Sabine DE ROOIJ y Leonardo VAN DEN BERG
La región de Frisia, en el norte de Holanda, está marcada por una fuerte identidad cultural, incluso con una lengua propia. Al norte de la región se encuentra un área bastante diversificada de bosques que comprende 50 000 hectáreas y el paisaje se caracteriza por pequeños campos delimitados por setos vivos y cortavientos de abedules y chopos.
Estanque en una de las fincas
Durante generaciones, este paisaje se mantuvo gracias al trabajo colectivo de familias agricultoras y contrasta de forma llamativa con la monotonía de otras áreas agrícolas de Holanda, resultado de décadas de políticas que promovieron la industrialización y la economía de escala en la agricultura.
Estas políticas explican en gran medida por qué Holanda se convirtió en el segundo exportador neto de productos agrícolas del mundo en términos monetarios. Una posición no exenta de aspectos negativos, ya que está asociada a una gran vulnerabilidad en relación a la diseminación de brotes de enfermedades en animales y al aumento de la contaminación ambiental. Este modelo es también responsable del acaparamiento de tierras y de la deforestación en otras partes del mundo, al depender fuertemente de la soja y otros granos importados para la fabricación de piensos.
El Gobierno holandés, en vez de encarar estas cuestiones como señales evidentes de la crisis de la agricultura y la alimentación, abordando las causas estructurales, ha respondido con políticas que solo generan alivio temporal y que no siempre han estado en sintonía con el sector agrario holandés. Un ejemplo de ello es la oposición del sector de producción de leche de los bosques del norte de Frisia, que marcó el comienzo de una larga lucha por la sostenibilidad y la autonomía.
Ese desencuentro no solo articuló al sector agrario, sino también al empresarial, a organizaciones de la sociedad civil, institutos de investigación y representantes del propio Gobierno partidarios de nuevos valores y estrategias para el desarrollo rural. El resultado no ha sido solo la conservación de un valioso paisaje, sino también mayores niveles de sustentabilidad y de rentabilidad de las granjas de la región.
La oposición del sector lechero a las políticas gubernamentales marcó el comienzo de la lucha por la sostenibilidad y la autonomía.
POLÍTICAS CONTRA LA POBLACIÓN AGRARIA
En la década de 1980 se endurecieron las políticas gubernamentales para combatir los efectos de la lluvia ácida y la lixiviación de nitrógeno a la capa freática limitando determinadas actividades agrícolas tradicionales. Las preciadas cercas vivas se definieron como sensibles a la acidez y se prohibió extender estiércol sobre la tierra, como se había hecho siempre; a partir de entonces, debería incorporarse.
Las familias agricultoras se dieron cuenta de que el trato era injusto y que las nuevas normas amenazaban la continuidad de sus actividades agrícolas. Sabían perfectamente que eran capaces de integrar las prácticas de conservación de la naturaleza con la actividad agrícola si se les permitía hacerlo a su manera, así que negociaron con las autoridades varias modalidades de exención a cambio de mantener y proteger las cercas vivas, los estanques, los cortavientos de alisos y los caminos de arena de la zona, algo que habían hecho durante generaciones.
Esta movilización dio origen a las dos primeras cooperativas de ámbito territorial en Holanda. Poco después se formaron otras cuatro y en 2002 se fundó la Noardlike Fryske Walden (Bosques del Norte de Frisia, NFW en sus siglas en holandés), con la incorporación de más de 1000 personas (no todas agricultoras), lo que suponía casi el 80 % del sector de la región.
REARTICULANDO AGRICULTURA Y NATURALEZA
La conservación del medio ambiente ha sido un papel tradicional de las organizaciones ecologistas, así que la cooperativa NFW reforzó sus alianzas con ellas, ganándose el reconocimiento de los Gobiernos locales. Se establecieron dos líneas estratégicas de acción. La primera se centró en el mantenimiento y mejora del paisaje y del medio ambiente y la segunda en promover una agricultura sostenible. Para superar los nuevos obstáculos legislativos, la cooperativa desarrolló y negoció con el Gobierno un detallado plan de gestión ambiental y así consiguieron exenciones temporales a las asfixiantes regulaciones previstas.
Como resultado, los agricultores y agricultoras gestionan actualmente alrededor de 80 % de los elementos del paisaje de su región. Las actividades de la cooperativa beneficiaron a toda la región, contribuyendo al fortalecimiento de la economía rural y la mejora de la calidad del producto y aumentando la confianza y la cooperación entre la población agraria y la sociedad en general. La biodiversidad también se ha enriquecido y la belleza de los paisajes abre nuevas oportunidades al turismo rural y a actividades recreativas que están siendo administradas por la cooperativa, como rutas en bicicleta o restauración de viejos caminos de arena para el senderismo. Los bosques del norte de Frisia han sido recientemente declarados paisaje nacional.
