Conversatorio sobre el futuro de los pueblos de montaña

Revista SABC

PARTICIPANTES

  Lidia Gutiérrez. Vivo en el Valle del Genal, en la Serranía de Ronda (Málaga). Mi compañero y yo tenemos un planteamiento de vida campesina tradicional, producimos para autoconsumo y también castañas, cítricos y aguacates para la venta. Formo parte de la Asociación Universidad Rural Paulo Freire, dentro de la cual hay un espacio donde trabajamos el feminismo desde la mirada campesina y las mujeres rurales. Compagino el trabajo en el campo con la dinamización del territorio.

  Lena Gnadinger. Vivo en la Sierra Norte de Madrid, en una zona en la que siempre se ha vivido del ganado. Formo parte del colectivo Los Apisquillos, de 7 personas (con niños y niñas) que vivimos sobre todo de un rebaño de ovejas y cabras. El ganado te da una relación muy grande con el territorio, pero también todas las labores campesinas que se hacen en los pueblos, la huerta, los frutales, la leña… Al abandonarse muchos pueblos, vimos un hueco para emprender esta actividad.

  Paco Boya. Nací y continué viviendo en el Pirineo, en el Valle de Arán, y por diversas razones me involucré en la política municipal. Desde 2013 hasta ahora mi dedicación principal ha sido trabajar por constituir una asociación de municipios de montaña (llamada esMontañas) que ha ido creciendo y ahora ya tiene un recorrido. Su objetivo es visibilizar y representar a un territorio que políticamente tiene poco peso porque hay poca población.

  Ana Isabel García. Soy investigadora y docente en la Universidad de Santiago de Compostela, en un grupo de investigación que estudia la socioeconomía de las zonas de montaña, el tema demográfico y de desarrollo rural (ECOAGRASOC). Aparte, mis abuelos vivían en la montaña, entonces he estado en relación con ella desde siempre por lazos familiares.

 

 

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Manifestación contra la despoblación en Madrid, marzo de 2019. Foto: Irene Díez Miguel

  Vivís y trabajáis en diferentes territorios de montaña de la península, ¿qué nivel de vitalidad encontráis en ellos?

Ana: En la montaña de Lugo en este momento el problema más grave es la desagrarización del territorio, el decrecimiento demográfico y el envejecimiento. Hay zonas algo más activas que otras en las que sigue habiendo una economía agraria y una sociedad que lucha por quedarse, actúa para mejorar la situación y dinamiza el territorio. Otro tema candente es la competencia entre usos agrícolas y usos forestales en los territorios que quedan sin gente, que llamamos «zonas en transición», porque están pasando de un modelo de gestión (agrario y ganadero) a otro completamente diferente donde los cultivos forestales ocupan cada vez más el espacio.

Paco: El problema principal aquí (en la zona central del Pirineo, Catalunya lindando con Aragón) es también la despoblación y el abandono de las actividades tradicionales. En algunos lugares muy concretos, donde se instalaron estaciones de esquí en los años 70 y 80, ha habido algunos rebrotes de la pirámide poblacional, pero muy estacionales, que tampoco han conseguido estabilizar las dinámicas económicas. Una particularidad muy importante es que somos un territorio de frontera, una cordillera que comparten diversas administraciones. El reto que tenemos consiste, por una parte, en recuperar algunas actividades tradicionales actualizando su función e incorporando la tecnología y, por otra, en diversificar la economía con el turismo, pero también con elementos económicos que puedan retener el talento de los jóvenes y evitar que siga el proceso de despoblación, que en algunos lugares ya está muy avanzado.

 
  El reto que tenemos consiste en recuperar algunas actividades tradicionales actualizando su rol e incorporando la tecnología y en diversificar la economía.   
 

Lidia: El Valle del Genal es una comarca pequeña, formada por 15 municipios, el más grande tiene 400-500 habitantes. La población va envejeciendo y la tendencia de la gente joven ha sido irse a la costa a trabajar. Solo vuelven al pueblo a ver a la familia, aunque mantienen el vínculo con el campo gracias a algunas actividades como la castaña, que es el sector fuerte de la comarca. Algunas personas estamos impulsando actividades para que la gente se quede porque es un territorio con posibilidades, con mucha agua, dotaciones, es maravilloso para vivir. Desde las administraciones se ha apostado mucho por el turismo, pero ahora parece que se está valorando la posibilidad de regenerar la vida campesina y producir más cosas además de castaña.

Lena: Nuestro panorama es similar. Para bien o para mal, estamos bastante cerca de Madrid. La cercanía podría animar a más gente a venirse, pero la realidad es que el pueblo donde estamos es especialmente montañoso y tiene los recursos muy limitados y pocas posibilidades de trabajo. La mayoría de la gente trabaja en los retenes forestales y en pequeños trabajillos de mantenimiento y quien tiene ganado no vive solo de la ganadería. Son pueblos en los que ni siquiera podemos hablar de envejecimiento porque no quedan ya abuelos. En cuanto a los servicios generales, el cole más cercano, el único en los alrededores, ha estado a punto de cerrar.

