Javier González e Iván Maldonado
La migración humana ha estado presente en todas las épocas de la historia y se ha dado en todas las partes del planeta. El viejo continente ha sido testigo desde siempre de importantes flujos migratorios, sin embargo, las condiciones actuales de número de personas, rutas, motivos y países de origen, plantean nuevos retos y estrategias para hacer frente a estos desplazamientos.
Huertas del Regao. Molina de Aragón. Foto: Ángela Coronel
Chequilla, en Molina de Aragón, con menos de diez habitantes durante el invierno. Foto: María Barba
Si hoy en día hablamos de desplazamientos humanos, nuestra mente lo relaciona rápidamente con la afluencia actual de personas inmigrantes y refugiadas a la Unión Europea (UE) procedentes principalmente de los desequilibrios sociales y los conflictos bélicos de África y Oriente Medio. Se habla de la denominada «crisis de las personas refugiadas» como una situación humanitaria agudizada por el incremento exponencial del flujo de personas solicitantes de asilo, migrantes en situación de vulnerabilidad, que se desplazan a Europa por vías irregulares.
Esta crisis es también el reflejo de la crisis económica y de valores que estamos sufriendo en Europa, en definitiva, una crisis europea. Hace años, cuando la economía comunitaria era sólida y se demandaba mano de obra, no se ponían impedimentos para incorporar a estas personas al mercado laboral, pero ahora estamos observando a centenares de miles de personas hacinadas en campos de refugiados de Turquía o Grecia, o muriendo ahogadas en algún lugar del Mediterráneo.
A la vez que se producen estos grandes flujos de personas, determinadas comarcas y regiones de los países que conforman la UE están inmersas en el grave problema de la despoblación, generado por movimientos migratorios interiores. Es el caso de los territorios y comarcas naturales del interior del Estado español: envejecimiento poblacional, cierre de recursos educativos y sanitarios, abandono y acaparamiento de recursos naturales, deterioro del patrimonio arquitectónico y pérdida de valores culturales y tradicionales.
En este contexto cada vez son más quienes plantean iniciativas y proyectos para hacer frente a las preocupantes tasas de despoblación y ven en la acogida de personas refugiadas y en los movimientos migratorios actuales una buena oportunidad de repoblar las zonas rurales europeas. Pero, ¿es esta una solución?
Si se quiere apostar de verdad por repoblar las zonas rurales en este contexto de flujos migratorios, es imprescindible trabajar la cultura de bienvenida, la tolerancia, la apertura y la convivencia en diversidad.
PENSEMOS EN LO IDÍLICO
Usemos la imaginación y demos respuesta a ambos retos, refugio y repoblación del medio rural. Conjuguemos ambos en un atisbo de encontrar un lugar apropiado para el asentamiento de estas personas en busca de nuevas oportunidades, de una vida en paz, a la vez que se genera una oportunidad de revitalización para esos pequeños municipios al borde de la extinción.
Sin describir números, motivos y procedencia, la llegada y asentamiento de nueva población podría suponer una reactivación y una solución para los problemas actuales del medio rural. Los pueblos se llenarían de vida y recuperarían su actividad. El sector agroganadero se fortalecería, aumentando su importancia socioeconómica, a la vez que se experimentaría un resurgimiento de empleos para la gestión sostenible de los recursos naturales, culturales, gastronómicos, artesanales y turísticos.
El aumento poblacional de los municipios permitiría mantener abiertas las escuelas rurales, que estarían dotadas de los medios y recursos adecuados; mejoraría el transporte escolar, permitiendo estudiar enseñanzas profesionales sin necesidad de trasladarse a las capitales, ampliando el abanico de posibilidades laborales de las zonas rurales. Los servicios sociales y la sanidad cubrirían con garantías la asistencia a domicilio, la atención primaria y los servicios de urgencia.
