Gustavo DUCH
La sonrisa de Lolita la atraviesa de arriba abajo y de izquierda a derecha, por todas sus hechuras, y cuando pasa sobre su huipil maya, los vivos colores de la prenda toman más fuerza si cabe. Porque aunque su relato de vida viene cargado de situaciones muy graves y complicadas [mientras redactamos esta entrevista, nos informan que el gobierno de Guatemala ha retirado la protección que Lolita disponía después de haber recibido varías amenazas de muerte por su labor de defensora de los derechos sociales] ese rasgo fisiológico es un anuncio de su personalidad.
Más aún, es un anticipo de su pensamiento.
—Guatemala —cuenta Lolita— en los últimos años ha firmado varios tratados de libre comercio, entre ellos uno con los EE UU que dio pie a la firma de una ley llamada de Protección de Obtención de Vegetales, y que llamamos Ley Monsanto porque, si la estudias, es como hecha a medida para la implementación del modelo de semillas privatizadas y semillas transgénicas. Eso ocurrió sin que la gente nos enteráramos... hasta que estuvo aprobada. Cuando lo supimos, lo que generó fue una movilización fuerte, de una indignación enorme. ¿Puedes imaginarte qué significa esto para nuestro pueblo, mujeres y hombres que nos sabemos hechos de maíz? —me interpela Lolita—. Es tocar nuestra pura existencia, alterar toda nuestra cosmovisión. El maíz está presente dentro nuestro, en lo político, en lo espiritual, en lo social, en lo educativo y claro, en la comida, que principalmente es maíz.
—Dicen, seguro que lo has escuchado —continúa Lolita—, que el pueblo maya colapsó, pero eso no es cierto. Mira, yo estoy viva y yo soy maya. Ese mensaje es falso. Cuando dicen que colapsó lo que quieren hacer es desvincularnos de nuestra historia, esa que quemaron los colonizadores, y de nuestro maíz, para arrebatarnos todo.
Los sinónimos de Lolita
Amor: Vida, placer, energía, complicidades, expresión de felicidad y de alimento.
Capitalismo: choques, guerras, acumulación, codicia, despojo, guerra, muerte de pueblos.
Qué rotundo y qué fácil, pienso escuchándola. Y sin poder entrar en su piel tostada, desde una cultura que hizo mucho por exiliarnos de nuestra tierra, le pregunto por el uso de venenos en la agricultura. ¿Cómo se sienten, ustedes pueblos de maíz, cuando la industria agroquímica trata al maíz con sus venenos?
—Claro, en nuestra práctica campesina ancestral ni hablar de usar nada que agreda al maíz, más al contrario, se trata de cuidarlo, pero sí, ahorita ya vemos que esa práctica se da también en Guatemala. Y al verlo —sobre todo las mujeres— lo sentimos como violencia de una práctica impuesta sobre nuestra milpa, pues nuestra milpa no son solo un grupo de cultivos, es la representación de la vida en comunidad. En cambio, como los hombres están acoplados a lo que se vende, a lo que genera ganancias, a la cantidad, a los tamaños, esta agresión no la sienten tan fuerte como nosotras.
—Yo soy maya y soy campesina —continúa Lolita que de vez en cuando gira la cabeza hacia el patio que nos acoge esta mañana en Barcelona— y vivo en Santa Cruz, la cabecera del departamento de El Quiché, pero si soy campesina es porque tengo la experiencia de sembrar, tal como me enseñó mi abuela. Ahora en mi familia sembramos de una forma colectiva, tenemos unas tierras donde la cosecha es toda para comer y luego también compramos para complementar, pues tenemos poca tierra y no nos alcanza. Desde hace poco en Santa Cruz tenemos grandes supermercados con productos baratos, pero sabemos que no son de buena calidad y arruinan a nuestras gentes productoras. Y aunque, como con Monsanto, dijimos que no a esa empresa, esta consiguió instalarse. Entonces nuestra labor pasa por defender los mercados comunitarios, que son una maravilla. Allí, donde se puede comprar de todo, conseguimos reforzar nuestra economía comunitaria donde el referente no es ni la ganancia ni la oferta y la demanda, es la relación de intercambio y reciprocidad de alimentos y satisfacción de necesidades para vivir. Tú compras ahí y sabes de dónde viene, se sabe, “ah esto viene de San Pedro, este mango viene de tal lugar, este…” Pero ahora, con el supermercado, lo que tenemos es un choque de economías muy fuertes.