  Habéis hablado de desagrarización, despoblación y falta de servicios. ¿Cómo es de importante para romper estas dinámicas disponer de capital para poner en marcha iniciativas?

Paco: Creo que los servicios y las inversiones para apoyar proyectos son los pilares fundamentales para sostener lo que queda en este momento en las zonas de montaña y plantear el futuro. En primer lugar, debemos repensar lo que ha sido hasta ahora la prestación de servicios en estas zonas porque hay lógicas que responden a modelos urbanos que es imposible adaptar a los territorios de montaña. En este sentido, debe recurrirse a modelos más imaginativos que se puedan adaptar y las administraciones deben ser conscientes de que sin servicios públicos la despoblación continuará. En segundo lugar, es cierto que no tenemos herramientas que respondan a las necesidades del emprendimiento rural, hay que hacer un esfuerzo para que haya facilitadores que permitan incorporar talento y gente que quiera emprender. Hay que aligerar las trabas administrativas y burocráticas y, al mismo tiempo, facilitar la entrada de capital que dé apoyo al emprendimiento, que debe tener una base tecnológica y social potente. Debemos conectar las actividades tradicionales con la actualidad, con el mundo, con un enfoque de retroprogresión: aprender del pasado, pero avanzar al siglo xxi.

Ana: Los servicios, la sanidad y la educación son fundamentales y lo que está ocurriendo en nuestras zonas de montaña, especialmente después de la crisis, es su desmantelamiento: cierre de colegios, de centros de salud… Esto acelera el drenaje de población hacia zonas más urbanizadas. Respecto a los servicios, hay que buscar fórmulas adaptadas a cada territorio; la gente no puede hacer una hora o dos de camino para ir al médico o al colegio. Un estudio sobre tendencias demográficas realizado recientemente en el ámbito de Galicia muestra que quienes más abandonan las zonas de montaña son las mujeres en edad fértil, precisamente por la falta de servicios. En cuanto a los recursos económicos, en los planes de desarrollo rural autonómicos existen mecanismos financieros que podrían apoyar la actividad empresarial en el rural y en la montaña, pero depende de cada comunidad autónoma facilitar la llegada de ese capital público a esas zonas, que muchas veces no se prioriza. En nuestro caso, el Plan de Desarrollo Rural no ha permitido en las últimas décadas financiar a través del programa LEADER de la UE actividades agrarias, cuando son las que necesitan de mayor apoyo financiero y pueden tirar del resto de actividades. Así lo han diseñado. Sobre el tema tecnológico, tengo la sensación de que hemos perdido el tren. La presencia de internet en zonas de montaña era ineludible y hoy en día aún hay zonas totalmente aisladas, sin cobertura, a hora y media de la ciudad, y eso es un obstáculo para establecimientos de turismo rural, etc.

Lidia: Estoy de acuerdo en que hay que repensar la forma de prestación de servicios a los territorios, pero hay que hacerlo, además, colectivamente. El acceso a internet aquí también sigue siendo un obstáculo, pero igualmente hay deficiencias en otras comunicaciones, como los caminos y accesos a las fincas, a las que no se da prioridad, y todos los trámites administrativos hay que ir a resolverlos a Ronda o Málaga, a una hora y media de camino. Lo mismo ocurre para comercializar pequeñas producciones hortícolas. Los recursos que pueda haber no están bien orientados y no llegan a las personas que podrían iniciar actividades económicas. Y, además, yo percibo que, simultáneamente, existe un temor a que lleguen iniciativas y que no tengan éxito por falta de rentabilidad, de apoyo administrativo, de aceptación, etc. Para que esto no pase, debe tratarse de iniciativas colectivas y tiene que haber facilitación y acompañamiento. En Andalucía prima la creencia de que nos bastamos con lo que tenemos; falta educar en la iniciativa y hacernos responsables de generar nuestras propias economías. Se ha infravalorado tanto todo lo que tiene que ver con la agricultura… Los modelos agroecológicos, que considero que pueden ser viables, no vienen de la gente de los pueblos, sino de fuera.  Hay un desfase en ese sentido; falta esa conexión. Lo mismo ocurre con el turismo: cuando se apoyan iniciativas turísticas, estas deberían estar vinculadas siempre a lo local, a la identidad y la cultura propia.

 
   Los modelos agroecológicos no vienen de la gente de los pueblos, sino de fuera.   
 

