La soberanía alimentaria en tiempos de guerra

Consejo editor

En el sur de Damasco se encuentra Yarmouk, uno de los campamentos de refugiados palestinos más grandes que han existido nunca. Fue creado en 1957 a escasos 8 km del centro de la capital siria a partir del éxodo masivo consecuencia de los conflictos en su país. Desde principios del siglo XXI, Yarmouk ha venido incorporando también a familias desplazadas de zonas rurales de la misma Siria.


Hace ya años que Yarmouk dejó de tener las típicas carpas de alojamientos provisionales. Progresivamente se fueron edificando definitivos bloques de viviendas, pasando a ser un barrio más de la capital. Bloques definitivos de los que ahora no queda ninguno en pie. Si en el año 2004 vivían allí alrededor de 140 000 personas, ahora, a causa de la guerra civil iniciada en 2011, se estima que no viven más de 18 000 personas, entre ellas unos 3500 niños y niñas, de los cuales muchos han sido abandonados o son huérfanos de este conflicto.

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Un huerto en Babbila, un barrio cerca de Yarmouk

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Un huerto sobre una azotea de Yalda (Fotos de Lens Young Yeldani)

 

EL CÍRCULO MÁS PROFUNDO DEL INFIERNO

De hecho, este barrio soporta una de las peores situaciones de toda esta guerra, siendo el punto de encuentro de las batallas por dominar la parte sur de la capital. Ban-Ki Moon, secretario general de las Naciones Unidas, desde la distancia, lo llama "el círculo más profundo del infierno", como el último eslabón en la Divina Comedia de Dante. Sin embargo, Yarmouk no tiene nada de comedia.

A pesar de toda la solidaridad de quien habita allí, es tan grave la situación, con el barrio bloqueado por todos lados y los suministros cerrados desde hace más de un año, que ya han muerto de hambre más de 175 personas desde 2013. Niñas y niños, mujeres, hombres, gente mayor que no ha podido o no ha querido re-refugiarse. El abastecimiento de agua fue cortado en septiembre de 2014, como otra medida de asedio. Y los controles militares del gobierno prohíben llevar más de un kilo de comida a las personas que entran. Abren las bolsas y no dejan pasar más de diez trozos de pan. La situación es tan extrema que incluso un clérigo musulmán recientemente ha emitido un edicto dando el visto bueno a que la gente coma la carne de burros, perros o gatos.

Junto a las más sofisticadas armas que se utilizan en esta guerra, también vulnerar su soberanía alimentaria es una táctica para matar un pueblo. Infalible. Intolerable.


     Todo puede crecer en huertas urbanas, espacios entre edificios, balcones, macetas en las casas, campos colindantes e incluso en los patios de las escuelas derruidas por los bombardeos.  
 

RESPUESTAS SILENCIADAS

A pesar de este absoluto desastre humanitario, las personas tratan de sobrevivir con lo que queda, algunas armándose para luchar contra la actual invasión de tropas del llamado Estado Islámico, que entró en esta zona de la ciudad ayudado por el Jabhat al-Nusra (grupo terrorista perteneciente a Al Qaeda), añadiendo otro frente de guerra en medio de Yarmouk.

Otras, sencillamente, luchando desde y por la dignidad. Es el caso de Firas Al Naji, activista no-violento de varias organizaciones, como la Liga Palestina de los Derechos Humanos (PLHR), también coordinador del Centro de Documentación de las Violaciones en Siria y de la Fundación Social Basmeh. Entre sus últimos esfuerzos se encuentra el Proyecto Agua, para abrevar con pozos el barrio asediado, y el Proyecto Agrícola, para autoabastecerlo de comida. También organizó funciones de clowns para los niños y niñas y realizó vídeos para mostrar y denunciar las condiciones de vida en este confinamiento, incluso tenía algún vídeo satírico de "cocina en situaciones de asedio". Pero murió el 21 de febrero de 2015 asesinado de un tiro en la cabeza. ¿Quién lo hizo? Posiblemente nunca se sabrá, aunque se sospecha que su muerte haya sido ordenada por quienes controlan el mercado negro de comida en Yarmouk, un negocio con beneficios importantes desde que están cerrados sus accesos. Como él, ya son 7 personas activistas asesinadas desde mediados de 2014 hasta abril de 2015, algunas de ellas en plena labor del Proyecto Agrícola, repartiendo comida a mujeres, personas ancianas, niñas y niños. Y varios activistas más de defensa de los Derechos Humanos están bajo constantes amenazas de muerte.

 

EL HAMBRE, UN CRIMEN DE GUERRA

La Vía Campesina está haciendo llamamientos públicos para reclamar la reacción inmediata de las organizaciones internacionales que pueden intervenir para proteger la vida de las personas que quedan en Yarmouk, así como para denunciar la falta de comida, agua y medicamentos.