Lolita es maestra y también estudió administración de empresas, dice que para aprender.
—Yo sé, cuando hablo de las multinacionales, de lo que hablo, sé de marketing, sé de cuentas de resultados, sé de economías, de negocios sucios... y sé que ahora en los estados no mandan los gobiernos, que mandan las multinacionales, pero también sé —y eso no lo aprendió en la escuela de negocios— que los pueblos estamos en movimiento para resignificar las políticas y los sistemas.
—Por eso son importantes las organizaciones campesinas —argumenta—. Siempre lo fueron. Hacen un trabajo muy grande aunque siempre han sido muy atacadas, pero el trabajo de concienciación, de formación, de organización es muy muy bueno y necesario para defender nuestras formas de vida. Mira, —y con el dedo apunta la mesa como si esta fuera un mapa— como se abrieron las puertas a las grandes transnacionales, están llegando muchos megaproyectos y megacultivos que arrasan con la biodiversidad, como por ejemplo ahora la palma africana, y empiezan a generar una relación comercial que no favorece a los pueblos ni tampoco a la tierra. Las grandes familias terratenientes en Guatemala son propietarias de la mayoría de las tierras, y sus fincas están siendo dedicadas a estos cultivos industriales o comerciales.
Ayer Lolita presentó un libro en Barcelona, donde recoge buena parte de su trayectoria activista, y me lo muestra orgullosa, dice que no es algo habitual para ella escribir libros.
—Pero me gusta mucho leer de historia, para reconocer mi propio pueblo, de dónde vengo, cómo llegó la colonización, la guerra, quiero tener claridad en donde estoy, pero también me gusta mucho leer lo que escriben las mujeres, sus sueños, los conceptos, las inspiraciones, sobre los feminismos...
Y ese es un buen momento para una pregunta que guardaba, y que tenía que dar mucho juego: Entonces, Lolita, para ti, ¿qué crees que están aportando estos feminismos? ¿qué estáis trasladando las mujeres a la sociedad? Y Lolita mantiene una pausa, baja su mano que jugueteaba con los aros de sus orejas, hasta el vientre, donde las anuda, y responde: “una relación diferente con la vida”.
—Ustedes aquí, ahora, se están dando cuenta que vivieron un falso desarrollo, están en eso que llaman crisis pero es que llegaron al final del camino capitalista, por eso me gusta, me da mucho amor, que ustedes ahora empiezan a mirar a nuestros pueblos con reconocimiento, y cómo están regresando ustedes a la madre tierra. Eso es, hay que volver a los caminos de la vida.
Pero Lolita, nos olvidamos de una cosa, ¿qué ocurrió con la Ley Monsanto?
—Pues que la derogamos, todo el movimiento, fíjate, solo consistió en creer en el poder del no.
Lolita Chávez es una mujer maya y campesina
Mujer. Maya. Campesina. En Guatemala, cuando estas palabras van unidas en una única identidad, se suele hablar de una triple exclusión.
La primera, la de género, en una sociedad en la que las mujeres —verdaderas sostenedoras de la vida comunitaria— transitan como fantasmas invisibles de la Historia, cuya voz rara vez es escuchada, ni siquiera cuando esta se transforma en el grito que sigue a la violencia.
La segunda tiene que ver con la discriminación étnica, ya que es hija de un pueblo —el maya— que, si bien es mayoritario demográficamente, sigue padeciendo un brutal proceso de colonización que, en demasiadas ocasiones, se ha concretado en forma de genocidio, muerte y despojo territorial.
Finalmente, Lolita es campesina y, por tanto, se sitúa en un espacio y un tiempo que opone sus conocimientos agroecológicos ancestrales y su modelo comunitario de producción, frente al monstruo capitalista de la agroindustria y los megaproyectos.
Tres discriminaciones que vienen de fuera, que la quieren hacer una excluida. ¿Excluida de qué mundo? ¿Del nuestro, del urbano, del capitalista? ¿Excluida para ser atendida como un sujeto de las ONGD? Pues no, claro que no, Lolita no se siente excluida, al contrario, actúa como dirigente del Consejo de los Pueblos K’iche’s, como protagonista activa de su vida y de la de su pueblo y como una más entre las miles de luchadoras que demuestran que, aun en el peor de los escenarios, la vida triunfa. Siempre.