Lena: Hay muchas cosas que decir sobre esto. Sobre el tema del dinero, yo estoy en una comunidad autónoma en la que hay muchísimo presupuesto, el problema es a dónde se dirige. Es un tema de concepción, al final la metrópolis se ha comido totalmente el campo. Se están implantando modelos en los que no se facilita en absoluto el hecho de vivir en el lugar y de los recursos locales. Aquí encontramos muchos obstáculos a la hora de aprovechar recursos forestales o de otro tipo porque las zonas agrícolas se están transformando en zonas de ocio, con naturaleza salvaje, donde el ser humano no tiene apenas lugar para estar. Hemos introducido la cabra montés y llevamos unos años luchando con el problema del lobo, y al final no es una lucha directa con el animal, sino con las formas de ver el campo. Puedo ver el turismo como una forma de economía, pero aquí hay muy poco, es muy estacional; y la verdad es que no ayuda al asentamiento de las personas.

 
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Manifestación contra la despoblación en Madrid, marzo de 2019. Foto: Silvia Pérez

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Manifestación contra la despoblación en Madrid, marzo de 2019. Foto: Alicia Vallejo

 

  Hay visiones enfrentadas respecto a cómo plantear el desarrollo de las zonas de montaña. ¿Cuáles pensáis que son las claves? ¿Cuál es el sentir de la población?

Paco: En las zonas de montaña se ha impuesto una serie de tópicos, políticas y concepciones del territorio y, en cambio, la gente de la montaña habla muy poco de cómo ve, habita y quiere habitar el territorio. La primera batalla tiene que ser reactivar nuestra capacidad de definir estos territorios y explicar cómo queremos que sean: mantener los pueblos vivos, con proyectos, actividades agrarias y ganaderas activas. Es cierto que hay dificultades de acceso al mundo digital, pero creo que eso va a llegar. En el Pirineo, en el valle de Benasque, hay un programa de vallado virtual para la gestión de la ganadería extensiva, e-Barana, que ha sido un éxito. Combinar actividades tradicionales y nuevas tecnologías da un resultado extraordinario. Hay que intentar huir de los tópicos y el encasillamiento que llega de lo urbano.

Lidia: Mi apuesta es defender el modelo agrícola y ganadero en nuestra comarca, aprendiendo del pasado e incorporando elementos nuevos.

Ana: Efectivamente, se tiene que construir lo que quieren las sociedades que habitan los espacios. En el nuevo discurso de los servicios y bienes públicos, a veces imponemos desde las ciudades determinadas cuestiones, como el tema de la conservación de depredadores que menciona Lena. Hay que aprender a convivir con el gran depredador, a conservar esos bienes comunes de biodiversidad, pero también compartir responsabilidades, y ahí entran las políticas públicas, que deben ayudar a que las comunidades locales sean capaces de realizar sus propios proyectos y que los valores comunes de la sociedad puedan ser preservados. Ambas cosas deben ser compatibles y los costos han de ser asumidos por el conjunto de la sociedad y no solo por una parte.

Lena: Sí, es la gente la que tiene que decidir, pero a veces no lo veo tan claro. El colegio de aquí casi cierra porque la propia gente del pueblo no quiere llevar allí a sus niños y niñas, porque es una escuelita rural, unitaria. Han asimilado esa mentalidad de que lo urbano es mejor y ahí hay algo importante que cambiar. Los medios económicos son difíciles de conseguir; pero si realmente se quiere, se consiguen. Es más complicado cambiar mentalidades, valorar de nuevo lo que es habitar y vivir en el territorio, en zonas en las que igual hay más dificultades porque no son tan rentables. Pero tenemos que volver a una agricultura campesina.

Paco: En definitiva, estamos hablando de que está desapareciendo una cultura y una forma de entender el mundo rural, un mundo hegemónico hasta hace 50 años. Sí, las familias que vivimos en la montaña hemos estado inculcando a los niños que su futuro pasa por irse. Por tanto, tenemos que crear un paradigma de la ruralidad que no necesariamente tenga que estar enfrentado con lo urbano, aunque lo esté en parte. En el mundo rural hay espacio para tener una vida plena y feliz. En el Estado español la relación con el mundo rural está muy traumatizada y hay que recomponerla porque la despoblación va a comportar problemas también para las ciudades. Es uno de los retos más importantes que en este momento tiene el Estado.

  ¿Y cómo se construye ese nuevo paradigma? ¿Cómo se defiende lo rural sin enfrentarse a lo urbano? ¿Tiene que ver con rescatar el sentimiento de identidad rural?