En 1977, se añadió un Protocolo Adicional a las Convenciones de Ginebra para definir explícitamente como crimen de guerra el uso del hambre. Parecía que la historia había sido suficiente para tomar medidas y escribirlas en un papel, pero la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (UNWRA), principal garante en la zona de estos tratados, no sabe ni cómo puede intervenir. Un sitio inaccesible, impracticable. Y con esta inmovilidad, un barrio que desaparece ante la mirada inmóvil de toda la comunidad internacional.

 

SOBERANÍA ALIMENTARIA EN TIEMPOS DE ASEDIO

Firas Al Naji fue un impulsor de proyectos de soberanía alimentaria, de pequeñas iniciativas para producir y repartir un mínimo de comida dentro del mismo Yarmouk. Como en muchas ciudades o barrios pobres donde cualquier metro cuadrado de tierra sirve para nutrir y unir a sus habitantes, todo puede crecer en huertas urbanas, espacios entre edificios, balcones, macetas en las casas, campos colindantes e incluso en los patios de las escuelas derruidas por los bombardeos.

Se conoce de muchas otras guerras anteriores que el cultivo a pequeña escala ha sido clave para proveer de alimentos y salvar a la población y está claro que también en Yarmouk está siendo fundamental para sobrevivir los últimos meses. Espacios donde, a pesar del aislamiento del barrio, se erigen discretos huertos como fuentes de vida, de libertad, de esperanza, de lucha, que se convierten también en punto de encuentro para mujeres y hombres asfixiados por no poder decidir más allá de este espacio, y que gracias a él pueden crecer y desarrollarse. Espacios donde se crean y practican procesos colectivos de toma de decisiones y de gestión de propiedad común. Generalmente guiados por mujeres, estos huertos se transforman en armas de construcción masiva.

La Vía Campesina da apoyo a las personas que, atrapadas en medio del conflicto, trabajan a favor de ejercer su soberanía alimentaria. En 2014, en Turquía y Líbano, se organizaron sendos encuentros para personas activistas y campesinas sirias, para promover el intercambio y la reproducción de semillas y el conocimiento de cultivos autóctonos. El grupo creado en estos encuentros se conoce por "The 15 Garden", por ser el 15 de marzo de 2014 el día que celebraron su primer encuentro. Y por ser quince las únicas personas capaces de llegar desde diferentes puntos de Siria hasta Turquía para asistir a este primer encuentro. Otras encontraron bloqueos, conflictos o fronteras cerradas que impidieron su presencia. También se han aportado semillas campesinas desde distintos países de la región y se organizan movilizaciones de apoyo y creación de redes para conseguir más semillas para enviar a Siria. Este mismo mes de mayo, por ejemplo, empieza la gira "Graines et Cinéma", que recorrerá parte de Francia con este objetivo.

El grupo "The 15 Garden" trata de promover el intercambio de conocimiento y de semillas locales para garantizar que cualquier pequeña oportunidad de cultivo sea fructífera en este contexto y regale brotes verdes a un pueblo tan necesitado. Si las semillas no pasan de una cosecha a la siguiente, se pueden perder para siempre y son muchos los esfuerzos que se están haciendo para no perder la riqueza agrícola de este país. Si la guerra gana también en esto, no tardarán en entrar las semillas de las multinacionales logrando el control de este mercado . De hecho, las semillas de las multinacionales ya están siendo favorecidas por lo que queda de gobierno de Al Asad, pero no tienen ningún éxito por la falta de agua y fertilizantes.

Como dice un poema palestino: "Todo esto pasará, pero no tengo miedo, guardo en mi bolsillo una semilla". Una semilla campesina.


Consejo editor
 

AZADAS DE GUERRA

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Recomendamos la lectura del libro Raíces en el Asfalto de J. L. Fernández Kois y Nerea Morán en cuyo capítulo «Azadas de guerra» explican con detalle cómo la agricultura urbana juega un papel clave durante los conflictos bélicos en un recorrido por los casos más emblemáticos.

Nos hablan de soldados creando huertos en la Primera Guerra Mundial, grupos de mujeres cultivando en las periferias de las ciudades en una actividad coincidente con las luchas feministas del momento también en este conflicto o de los huertos en los campos de concentración de la Segunda Guerra Mundial.

No solo es comida para poblaciones asediadas, con porcentajes realmente significativos, sino que también es «el papel de ayuda piscológica de los huertos como símbolos de resistencia y esperanza (...), cultivar en medio de paisajes devastados, como las trincheras, los guetos o los campos de internamiento, se convierte en un acto de rebeldía».

 

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