llobregat, cruzando las comarcas del Berguedà, el Bages, el Vallès Occidental y el Vallès Oriental. También había desplazamientos por las comarcas de Lleida y de Tarragona. La mayoría de las paradas que realizaban era en masías y pueblos y evitaban las grandes ciudades, aunque se conocen casos de trementinaires vendiendo en mercados de Barcelona. Se hospedaban en las casas de la propia clientela. Las más afortunadas dormían en la habitación de invitados; las otras debían conformarse con pasar la noche en el pajar. A lo largo de los años, llegaron a estrechar fuertes amistades con algunas de las familias que eran clientes habituales. Aún hoy en día, personas mayores de diversas poblaciones de las rutas de las trementinaires recuerdan con cariño a esas mujeres que llegaban de la montaña cargadas de hierbas y ungüentos.
Un patrimonio cultural
Tras ese último viaje de Sofia y Miquel en 1982, las trementinaires entraron en el olvido. El oficio había desaparecido. No tenía razón de ser. El mundo había cambiado demasiado. Pero el tránsito por el silencio fue afortunadamente breve. Conscientes de la importancia etnográfica de ese mundo de sabiduría popular que había quedado atrás, diversas personas, la mayoría del propio valle de la Vansa y Tuixent, comenzaron una minuciosa labor de reconstrucción de la memoria colectiva de esa forma de vivir que había dado carácter a unos pueblos y a su gente. Entrevistas, artículos, exposiciones…, hasta llegar a la creación del Museu de les Trementinaires en Tuixent, un equipamiento permanente para la divulgación del antiguo oficio de las plantas y los remedios tradicionales. Inaugurado en diciembre de 1998, el museo ha recibido desde entonces más de 100.000 visitas y ha generado multitud de actividades, entre las cuales destaca con luz propia la Festa de les Trementinaires, la cita anual con el universo de la naturaleza terapéutica.
Quienes habitan el valle de la Vansa y Tuixent sienten orgullo de sus antepasadas, las mujeres del bosque que tuvieron que sacrificarse para sacar adelante sus familias, alejadas de ellas durante los meses más fríos del año, recorriendo sendas interminables para llevar pequeñas dosis de salud a centenares de personas. Hoy, el valle es sinónimo de trementinaires, las mujeres que nunca se irán porqué su gente nunca las olvidará.
Isidre Domenjó
Aprender de las plantas
Maria Culubret, agricultora herborista
Durante varios años me he dedicado al cultivo de plantas medicinales, a su reproducción, secado, destilación y a la elaboración de preparados con finalidad terapéutica y también cosmética. A lo largo de este tiempo me he dado cuenta de la importancia de dejar “ser” a la planta. La planta y yo, en este orden. Conocimiento global de ella, su sabor, sus cualidades energéticas, sus principios activos, para así saber usarlas adecuadamente, conociendo también el organismo humano. Hay muchas plantas medicinales con propiedades diuréticas, hepáticas o carminativas y un largo etcétera. Las plantas no actúan solamente en un órgano o tejido como lo hacen los medicamentos, sino que abarcan todo el organismo.
Me ha interesado mucho y aún me interesa la calidad de la planta, no la cantidad. Una planta tratada con respeto en todo el proceso dará un resultado muy diferente, muchísimo mejor, que si es tratada sin darle la atención merecida.
Las plantas de nuestro entorno, nuestro territorio, están adaptadas a nuestro ambiente, a nuestro clima y nosotros a ellas. Por eso es mejor consumir plantas de proximidad, pues obtendremos realmente un beneficio, nos “reconoceremos”. Para mí un buen herborista ha de saber observar, escuchar y respetar, ha de ser un puente entre la tierra o la naturaleza y el ser humano. Y muy importante: no dañar.
Aprendamos de los libros, pero también del trato directo de las plantas, degustándolas, oliéndolas, tocándolas. Como todos los seres, tienen inteligencia y fuerza vital. Es su fuerza vital la que nos ayuda a restablecer la salud, a recordar al cuerpo lo que le falta. Cuesta pensar que unas hierbas, unos seres tan sencillos, al menos en apariencia, puedan ayudarnos. Pero lo hacen, sobre todo cuando estas hierbas están bien cultivadas y bien seleccionadas para tratar el problema que nos concierne. Son un soporte para la salud.