Irene García Roces
Pepito del Amor muestra la red de acequias de la Vega de Granada y los daños causados por una nueva carretera a los artistas reunidos por Campo Adentro dentro del proyecto Método Móvil, itinerante por comarcas rurales en pie por la defensa de la tierra. Septiembre de 2015. Más información: inland.org Foto de Miguel Cerezales.
Vidas a la intemperie nos habla de la pérdida de un mundo, el campesino, compuesto por muchos pequeños mundos que, como advierte el autor, se han ido alejando de nuestras latitudes en silencio, víctimas de un etnocidio con rostro amable. El libro plantea la necesidad de recuperar las ruinas que explican nuestro tiempo. En este sentido, el escritor de este ensayo nos propone un viaje cautivante al pasado que nos permita comprender un presente en el que nos hemos quedado huérfanos y huérfanas.
Este viaje se plantea mediante una recopilación de citas e historias que arrojan luz para entender estos diversos mundos campesinos. Para ello, quien escribe va tejiendo cuidadosamente voces diversas que nos hacen transitar durante la lectura entre los prejuicios y las buenas intenciones, entre barros y edenes.
Partiendo de la historia de uno de los clásicos del pensamiento social agrario, Chayanov, el libro reflexiona sobre el campesinado como sujeto histórico revolucionario. En esa ardua tarea, el autor bebe de múltiples fuentes y camina entre los pensadores anarquistas y su fe en la naturaleza revolucionaria del campesinado; y las ideas de Marx y Engels, que anunciaban la inevitable y necesaria desaparición del mismo.
Así, desde el barro, el ensayista nos explica los prejuicios sobre el mundo campesino del pensamiento social, resaltando las contradicciones de observadores que no son capaces de cuestionar sus propias concepciones del tiempo histórico ni de ver más allá de sus propias nociones de lucha y de resistencia. Frente a estas miradas, el campesinado tiene su propio tiempo y desarrolla sus resistencias cotidianas, visibilizadas explícitamente en el libro con gran sensibilidad y con mucho detalle.
Por su parte, en el edén recoge algunas voces de exaltación del campesinado. Los autores seleccionados también son diversos y van desde la ultraderecha franquista, que se sirve inicialmente del campesinado para exaltar los valores patrios, al Siglo de las Luces, en el que aparece la nostalgia del campo unida al exilio. Como metáfora de esta idealización, y acercando con mucho acierto la discusión al contexto actual, plantea una crítica del turismo rural, que convierte el campo en un decorado, en un paisaje que choca con la realidad que encuentra, y que no se corresponde con lo que ha venido a buscar. Me parece especialmente interesante, desde el punto de vista de quienes apostamos por la soberanía alimentaria, la extensión de esta crítica hacia aquellos y aquellas que vamos a vivir al campo en busca de refugio, que también construimos nuestra propia idea del mismo antes de llegar a conocerlo, ansiando unos valores que se marcharon hace tiempo.
En las últimas páginas del libro, y con la humildad que ello requiere, se plantea la necesidad de acercarse a la visión que los campesinos tienen de sí mismos. La humildad de quien no pretende convencer y sí aportar transparencia en el análisis. Tras un recorrido por las diversas voces que analizan a los campesinos como «los otros», característico del distanciamiento entre el observador y aquellos que son observados, el autor plantea escuchar sus voces y construir desde ellas la visión de ellos mismos. Sin embargo, y a pesar de la sensibilidad con que es realizado el análisis, se echan de menos las voces femeninas, tanto en el recorrido de los diversos autores, como en la construcción de los mundos campesinos desde ellos mismos. Sin duda, ellas aportarían nuevas miradas al entendimiento de las comunidades campesinas, de las familias, así como del propio trabajo. Y es que, como se afirma en el libro, el trabajo campesino está unido al amor; y del amor en el trabajo, las mujeres y los feminismos sabemos mucho.
Cabe resaltar, por último, la fascinante exposición que el autor hace de la construcción del conocimiento campesino encarnado en el cuerpo que percibe la realidad a través de la vista, del oído, del tacto, del olfato y del gusto. Un conocimiento que no solo se sabe, sino que también se siente, personalizado en un cuerpo concreto y en su relación con el entorno inmediato.
Vidas a la intemperie es uno de esos libros fundamentales para las que trabajamos en el ámbito de la soberanía alimentaria porque nos hace repensar y cuestionar las verdades asumidas. Rescata, además, historias de mundos campesinos que nos inspiran en la construcción de resistencias que alimenten la memoria y orienten las prácticas de quienes hoy en día nos empeñamos en mantener un mundo rural vivo.
ALGUNAS CITAS DEL LIBRO
Los campesinos han morado la tierra civilizándola. Vivimos en el mundo que crearon. No podemos dar un solo paso sin pisar el resultado de su trabajo. Tampoco abrir los ojos sin ver el trazo de su huella. Una obra que es todo lo que nos rodea. Todo aquello que pensamos que es tan nuestro por el hecho de estar ahí.
«La tradición del campesinado es la tradición de los oprimidos. La que nos enseña que el estado de excepción en que vivimos es la regla».
«Somos los huérfanos de los campesinos pero no lloramos su muerte ni la celebramos. Ninguna referencia nos sujeta al pasado. Un muro de contemporaneidad nos impide contemplar las ruinas que explican nuestro tiempo».