También las agricultoras y agricultores aprendieron mucho en todo este proceso. Entre otras cosas, perfeccionaron los métodos de cría del ganado lechero, integrando técnicas agroecológicas.
CUANTO MEJOR SEA EL ABONO ORGÁNICO, MENOR SERÁ EL USO DE FERTILIZANTES QUÍMICOS
La regulación del Gobierno que obligó a inyectar estiércol líquido en el suelo impulsó un importante proceso de innovación técnica. El razonamiento técnico del Gobierno era que el estiércol aplicado sobre la superficie, como se hacía tradicionalmente, tenía un mayor potencial de ser lixiviado y contaminar el medio ambiente. Este procedimiento también libera amoniaco, causando la acidificación y la contaminación química, lo que puede ser especialmente dañino en áreas protegidas.
Pero las agricultoras y los agricultores mostraron su escepticismo acerca de los efectos de estas nuevas prácticas. Con pequeñas áreas de cultivo y con los altos niveles de la capa freática en el período de primavera, el suelo de sus fincas no era apto para soportar la maquinaria pesada requerida para la inyección del estiércol líquido. Además, esta medida no impediría que los nutrientes fuesen arrastrados a la capa freática, lo que requeriría la contribución de dosis crecientes de fertilizantes para mantener los niveles de productividad. Se veían capaces de mejorar la situación produciendo un fertilizante orgánico de mayor calidad.
La propuesta campesina fue una perspectiva poco convencional de la gestión de la fertilidad: un cultivo de ciclo cerrado, basada en los ciclos ecológicos. La mejora de la calidad del estiércol fue el punto de partida, ya que se varió la dieta del ganado aumentando los alimentos con fibra (hierba), y disminuyendo las proteínas, concretamente los concentrados de soja. Además de esto, paja y aditivos microbianos fueron mezclados en el estiércol, produciendo un fertilizante más sólido, con una mayor calidad agronómica y que libera menor cantidad de nitrógeno al medio ambiente.
Con la mejora de las cualidades biológicas de los suelos se redujo el uso de fertilizantes químicos y la producción de pastos aumentó. Animales más sanos, mayor calidad de la leche y del estiércol fueron resultados del ciclo ecológico más cerrado.
El éxito de esta iniciativa, reconocido en todo el país, ha dado pie a que en Frisia, la investigación campesina siga estando muy presente. La cooperativa organiza formaciones y visitas y mantiene una relación fuerte con la sociedad civil y la comunidad científica para proponer y seguir realizando investigaciones basadas en el conocimiento tradicional.
UN PAISAJE CON AMPLIO HORIZONTE DE POSIBILIDADES
Los agricultores y las agricultoras de los bosques del norte de Frisia han demostrado que trabajando en conjunto pueden establecer sistemas agrícolas sostenibles y alcanzar las metas de las políticas ambientales, integrando la gestión del paisaje en sus actividades diarias. Esto forma parte de una nueva estrategia de reducción de los costes y de mejora de los propios recursos, como el abono orgánico y los pastos. «El sentimiento general es que los costes de fertilizantes y forrajes disminuyeron sustancialmente. Además, nos hemos vuelto más innovadores y nos atrevemos a seguir caminos que todavía no han recomendado los especialistas», dice un agricultor de la región.
En la postura que la cooperativa ha asumido para dialogar con las autoridades, destaca el potencial de las agricultoras y los agricultores para ejercer influencia política a todos los niveles. Al construir alianzas con organizaciones de la sociedad civil, se demostró que con organización se pueden eludir las regulaciones impuestas desde arriba y la habilidad para innovar en las prácticas de gestión. Todo esto se materializó en una nueva forma de gobernanza del paisaje. El nivel de organización interna desarrollada a lo largo de los últimos 25 años ha reforzado considerablemente la cooperativa, cuyo nivel de participación actual es muy alto y fortalece enormemente el capital social.
Desde 2003, NFW actúa en otros frentes de la economía regional en defensa de su sostenibilidad, como producción de energía verde, mejora de la calidad de los productos, el bienestar animal y estrategias de reducción de los costes de producción. Se forjó entonces un contrato territorial firmado por diversos actores y sectores interesados, incluyendo el Gobierno, los ministerios Ministerios y las instituciones académicas. Aunque NFW continúe nadando contra corriente, sus integrantes saben que, ahora que el control del paisaje está nuevamente en manos campesinas, una amplia gama de posibilidades se les abre para impulsar del desarrollo regional.
Sabine de Rooij y Leonard van den Berg
Sabine de Rooij. Investigadora independiente en desarrollo rural: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
Leonardo van den Berg. Investigador del Ileia, Países Bajos: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
Publicado originalmente en la revista Agriculturas