Llaurant Barcelona
Revista SABC
Los pasados 3 y 4 de octubre se celebraron las Jornadas de Comercialización de alimentos en Barcelona, “Llaurant Barcelona”. De ellas extrapolamos una serie de conclusiones que pueden contribuir a entender el sistema actual de comercialización de alimentos de las grandes urbes, y también algunas pautas sobre cómo modificarlo para recuperar el sentido común que desapareció.
Las primeras voces de las jornadas nos explicaron que el mismo modelo agrario que arruina nuestro territorio con especulación de la tierra, con precios injustos a la producción, con malos y pocos servicios públicos en el medio rural, y un largo etcétera, ni siquiera resuelve la alimentación de las personas más necesitadas de Barcelona. Tras esto llegó el testimonio final del primer día: Lucile Daumas y Omar Aziki, protagonistas y activistas de la lucha por la Soberanía Alimentaria en Marruecos, provocaron cortocircuitos en todas las cabezas presentes. ¿Cómo es posible que algo innecesario como consumir tomates fuera de temporada esconda tanta tragedia? Así es, empresas locales y extranjeras han levantado cientos de invernaderos en esas tierras, arruinando al tejido productivo local y privándoles del acceso a agua. Producen millones de kilos de tomates para la exportación con la fuerza de mujeres, a las que someten en regímenes de esclavitud sangrante. Así es: cada tomate que comemos —si llega de Marruecos— exprime la vida de cientos de personas
HABLAMOS DE MERCABARNA Y LOS MERCADOS MUNICIPALES
A la mañana siguiente, tres ponencias acabaron de llenar nuestros mapas visuales contestando a la pregunta “sabemos dónde hemos llegado con este modelo, pero ¿quién nos ha traído?” Evidentemente hay muchos factores implicados en esta globalización neoliberal que todo lo inunda, pero algunas respuestas las teníamos muy cerca, en concreto y en el caso de Barcelona —replicable a muchas ciudades en el Estado español— en dos entidades públicas: el mercado central de abastos, Mercabarna, y la red de los mercados municipales de la ciudad. De ello nos hablaron Mónica Vargas, Olivier Chantry (del Observatorio de la Deuda en la Globalización) y Carles Soler (de la revista Soberanía Alimentaria).
En el caso de Mercabarna se mostraron hechos, como que durante la temporada de tomates esté llegando tomate holandés a un precio muy inferior al que se produce en el parque agrario, a pocos metros de Mercabarna. Son buenas fotografías del modelo agrícola al que Mercabarna aspira, un Hub Alimentario del Mediterráneo, el gran centro de referencia regional respecto a la entrada de alimentos de todo el mundo, para después comercializarlos, darles valor añadido o redistribuirlos hacia los mercados internacionales.
En el segundo caso, los Mercados Municipales, también hubieron datos contundentes: sólo el 8% de los alimentos que se venden en los mercados municipales provienen directamente de las y los productores locales. Mientras en su discurso hablan de la importancia de las y los payeses, una de las principales novedades de su proceso de remodelación es la incorporación de supermercados en su interior, ocupando gran parte de su superficie. En este caso, lo que se percibió fue la falta de una estrategia clara, pero sobretodo la triste pérdida de la oportunidad de contar en cada barrio de la ciudad con verdaderos mercados de productos locales, que refuercen la producción de nuestro territorio y se conviertan en espacios que potencien el campo, lo que siempre han sido.
De hecho en ninguno de estos centros de distribución y comercialización (Mercabarna y Mercados Municipales) se tiene en cuenta la opinión de quienes producen.
“Claro”, pensaremos, “no hay alternativas a todo esto, así tiene que ser”. Por eso, la tercera de las ponencias fue tan inspiradora. Pep Tusón, ingeniero agrícola de la revista Agrocultura, después de mostrarnos algunas de las incoherencias de la agricultura catalana (por ejemplo, se importan 1,5 millones de toneladas de leguminosas para engordar a los cerdos y luego exportarlos) contabilizó cuánta tierra necesitaría este territorio para alimentar, con agricultura ecológica y de secano, a toda la población con una dieta tradicional y sana. La respuesta fue tajante, pues en el caso de Catalunya -como en tantos territorios- se dispone de la totalidad de las necesidades agrarias. Entonces, ¿cómo puede ser que disponiendo de tierras suficientes sigamos impulsando un modelo que en Marruecos se tiñe de rojo, que socava las opciones campesinas y que deja a toda nuestra población vulnerable a cualquier crisis alimentaria?
MERCABARNA Y LOS MERCADOS MUNICIPALES HABLAN
Esa fue la pregunta que en los descansos oíamos en todos los corros del público asistente. “¿Cómo puede ser?” y fue también la pregunta que se hizo directamente a los representantes de las instituciones mencionadas anteriormente. Las respuestas ciertamente generaron más decepciones. Para estas instituciones 100% públicas, sólo los modelos de crecimiento, internacionalización y competitividad son las respuestas apropiadas. Un resumen muy sintético, pero poco más aportaron que esas tres habituales y aburridas respuestas.
El debate que se dio a continuación entre el público y la mesa, abrió nuevas preguntas muy sugerentes. ¿Las políticas alimentarias diseñadas por las administraciones públicas son políticas al servicio del libre comercio? ¿Favorecen la concentración de poder en las grandes empresas agroalimentarias donde lo que menos importa es el origen de los alimentos y el modelo de producción que se promueve? ¿Barcelona está dispuesta a convertirse en un gran centro logístico de importación-exportación de productos alimentarios en detrimento de garantizar una política alimentaria para la población?
HABLA LA SOCIEDAD CIVIL
Por ello, la mesa final, con las alternativas que la sociedad civil está llevando hacia adelante permitió que ese día lluvioso acabara con buen sabor de boca. Compromisos entre personas consumidoras y productoras; mercados de confianza y respeto, trato humano frente a la búsqueda de precios baratos; autogestión; lazos de solidaridad. En definitiva, demostraciones de que es posible y real crear redes a escala local también en casos de ciudades muy pobladas, y que estos circuitos cortos de comercialización permiten garantizar una agricultura ecológica y de proximidad que asegura una dieta saludable pero que, también, garantiza un precio justo en toda la cadena alimentaria, libre de especulaciones, donde los y las productoras pueden vivir de una buena agricultura.