Paco: Es un gran debate. La mayoría del planeta ya vive en zonas urbanas, pero ¿se puede vivir sin campo, únicamente vinculadas a la tecnología? La tecnología, como dijo el antropólogo francés Marc Augé, es el «no lugar». Mucha gente prefiere el anonimato de la ciudad, ese no lugar, pero otra mucha también es consciente de la infelicidad que conlleva y que ha hecho del suicidio la principal causa de muerte no natural. En esta búsqueda de la felicidad, el mundo rural ha de asentar su paradigma porque es un espacio donde se puede ser feliz con muy pocas cosas. Es un planteamiento absolutamente confrontado con las ciudades y sus complejidades. Para que sea una alternativa clara tiene que ofrecer servicios para un cierto nivel de vida. La asociación a la que pertenezco pretende profundizar en este debate, azuzar las conciencias de la política, no solo ante el drama demográfico, sino también ante los modelos sociales que estamos promoviendo. ¿Qué alimentos estamos consumiendo? ¿Por qué enfermamos? No significa ir hacia atrás, sino trasladar la cultura campesina a la nueva concepción de las formas de vida. El mundo rural puede ir tejiendo oportunidades si se obliga a las administraciones a promover políticas en este sentido.

Lidia: En nuestra asociación tenemos claro que la vida en los pueblos y la vida campesina dan respuesta a este modelo socioeconómico tan agresivo. Ofrecen otra forma de producir, de relacionarnos, de consumir, de estar en relación con la naturaleza. Hay un montón de aprendizajes que conviene adquirir y que tienen que ver con saberes tradicionales más sensatos: alimentación de temporada, relaciones intergeneracionales, cuidado de los bienes naturales, democracia directa, la valoración de los conocimientos de las personas mayores… En Andalucía se está generando un proceso colectivo llamado Pueblos en Movimiento que tiene claro que los pueblos y la vida en el campo son una alternativa.

 
   El mundo rural ha de asentar su paradigma porque es un espacio donde se puede ser feliz con muy pocas cosas.   
 

  ¿Conocéis experiencias concretas para atraer a gente a los pueblos y hacer que las personas jóvenes no se marchen?

Ana: Aquí en Lugo, la Escuela de Ingeniería y el Colegio de Ingenieros agrícolas tiene como objetivo incentivar que estudiantes que acaban la carrera se instalen de nuevo en el rural. Hemos buscado ejemplos de personas que ya lo han hecho y han emprendido iniciativas, ya sea creando actividades nuevas o retomando la explotación familiar con aires nuevos. Muchos proyectos son de transformación de productos, tanto industriales como ecológicos y locales. Hemos grabado unos videos donde cuentan por qué se instalaron en el rural, qué les ofrece y qué sentimientos les provoca renunciar al mundo urbano. Lo que valoran es el hecho de desarrollar un proyecto personal en un entorno que les permite ser dueños de su tiempo, sin pretender vender la moto de que es algo idílico. De esta forma, combatimos esa idea de desprecio por lo rural. Tengo que decir que las mujeres son especialmente valientes para poner en marcha estas iniciativas.

Paco: Para la instalación de jóvenes, hay que generar condiciones y ecosistemas de habitabilidad que ofrezcan alternativas. Es importante que en esa caja de herramientas para instalarse esté también el reconocimiento de los oficios que se hacen en el ámbito rural. Hay unas ochenta profesiones reconocidas en zonas de montaña y con formación estructurada que hay que revalorizar.

Lena: Sobre la autonomía que te da trabajar en una zona de montaña, estoy de acuerdo con lo que decía Ana, lo que pasa es que el sistema salarial de hoy en día, y toda la dependencia que genera, nos aleja hasta de soñar con esa posibilidad de autonomía. Hay un tema muy importante para la instalación de gente nueva: el del acceso a la tierra y a la vivienda. En Madrid hay mucha presión de la metrópolis, estos espacios están siendo neocolonizados por segundas residencias que hacen que suban los precios de las tierras y las casas. Si no eres una hija o nieta del pueblo que regresa y tienes propiedades familiares, es muy difícil instalarse en una zona de montaña.

 
   Faltan mujeres de referencia en los pueblos y ese problema hay que abordarlo desde el feminismo rural.  
 

Lidia: En la Serranía de Ronda hemos creado un proyecto con los institutos. El área de orientación laboral ofrece de todo menos la opción de quedarse en los pueblos y desarrollar actividades agrarias y ganaderas. Estamos organizando sesiones de debate con el alumnado y vinculándolo también con personas que tienen proyectos en el medio rural. ¡Revalorizar lo campesino nos llevará años! Para las mujeres es especialmente difícil por la falta de servicios, pero también porque faltan mujeres de referencia en los pueblos, las referencias están en las ciudades y ese problema hay que abordarlo desde el feminismo rural. Creo que este es un momento de crisis por el despoblamiento, pero la parte positiva es que también está sirviendo para que, por primera vez, quienes habitamos los pueblos abramos el debate sobre qué mundo rural queremos.

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