Con las mejoras en la situación laboral, dejaríamos de hablar de una economía de supervivencia. Las tiendas y comercios verían aumentar significativamente su clientela, ampliando la gama de productos para satisfacer las necesidades del nuevo vecindario; los bares y centros de ocio se convertirían en nuevos lugares de encuentro e integración; las actividades sociales y comunales ganarían en participación permitiendo la recuperación del patrimonio cultural y arquitectónico de los pueblos. Transporte, telecomunicaciones, bibliotecas, alojamientos, etc., dejarían de tener el calificativo de deficientes e insuficientes.
El medio ambiente se convertiría en un sector estratégico en el desarrollo de nuevos nichos de mercado. El envejecimiento y la masculinización ya no serían características del medio rural: familias y personas jóvenes volverían a llenar las calles.
BAJEMOS DE LAS NUBES
Ahora bien, si analizamos detenidamente lo que podría suponer un beneficio para el medio rural, la solución no pasa solo por hacer frente a la despoblación con la llegada o el asentamiento de personas refugiadas. No es un proceso sencillo y no existe un remedio infalible.
Conociendo la realidad social del rural interior, especialmente la de Castilla, la percepción sobre la llegada de la población refugiada a nuestros pueblos puede plantear algunos miedos y recelos iniciales que es necesario sobrepasar. En zonas donde apenas hay migrantes, el trabajo previo de sensibilización es fundamental para que se vea con buenos ojos intercambiar espacios con los «nuevos vecinos y vecinas». Esto es lo que se conoce como «cultura de bienvenida» y requiere que todos los agentes sociales de las comunidades locales sean responsables de cooperar para establecer lazos que ofrezcan oportunidades de integración en el territorio de acogida.
También es clave considerar y abordar todos los aspectos que envuelven a las personas migrantes y refugiadas desde la salida de su país de origen, el viaje, su medio de entrada o las etapas iniciales, además de otras características más personales.
Como habitantes del medio rural conocemos de primera mano que el proceso de integración se ve dificultado por una sociedad en ocasiones más cerrada. Esto, sumado a la existencia de comunidades consolidadas de la misma nacionalidad (algo que ocurre también en las ciudades), hace que las personas migrantes recurran más a sus grupos de apoyo, limitando el intercambio cultural.
Hay que considerar que el mercado laboral es escaso y existen pocas oportunidades de autoempleo, lo que sumerge muchas veces a estas nuevas familias o personas pobladoras a situaciones de asistencialismo que, en ciertas ocasiones, es visto como un privilegio por las personas locales que tienen dificultades para acceder a ayudas.
Por lo tanto, este proceso ha de ser dinámico y bidireccional, haciendo partícipes a las comunidades locales, y requiere de un enfoque sensible que trate de abordar los desafíos y oportunidades que presenta el hecho migratorio.
Por otro lado, solemos pensar que no hay fondos ni financiación para potenciar el desarrollo socioeconómico de los territorios rurales despoblados, pero el Estado español ha sido uno de los que más fondos estructurales de la UE ha recibido. Las «prácticas» económicas han permitido dotar al medio rural de impresionantes centros de interpretación, grandísimos pabellones polideportivos, áreas industriales con tecnología punta e incluso piscinas climatizadas. Sin embargo, a pesar de estas grandes inversiones, hoy en día en desuso o cerradas por falta de población, las ayudas para emprender una actividad son escasas y las iniciativas que se ponen en marcha encuentran grandes dificultades de desarrollo, entre las que se encuentran las complicadas normativas y exigencias burocráticas.
Si en nuestro medio rural se quiere apostar de verdad por repoblar las zonas rurales, es obligatorio tener en cuenta este contexto global de flujos migratorios. En este sentido, incorporar y trabajar la cultura de bienvenida, la tolerancia, la apertura y la convivencia en diversidad nos parece imprescindible.
La percepción sobre la llegada de la población refugiada a nuestros pueblos puede plantear algunos miedos y recelos iniciales que es necesario sobrepasar.
LA REVITALIZACIÓN DEL MEDIO RURAL PASA POR LAS OPORTUNIDADES DE EMPLEO
En Fundación Cepaim tenemos como misión promover un modelo de sociedad intercultural que facilite el acceso pleno a los derechos de ciudadanía de personas migrantes, desarrollando políticas de lucha contra cualquier forma de exclusión social y colaborando en el desarrollo de sus países de procedencia. Conocedores de las dificultades que entrañan estos procesos, trabajamos para hacer frente a la problemática urbano-rural. A través del Proyecto de Integración de Familias Inmigrantes en zonas rurales despobladas, «Nuevos Senderos», se trabaja la inserción de familias y personas migrantes que han tomado la decisión de trasladarse a zonas rurales. Además de la movilidad geográfica y la mejora de su calidad de vida, se pretende generar e impulsar un desarrollo comunitario en los propios municipios.
En el Proyecto Nuevos Senderos, nos encontramos con una actualidad en la que el medio rural no es visto como una oportunidad laboral y de calidad de vida. Entre sus desventajas están las dificultades de aceptación en algunas comunidades, la desigualdad de oportunidades para las mujeres, la escasez de servicios y recursos, y la idea generalizada de que los entornos urbanos ofrecen más oportunidades laborales, sociales, lúdicas, etc.
Además, encontramos que las pocas ofertas de empleo que surgen en el medio rural están muy sectorizadas, tienen un carácter muy temporal y siguen cumpliendo los roles de género establecidos en la sociedad patriarcal, por ejemplo, ofertas del sector agropecuario en las que se demandan usuarios varones con perfil de pastor. Se trata de trabajos que en muchas ocasiones solo consisten en pastorear los rebaños y no realizan labores colectivas como ordeño, cría o sanitarias, lo que limita en muchos casos la mejora de capacidades técnicas, y dificulta el aprendizaje del idioma para estas personas, por pasar la mayor parte del tiempo sin compañía.
Otro sector demandado es el empleo del hogar o la atención sociosanitaria a personas dependientes, en el que se solicitan mujeres. Son principalmente empleos estacionales que coinciden con la época estival, en la que muchas personas mayores vuelven a «su pueblo». Es un sector con escaso reconocimiento y derechos laborales, lo que promueve que en muchas ocasiones quienes las emplean no realicen contratos ni garanticen un mínimo salarial y unas condiciones de trabajo dignas.
También surgen algunas ofertas de empleo temporal en el sector de la hostelería coincidentes con el aumento poblacional del verano. En ocasiones se buscan personas para autoempleo que dirijan el bar municipal, con el cual es imposible sobrevivir económicamente en invierno sirviendo 3 o 4 cafés diarios y pagando la tele por cable, para que esa poca clientela pueda disfrutar del fútbol en compañía.
No es de extrañar que ante este tipo de ofertas, en principio poco atractivas, las motivaciones por cambiar al mundo rural de las personas que participan en el proyecto se vean reducidas.
EL CAMINO PARA EMPEZAR EL CAMBIO
Por esta experiencia directa en nuestro trabajo sabemos que para hacer posible que el medio rural tenga un papel importante en favorecer la acogida de personas refugiadas y que esta acogida pueda ser una oportunidad para revitalizar la vida en los pueblos y zonas rurales, es necesario que:
• Se entienda el medio rural como un espacio de oportunidades y calidad de vida.
• Exista un compromiso político a distintas escalas, para que las medidas e inversiones de desarrollo rural se destinen a iniciativas y proyectos del territorio y por el territorio.
• Se apueste por un medio rural con servicios públicos de calidad y actividades productivas que potencien los recursos naturales, agroalimentarios, patrimoniales, culturales, etc. de forma sostenible.
• Se establezca un correcto y coordinado manejo de las políticas que puedan beneficiar tanto a las personas migrantes como a las comunidades locales.
• Se comprenda que vivir en el medio rural no es mejor ni peor que vivir en la ciudad, es simplemente diferente.
En definitiva, si queremos una salida para que la despoblación no acabe con nuestros pueblos se necesita de un compromiso social y político verdadero, que permita alcanzar un estado de equilibrio que garantice la continuidad futura del medio rural y las necesidades básicas de sus pobladores y pobladoras.